Los profundos surcos
que muestra el farero,
son la pena viva
de ese día negro
que marchó su niña
en busca de un sueño,
abrazada a un mozo
llegado de lejos.
Chispean los ojos
verdes del farero,
sus manos aprietan
un fino pañuelo
con las iniciales,
en oro y en negro,
de su rosa blanca
de su jazmín tierno,
que con malas artes
segó un jardinero.
Se pierde en el mar,
le enloquece el duelo
e imploran sus ojos
mirando hacia el cielo,
¡Señor, Tú que puedes
cumple mi deseo ¡
¡y otra vez la sombra
la ausencia de sueño!
un nudo que aprieta,
el desasosiego….
los duendes burlones,
y entre todos ellos
dos testigos mudos,
el mar y el pañuelo.