Y los leoneses en general, y muchos viajeros en particular, se pudieron convencer, viendo devorar a los mozos que integraban el pequeño
ejército, de que casi todos los
alemanes hacían aquellos ayunos y penitencias muy en contra de lo que en verdad les pedía el cuerpo, sacrificándose, a veces por propia convicción y otras porque no les quedaba otro remedio, en pro de aquella nación todopoderosa que había soñado el Führer.