Último capítulo

V

Despertábanse los campos al frescor de la mañana. Lanzaban los pájaros sus gorgeos, nacidos entre la brisa y suspendidos en el aire. Los sembrados parecían refeljar el pálido azul del cielo en aquel amanecer. El agua de los arroyos cantaba alegre en torno de la arboleda, y el río iba surgiendo entre los cañares, Llegaba de allá lejos, extendiéndose por la vega, una canción dormida, que más bien parecía un bostezo cantado. Todo iba renaciendo a la vida que llegaba con el sol.
Las primeras gentes que llegaron al pie del río dieron voces al barquero, que en la orilla opuesta y en su barca estaba echado.
Era día de molienda, y todos venían con los sacos de trigo sobre los borriquillos. A la hora del alba, al clarear el día, habían salido de sus pueblos, de las aldeas del contorno, para llegar al molino cuanto antes.
- ¡Ha de la barca!.... ¡Barquero!
Y siguieron dando gritos, a los que el barquero no respondía.
Acudieron varios pastores, y, al enterarse de lo que pasaba, ellos gritaron también....
- ¡Demonio de hombre!.... Estará borracho.
No; el tío Basilio no se emborrachaba nunca.
Pero ¿que tenía?
Por fin un pastor montó de un salto sobre la cadena, y se delizó, cruzando el río, hasta la barca. Llegado allí se inclinó sobre el barquero, sacudiéndole rudamente.
Estaba frío, rígido, muerto.

FIN