"Visitar la comarca de Babia no es para distraídos" - La Nación - Suplemento Turismo - Buenos, "Canales-La Magdalena" Un solo pueblo

"Visitar la comarca de Babia no es para distraídos" - La Nación - Suplemento Turismo - Buenos Aires, domingo 4 de septiembre de 2016

En la provincia de León, lindando con Asturias y cercana al Valle de Luna, se alza Babia, excelente testimonio de la grandeza de la Creación. Se accede a esta comarca luego de andar poco más de setenta kilómetros desde la ciudad capital, por carretera, en un típico camino de montaña bien señalizado y en buenas condiciones. Mientras se va ascendiendo se contemplan picos y valles con pequeños pueblos coronados por tejados encarnados. Aquí y allá se ven caballos de una raza desconocida para nosotros, el hispano bretón; son ejemplares de gran alzada y capa alazana que pastan indiferentes y orgullosos en su terruño.
Es verano y es ésta una zona rica en ganadería, donde se vive la trashumancia desde hace siglos. En la actualidad siguen subiendo los rebaños de ovejas merinas a los puertos babianos que comparten los pastos con ganado vacuno, caprino y caballar para luego, en el invierno, bajar a Extremadura.
Si se tiene la suerte de ver a las ovejas o a las cabras subir a los montes, se disfrutará de una estampa de la que poco sabemos, acostumbrados como estamos a las inmensas planicies. El tintinear del cencerro que lleva uno de los animales guía el rebaño junto con el carea, el perro que los conduce. Detrás va el mastín para defenderlos, dificilmente el lobo se atreva con el mastín leonés, si acaso lo intentara, las carrancas -el collar de púas -que lleva el perro, lo harían salir perdidoso.
Babia es Reserva de la Biosfera, reconocimiento más que merecido para esta comarca, allí donde la Cordillera Cantábrica cierra los valles rodeándolos de altas cumbres de más de 2000 m de altura, como el macizo de Ubiña que destaca por su altitud y majestuosidad.
Cuando los antiguos súbditos leoneses preguntaban dónde estaban los reyes, echándolos de menos, en la corte respondían que estaban en Babia. Así, ellos huían de las intrigas cortesanas y de las ambiciones de nobles y prelados recluyéndose en un lugar placentero, con gente leal al rey que gustaba de la caza de corzos, venados y jabalíes. Vivían en el palacio de Riolago, una construcción del siglo XVI con el escudo de armas de la familia Quiñones presidiendo el portalón de acceso y que, tras un incendio y sucesivas reformas, hoy pertenece al Ayuntamiento de San Emiliano y se ha convertido en un bonito y didáctico paseo sobre la región babiana.
Quien sube al punto más alto de la provincia, donde se alza La Cueta, difícilmente olvide este paisaje de montañas de piedra caliza de color gris casi blanco sembrado de flores silvestres, con un ejército de árboles en sus faldas: la sabina albar o enebro de incienso y el río Sil ue, como un laborioso arriero, baja las aguas de las heladas cumbres para alimentar las pasturas que hacen su riqueza.
Este pueblo conserva casi intacta su tradicional arquitectura con espaciosas casas de piedra y techos de pizarra y muchas de ellas todavía tienen el tradicional horno que comparte nombre y costumbre con la asturiana Somiedo, le llaman "fornu".
En lo alto, cual un centinela, está la iglesia, puesta bajo la advocación de San Mateo. Durante el verano el paseante que recorre la región no se queda indiferente ante las peñas, barrancos, cañones y praderas inmensamente verdes donde pastan los ganados. En cambio, en el invierno, hay nieve sobre las palabras y voces junto al fuego de los escasos pobladores permanentes de La Cueta.
Decir que se está en Babia es, para el habla corriente, estar distraído. Sin embargo, visitarla es un regalo para el alma y mientras cierra los ojos un mastín, Babia sueña y los paseantes la guardan en su recuerdo.

Gracias Anamaría, Coral y Julio por habernos hecho conocer lugar tan bonito!... y, por supuesto, por todo lo que aprendí escuchándolos, no hubiese sido posible escribir esta crónica sin sus comentarios.