Cuerpo a cuerpo….
En cierto garito se simulaban jornadas de boxeo. Me cuentan que era en una barbería que había más arriba de la zapatería de Valentín. En esa barbería había unos guantes de boxeo que eran la debilidad de grandes y pequeños… así que algunos días se propiciaban unos encuentros que organizaban los mayorones, como Marcial Vega, (nuestro querido Marcial).
Y se prestaban para el combate su sobrino Josines (mi santo) al que le sobraban fuerzas suficientes para hacer una buena faena y su amigo Toñín Catabes. Encantados de poder calzarse aquellos guantes… Y si fallaba Toñín, se proponía cualquier otro contrincante a ser posible que fuera un cruce de osito Mimosín, Bambi y conejillo Tambor… que diera un poco de juego, con victoria asegurada al sobrino sin parecer amañada, faltaría más!.
Allí se veía atizarse a dos guajes como gallitos de pelea, y cada cual se las arreglaba como podía… y una vez metidos en faena no andaban calculando con qué dan y dónde lo hacen, si no fuera que los que regulaban el combate no permitían los golpes en la cabeza o donde se pudiera dejar marcas… Se peleaba para tumbar al contrincante, con la sangre caliente y con la pericia y el coraje disponibles, procurando dejar fuera de combate a un adversario que, mientras colee, se revolverá contra ti. Y eso es lo que había que evitar, que colease. Lo aconsejable siempre era madrugar, ser rápido, brutal y eficaz en la medida de las posibilidades que ofrezca tu forma física y tu propio cuerpo, tu edad y tu destreza. Quien pelea lo hace para ganar, no para que lo inflen, si puede evitarlo. Si no, lo mejor es no meterse.
Como era de esperar, comportamientos como estos generaban un cierto mimetismo entre los pequeños, tal es así que por aquel entonces, cuando marchó D. José el médico, alquiló la vivienda un banquero que procedía de Vega, recién casado con una moza muy, muy guapona de Inicio llamada Mari. Venía a hacerse cargo de la 1ª oficina de la Caja de Ahorros que se instalaba en el local que fue el bar de Carlos el Recaudador. Tuvieron un crío que se llamaba Pablo el cual empezó a hablar muy tarde. Era ya un chavalín y sólo se limitaba a que los demás le interpretaran cuáles eran sus deseos… qué quieres mi niño? Mmmmm Mmmmm, ah! La cartera?, las pinturas?.... entonces a estos guajes, no se les ocurre otra idea mejor que provocar el enfrentamiento con otro chavalín similar. Elegían a Richard el nieto de Rosario la Asturiana y Pepón. Los ponían enfrentados y los empujaban como quien no quiere la cosa hasta que llegaban a las manos… Los guajes se divertían y disculpaban su maniobra disfrazándola de terapia rehabilitadota del habla.
- ¿Qué habrá sido de esos chicos? Igual les quedó un trauma… le preguntó escandalizada.
- …pues de Richard no tengo referencia alguna, no sé qué habrá sido de su vida, pero Pablo por ahí anda, por estos aledaños, ya adulto, seguramente casado y sin aparentes traumas infantiles… no recuerdo si se le soltó la lengua con esta práctica, pero de lo que estoy seguro es que tanto Richard como Pablo han sabido defenderse en la vida… y que en el momento preciso habrán puesto en práctica la máxima aprendida “no hay mejor defensa que un buen ataque”
Como hemos podido comprobar, y así nos lo ha contado Gilio cuando seguimos su jornada de boxeo, es que a pesar de los enfrentamientos cuerpo a cuerpo a los 6 años, incluso con unos pocos más, la amistad no tiene peligro de derretirse, ni de caer, ni de tener que reinventarse o cambiar de camino.
Mariajesús Morla