Seis...

La Isla de Flores está en el Río de la Plata, a pocos kms de la orilla uruguaya, allí hubo un lazareto, capilla, faro. Hoy sólo está el faro y el esfuerzo de un grupo de gente que quiere recuperarla. Las primeras monjas de María Auxiliadora que llegaron a América entraron por allí, en 1877, y para conmemorarlo se instaló una imagen de María. Este relato es "El faro de la Isla de Flores".
"... señor, creo que ya sabemos por qué el faro estuvo apagado anoche... el viejo..." El prefecto miró con asombro al auxiliar desde su lugar en el patrullero 25 de Agosto. No esperaba oír una noticia así. El faro de la Isla de Flores se apagó a la madrugada cuando todavía el río estaba en penumbras y pensó que un problema técnico lo había mantenido a oscuras. El viejo había salido indemne de tantas tempestades que no podía entender cómo es que había llegado su hora en una noche tan serena como la de la víspera.

Hacía muchos años que cumplía con su labor de iluminar esa porción del río particularmente peligrosa para los navegantes nocturnos. Pensó que iba a extrañar su saludo de todas las mañanas cuando se reportaba sin novedad. Lo veía a diario e intercambiaban unas pocas palabras. Sentía por él algo parecido al afecto aunque nunca hubiera podido definir su sentimiento. Se bajó de la lancha e hizo pie en la isla, por primera vez pisaba esa porción de suelo oriental.
Entró en la habitación. Le llamó la atención lo ordenado que estaba todo, la cama sin deshacer, la ropa limpia apilada sobre una silla, el piso de cemento parecía recién barrido y sobre la mesa había varios sobres sin destinatario. Eran ocho, exactamente, enumerados con prolijidad. El viejo no estaba allí, el auxiliar lo había encontrado yaciendo en los primeros escalones de la escalera caracol del faro. Tal vez por eso, porque no estaba en la habitación, no pudo resistir la tentación de llevarse los sobres, aún sabiendo que no estaba permitido y que se exponía a tener problemas con su superioridad. Los guardó entre sus ropas y sorteando el cuerpo del hombre subió los setenta escalones del faro y por primera vez apreció la magnífica vista de su ciudad natal. Íntimamente le pidió perdón al farero por semejante intromisión y bajó despacio.
Esa misma mañana se hicieron los arreglos necesarios para cambiar la potente lámpara que se había quemado. En la lancha patrullera se trasladó el cuerpo del viejo al puerto de Montevideo, allí se ocuparon de él y el prefecto siguió con sus tareas habituales. Por la noche se le comunicó que debía hacerse cargo de la guardia del sargento primero Antúnez, quien había sido enviado en comisión al río Negro. Parecía una noche tranquila y al quitarse la chaqueta para descansar un rato, encontró los ocho sobres que había tomado de la mesa del farero. Los abrió uno por uno y encontró ocho cartas escritas con letra prolija. En uno de ellos había un par de fotografías...
Uno
Isla de Flores, 15 de marzo de 1975
Querido hijo,
Hoy, día en que el faro, mi faro, fue declarado patrimonio nacional, he decidido romper el silencio que me acompaña dsde hace tanto tiempo. No quisiera morir sin que supieras quién fue tu padre. De tu madre todo lo sabes, te ha dado la vida, te ha criado y por lo que sé, aún vives a su lado. Haces bien, si yo hubiera tenido madre a los veinte años, tal vez hoy estaríamos juntos tú, la hermosa María y yo.
Soy montevideano, como tú. Nací en Pueblo Santiago Vázquez, antiguo y con olor a río. Desde la ventana de la cocina de mi casa yo oía el casi imperceptible golpeteo del río Santa Lucía sobre la orilla. Allí jugaba de niño y cuando me hice más grande fue testigo de mis primeros amores. Será por eso que siempre supe que mi destino estaba ligado al río.
Me enrolé en la Marina de Guerra en un alarde de coraje. A duras penas soporté seis meses de régimen estricto de madrugones y ejercicios forzados todo el día. Cuando pude hacerlo, cambié de rumbo y me inscrbí en la escuela de la Marina Mercante. Allí me hallaba más a gusto y pronto podría satisfacer mis ansias de levar anclas y partir. Eso creía entonces, que con solo desear algo fervientemente, se cumplía. Por ese tiempo murió mi madre, el ancla que sostenía mi pobre barcaza en la orilla del río. Después, las tempestades se sucedieron y no fui capaz de comportarme como un buen patrón, mi barca se destruyó y yo quedé a la deriva. Tu madre y tú fueron mi tabla de salvación.
Ya se está poniendo oscuro. Debo dejarte. Tengo que subir al faro y encenderlo. En realidad se enciende automáticamente pero yo debo controlar que eso suceda y que todo esté en orden. La seguridad de muchos navegantes está en mis manos. Estoy orgulloso de mi trabajo. Por fin, en el ocaso de mi vida, el destino me asignó una tarea útil. Te abraza, tu padre

Seguirá....

"El Faro de la Isla de Flores" (2)
Isla de Flores, 3 de mayo de 1975
Querido hijo:
Perdóname por no escribirte antes. Es que he estado enfermo y ahora que me siento mejor quisiera contarte cómo conocí a tu madre. He soñado con ella. ¿La fiebre, tal vez? Nunca he podido olvidarla, no me he esforzado tampoco en pensar en otras mujeres para que se haga una rendija por donde se vaya su imagen adorada. Mi relación con otras mujeres no hizo más que ahondar la diferencia entre ella y las demás.
Cuando estaba pronto para zarpar en el segundo viaje de la Compañía que me había contratado, se produjo una asonada militar que nos impidió salir a todos los que estábamos en jurisdicción portuaria. María, a la sazón empleada en la Administración Nacional de Puertos, y yo estábamos en la misma oficina cuando llegó la orden de no salir de allí. Mirarnos y reconocernos como hombre y mujer que estaban buscándose y que por fin se habían encontrado, fue un solo paso. Poco importaron los disparos que atravesaron el puerto aquella tarde, ya estábamos juntos y nada podría dañarnos.
Mi barco salió después de tres días de incertidumbres y María, en el muelle diciendo adiós. Y yo pensando en el regreso. El viaje fue largo, más largo de lo previsto, pero cuando el "Cabo Polonio" entró en la bahía, allí estaba la dulce María esperándome. El recuerdo de ese reencuentro quisiera llevármelo cuando me vaya a la eternidad. Lo atesoro en mi memoria desde entonces porque es para mí el hecho más perfecto de mi existencia, que una niña como María, tu madre, estuviera aguardándome. A mí, que hacía años nadie se preocupaba en saber si estaba vivo o muerto.
Nos casamos al mes siguiente, antes de que volviera a zarpar mi barco mercante. Me desgarraba el corazón abandonarla en la ciudad, pero ése era mi trabajo, lo que yo sabía hacer, y ahora éramos dos, había que trabajar para mantener la casa.
Estando en el puerto de Santos me alcanzó una carta suya. Estaba ansiosa por decirme que en pocos meses más seríamos tres. No puedes imaginar, hijo, qué emoción y qué orgullo sentía cada vez que repasaba esas pocas palabras. Pensaba que mi vida valía la pena.
Te quiere, tu padre

Tres
Isla de Flores, 18 de junio de 1975
Querido hijo,
No estuve aquí cuando tú naciste. El viaje que me mantuvo lejos fue largo, llegamos hasta Singapur, y yo enfermé allí. ¡Comiendo pescado! Yo, que me crié pescando a orillas de mi río, me envenené la sangre tan lejos de casa y sin que hubiera un médico cerca que aliviara los atroces dolores de mi cuerpo. ¡qué estaba haciendo! Tú y yo llorábamos al mismo tiempo, sin conocernos y separados por una inmensidad.
Cuando pude regresar a Montevideo no había nadie esperándome en el muelle. Estuve horas atisbando desde la cubierta, hasta que el capitán me obligó a bajar. Caminé por las calles empedradas buscando, ya en la oscuridad, la sombra de la mujer amada. Lentamente caminé las cuadras que separaban el puerto de mi casa, de nuestra casa. Cuando llegué a la puerta una desconocida me atendió y no supo darme noticias de mi familia.
¿Sabías tú que tu padre te amaba sin conocerte? ¿Adónde se fueron? ¿Por qué se fueron?
Te abraza, tu padre

Cuatro
Isla de Flores, 24 de diciembre de 1975
Querido hijo,
Son las once de la noche. Una hora, sólo una hora falta ara que el Salvador nazca nuevamente. Si los milagros fuesen posibles aquélla Navidad me hubiera traído tu risa de niño pequeño, la voz serena de tu madre, los ruidos familiares de una casa con vida. Pero las Navidades pasaron unas tras otras y no los reencontré.
Una tarde, mientras estábamos en alta mar, echado al sol en la cubierta en mi hora de descanso, se acercó otro marinero a quien yo consideraba mi único amigo entre la tripulación. A él yo le había confiado la tarea de avisar a tu madre de mi enfermedad y que no podría llegar a casa para la época del parto como lo habíamos planeado. Estuve tres meses en un hospital en Singapur y luego me enviaron a una casa de reposo para recuperar fuerzas. El barco hiizo dos viajes más hasta que me permitieron volver a mi país. Ya te conté cómo fue el regreso.
Los amigos, hijo mío, tienen un valor extraordinario, inestimable cuando son verdaderos amigos, pero si esto no es cierto, la deslealtad, la traición, están al acecho. Mi amigo no era tal y esa tarde, empujado por el remordimiento, me dijo la verdad. Cuando llegó a nuestra casa y vio a María sola, embellecida por la maternidad, cambió su amistad conmigo por la traición. Le dijo que yo había muerto en Asia y que le había pedido a él que se ocupara de ustedes. Tu madre no lo aceptó y se fue con su vientre a punto de parir quién sabe adónde.
Me incorporé lentamente, cegado por la rabia y la impotencia. Con mis manos grandes y fuertes aferré su cuello, No sentí pena por lo que estaba haciendo y cuando el hombre cayó, inerte, me pareció oír la voz de tu madre que entre sollozos me decía que había matado la única posibilidad de reencontrarnos. El resto de la travesía lo hice en un calabozo improvisado en la bodega del buque.
Ya son las doce, el Niño Jesús ha nacido. Feliz Navidad, hijo querido.

Cinco
Isla de Flores, 8 de febrero de 1976
Querido hijo,
El hombre traicionero, el que yo creía mi amigo, perdió la vida y yo la mía. si soy un enamorado del mar es precisamente porque el horizonte es el límite de la libertad y nunca se pierde porque el horizonte llega hasta el infinito.
Purgué mi condena, estuve diez años en la cárcel.
Nunca dejes que el odio te ciegue, lo único que se logra es vivir prisionero no sólo físicamente sin o en el calabozo de la amargura, del que es casi imposible liberarse.
Tu padre

.... continuará....

Seis
Isla de Flores, 10 de marzo de 1976
Querido hijo,
Siempre que el barco mercante donde yo perdí mi honor recalaba en el puerto de Montevideo, el capitán iba a visitarme a Punta Carretas. Tenía amistad personal con el Prefecto Nacional Naval y cuando yo estaba a punto de dejar la cárcel me ofreció venir a vivir a la Isla y ocuparme del mantenimiento del faro. Esa es la razón por la que me encuentro aquí. No deseaba volver a navegar. No tenía ningún deseo, en realidad. Sólo hubiera dado lo que me quedaba de vida por encontrarte a ti y a tu madre.
Al principio la vida en la Isla me mantuvo activo, tenía muchas cosas por hacer aquí. Había estado casi abandonada, salvo por el faro que se había mantenido en funcionamiento por razones de seguridad. Diariamente la Prefectura pasaba por aquí, igual que lo hace hoy. Traían algunos alimentos, ropa, a veces dejaban semillas para hacer una pequeña huerta que, como verás, es muy difícil de mantener. En este suelo pedregoso sobra humedad pero falta tierra. También me dejaban el diario del día anterior, que yo leía hasta la última página. Era el único nexo con el mundo.
En las noches tormentosas la soledad en este paraje es inconmensurable. Los relámpagos atraviesan la Isla y los truenos se adueñan del lugar, la luz del faro no es suficiente para ahuyentarlos. Esas noches me hacen dar cuenta de lo pequeños que somos los seres humanos ante la fuerza de la naturaleza. A la mañana, cuando todo pasa y vuelve a brillar el sol, me siento mejor.
¿Temías a las tormentas cuando eras un niño pequeño?
Te quiere, tu padre

Siete
Isla de Flores 15 de marzo de 1976
Querido hijo,
Esta mañana el oficial de Prefectura no vino sólo con el marinero como lo hacen a diario. Con ellos venía una mujer de mediana edad que yo al principio no reconocí. Solamente sus ojos eran los mismo de antes, aunque ahora lleva anteojos. Con cuidado bajó de la lancha y me pidió pasar a mi habitación en el faro para conversar tranquilos.
El capitán del barco mercante la había buscado y no le fue difícil ubicarla. Me dijo que nuestro hijo había sentido el llamado del río como su padre y que pertenece a la Prefectura Nacional Naval. Me miró largo rato en silencio y después de hablarme de ti dijo que guardaba en su corazón mi rostro joven y enamorado y que con eso había vivido varios años convencida de mi definitiva y mortal ausencia. Como pidiendo disculpas me dijo muy bajito que había unido su vida a la de otro hombre de mar, un pescador. Yo poco pude decirle, hijo. Para ella era casi un fantasma y no tengo ningún derecho a perturbar su vida. Sólo le pedí una fotografía tuya, tal vez tuviera alguna en su billetera. Sí, tenía dos, una de cuando eras un niño de pocos meses y otra de la actualidad, con tu uniforme. Le agradecí profundamente. Nos besamos en la mejilla cuando la sirena de la lancha le avisó que había que irse.
Nos abrazamos con fuerza. Ella prometió regresar a la Isla. Yo no le creí, sólo sentí físicamente el dolor del reencuentro tardío.
Ahora, por fin, tengo la certeza de tu rostro tantas veces imaginado. Mañana cuando vengas en la patrulla te daré el abrazo toda la vida postergado y besaré tu frente de hombre de mar.
Te quiero, hijo y, por favor, dile a tu madre, a mi dulce María, cuánto la he amado.
Tu padre.

Ocho
Isla de Flores, 16 de marzo de 1976
Querido hijo,
El rugido de mi pecho no me deja descansar esta noche. Es cada vez más furioso. Como el mar cuando lo azota la tormenta. Creo que voy llegando a mi puerto de destino...

"Las Alas del Río" - Editorial Dunken - Buenos Aires, 2011

Deseo que les haya gustado! Un abrazo, Nieves
Respuestas ya existentes para el anterior mensaje:
¡Buenos dias! ¡Hola Nieves! pues sí, me ha gustado tu escrito, ese diario en forma de cartas, ¡gracias por compartirlo! Pero la característica entre otras es esa cierta nostalgia, tristeza que te dije el otro dia.

Espero que sigas con tus escritos.... son un placer leerlos.