Universidad laboral de gijon...

Universidad laboral de gijon

La actividad docente arrancó con 408 niños de Asturias y otras diez provincias y con la mayor parte del complejo aún en obras
La Universidad Laboral, la primera de España, empezó a recibir a sus alumnos en 1955
« ¿Por qué la Universidad Laboral tiene la entrada de espaldas a Gijón?». La pregunta le asaltó hace ya más de medio siglo a uno de los arquitectos que, poco antes de la inauguración de la obra de Luis Moya, participaron en una sesión monográfica sobre el magno edificio encargado por la Fundación José Antonio Girón. El propio Moya le respondió aludiendo a la práctica y a la estética. «Porque de Gijón vienen los vientos más fuertes, de los que hay que protegerse. (...) Hay otra razón: quisimos proteger la fachada de miradas prematuras. Cuando se haga la avenida que ya se proyectó, la fachada se verá desde la distancia en que queremos que se vea», esto es, obligando al visitante a rodear toda la obra. Era 1955 y el gran conjunto se preparaba para recibir a sus primeros alumnos.
Ha pasado más de medio siglo y la Universidad Laboral, resucitada tras un importante periodo de abandono, ya sólo dedica a la educación una parte de sus espacios. Otros han sido transformados para acoger congresos y actos culturales. Pero a pesar de estos cambios, a pesar del paso del tiempo, su torre sigue siendo el principal vigía de la ciudad, aún habiendo pasado 55 años dándole la espalda a Gijón.
El germen de este proyecto fue, a principio de la década de los 40, un grave accidente que costó la vida a ocho mineros en la cuenca del Caudal. Durante el funeral de las víctimas, el Ministerio de Trabajo acordó con las autoridades gijonesas la creación de un orfanato minero y en octubre de 1945 se constituyó con este fin la Fundación José Antonio Girón, con sede en la calle de La Merced, que tomaba el nombre del entonces ministro de Trabajo. Esta fundación se marcó como objetivo la formación cultural, moral y profesional de los niños huérfanos cuyos padres hubieran fallecido en accidentes mineros y proyectó para ello un edificio, con capacidad para un millar de alumnos, que debía contar con aulas, instalaciones deportivas, talleres y dormitorios, entre otras instalaciones.
Orfanato minero
El 14 de junio de 1946 el Ministerio de Trabajo emitió una orden en la que encargaba a la fundación «las obras para la edificación del orfelinato minero que instruye este Departamento de Trabajo en Somió-Gijón» y, con ese fin, en 1948 concertó un préstamo por 80 millones de pesetas. Ese mismo año, en abril, comenzó la obra, tras las oportunas expropiaciones en Somió, Cabueñes, Deva, Castiello y Santurio.
En abril de 1950, dos años después del inicio de la construcción de lo que debía ser un orfanato minero, José Antonio Girón anunció en un acto en Sevilla su intención de crear varios centros para la formación de los hijos de los trabajadores, inspirado en la Universidad del Trabajo de Charleroi, en Bélgica. Nacían de esta manera las universidades laborales de Gijón, Córdoba, Sevilla, Tarragona y Zamora. La Fundación José Antonio Girón finalmente no fue capaz de asumir los costes de la obra en Gijón, por lo que en 1954 cedió todos sus bienes a la Caja de Seguros de las Mutualidades Laborales, con la obligación de que becara en la medida de sus necesidades para que pudieran estudiar allí a los hijos de sus mutualistas.
El primero en llegar
Las puertas de la Universidad Laboral se abrieron a los alumnos en octubre de 1955, hace ahora 55 años. César Menéndez fue el primero en pisarla, un día antes que cualquiera de sus compañeros. «Vino un taxi a buscarme a Gijón y me llevó hasta allí con mi madre. Ella estaba preocupada porque no había llevado ni pijama ni nada, pero una de las monjas le dijo que no se preocupase, que ellos nos lo daban todo», recuerda más de medio siglo después. Esa noche de octubre de 1955 César durmió sólo en un gran dormitorio con capacidad para un centenar de niños. Al día siguiente empezarían a llegar sus compañeros de promoción.
Ese primer año de actividad, la Universidad Laboral acogió en total a 408 niños. 111 eran asturianos y el resto llegaron de Cataluña (64), Valencia (4), Aragón (12), Vizcaya (37), Andalucía (37), Castilla la Nueva (61), Castilla la Vieja (27), Extremadura (8), Galicia (18) y León (22), casi todos ellos hijos de trabajadores de la construcción. Aunque los llegados desde otras provincias, y muchos asturianos, estudiaron como internos, también había alumnos que cada día se acercaban desde Gijón. «Hasta que en 1958 se compraron dos autobuses, se les dejaron bicicletas BH para que vinieran desde Gijón a la Laboral, porque si no la única forma que tenían de ir a clase era con el tranvía, que les dejaba en La Guía».
¿Qué sintieron esos niños cuando empezaron a vivir en el gran complejo diseñado por Moya? A tenor del testimonio de César Menéndez, cuanto menos incomodidad. «Nos la encontramos totalmente en obras: la iglesia, el teatro, el patio, la torre. Había andamios en casi todo y así estuvimos dos años».
Trágica inauguración
Durante ese primer curso se habilitó un dormitorio para iglesia y otro para salón de actos, ya que el teatro no estuvo listo para su presentación hasta 1958 -se inauguró trágicamente en la apertura del curso 58-59, con un acto durante el cual uno de los alumnos, al romperse un tablón, cayó al suelo y perdió la vida ante la vista de todos-. «Dicen que cuando Luis Moya quitó los andamios, puso a sus hijos debajo para demostrar que aquello no se caía, pero es falso. Luis Moya no tenía hijos, sólo dos hijas. Allí no se puso a nadie», recuerda.
Cuando se completó, la Universidad Laboral sumaba 270.000 metros cuadrados de superficie y 55.000 de fachadas, lo que le convertía en el mayor edificio de España. Tenía un patio central de cuyas dimensiones presumía Luis Moya por ser las mismas que las de la veneciana plaza de San Marcos, un conjunto de edificios de uso diverso, integrados en una misma pieza pero de muy diversa tipología -«el teatro tiene que tener fachada de teatro, la iglesia traza de iglesia, y los pabellones no pueden parecerse ni a teatros ni a iglesias», argumentaba su autor-, y una torre de cien metros que es aún hoy, 55 años después, cielo y vigía de Gijón.