DE LO QUE LE SUCEDIÓ A UN RAPOSO QUE SE ECHÓ A LA CALLE Y SE HIZO EL MUERTO, Amantes del teatro y la lectura

DE LO QUE LE SUCEDIÓ A UN RAPOSO QUE SE ECHÓ A LA CALLE Y SE HIZO EL MUERTO.

Otra vez hablaba el conde Lucanor con Patronio, su consejero, y le dijo así:

_Patronio, un pariente mío vive en una tierra donde tiene tanto poder que puede alejar cuantas injurias se le hacen, y los que tienen poder en la tierra querrían encontrar algún pretexto para atacarle. Y este pariente mío dice que es muy doloroso sufrir estas vejaciones. Y porque yo quisiera que él eligiese el camino más acertado, os ruego que me digáis cómo le he de aconsejar.

_Señor conde Lucanor _dijo Patronio_, para que vos le podáis aconsejar en esto, me place que sepáis lo que le sucedió a un raposo que se hizo el muerto.
Y el conde le preguntó cómo fuera aquello.

_Señor conde _dijo Patronio_, un raposo entró en una noche en un corral de gallinas; y estando ocupado con las gallinas, cuando quiso irse se dio cuenta de que ya era de día y las gentes andaban por las calles. Y cuando vio que no se podía esconder, salió rápidamente a la calle y se tendió como si estuviese muerto.

Y cuando la gente lo vio pensó que estaba muerto y ninguno se preocupó de él.
Al cabo de un rato pasó por allí un hombre, y dijo que los cabellos de la frente del raposo eran buenos para ponerlos en la frente de los niños para que no les echen mal de ojo. Y trasquiló con unas tijeras los cabellos de la frente del raposo.

Después vino otro y dijo eso mismo de los cabellos del lomo; y otro de las ijadas. Y tantos fueron los que dijeron cosas semejantes que lo trasquilaron todo. Y por todo esto, nunca se movió el raposo, porque entendía que no le hacía ningún daño perder estos cabellos.

Y después vino otro y dijo que la uña del pulgar del raposo era buena para protegerse de los panadizos, y se la quitó. Y el raposo no se movió.

Poco después vino otro que dijo que el diente del raposo era bueno para el dolor de las muelas, y se lo sacó. Y el raposo no se movió.

Y, al cabo de otro rato, vino otro que dijo que el corazón era bueno para el dolor de costado, y echó a su cuchillo para sacarle el corazón. Y el raposo vio que le querían sacar el corazón y que si se lo sacaban no podrían volver a recobrarlo y perdería la vida, por lo que pensó que era mejor aventurarse a cualquier cosa que le ocurriese antes que perder la vida. Y se aventuró y logró escapar.

Y, vos, señor conde, aconsejad a vuestro pariente que si Dios le echó en tierra donde no puede extrañar lo que hacen, como él querría o como le interesaba en cuanto que las cosas que le hicieren fuesen tales que se puedan sufrir sin gran daño y sin gran mengua, que dé a entender que no se siente de ello y que les dé pasada;
pues en cuanto da el hombre a entender que no se tiene por maltrecho de lo que contra él han hecho, no está tan avergonzado; pero desde que da a entender que se tiene por maltrecho de lo que ha recibido, si en adelante no hace todo lo necesario por no mostrarse ofendido, no está tan bien como antes. Y por ello, a las cosas pasajeras, pues no se deben tomar en cuenta, es mejor ignorarlas, pero si llegase el hecho a alguna cosa que suponga gran daño o gran ofensa, entonces no se la deje pasar ni se la sufra, pues es mejor la muerte defendiendo el hombre su derecho y su honra y su estado que vivir pasando en estas cosas mal y deshonrosamente.

Y el conde tuvo éste por buen consejo.
Y don Juan lo hizo escribir en este libro e hizo esto versos que dicen:

Sufre las cosas en cuanto debieres,
Extraña las cosas en cuanto pudieres.

Samaniego.