UN SUEÑO DE VERANO, Burgos

UN SUEÑO DE VERANO

Un día me levanté con un amargo sabor de boca debido a un precioso sueño. Soñé que todo el mundo sonreía a mi paso, y yo a mi vez, estúpidamente a todo el que me encontraba en el camino. Mis diálogos eran igual de insulsos, y decía a todo que sí, nada me desagradaba o por lo menos no lo podía expresar y lo pasaba mal. Si alguien me hablaba era para desearme parabienes, y bien sabía que eran fingidos.
Tuve la sensación de que mi mundo había cambiado. Nada era real. Si todos opinaban así, acabaría por creérmelo y nadie me identificaría, ni siquiera yo.

Lo primero que hice al despertar fue la firme promesa de que eso nunca más. Llamaría por su nombre cada una de las cosas, personas, situaciones en que me encontrase, y les diría lo que opinase sobre ellos y sus actuaciones. Ya volvía a ser yo misma y por suerte, el sueño se había evaporado, como por arte de magia.

A partir de ahora ejercería la crítica sana, con alternativas. Esto ya sé que implica nobleza de espíritu, y me iba a alejar definitivamente de otras posibilidades, en que precisamente se requiere ser puramente falsa, de esas personas que por su idiosincrasia no pueden permitirse el lujo de decir lo que piensan en cada momento; porque no saben expresarse, o porque puedan perder votos; útiles para acceder a algún cargo público.

Yo conozco algunas y algunos que me da mucha pena que no puedan hacer como yo, y que tengan continuamente que poner excusas para no hablar con alguien, que no puedan descolgar el teléfono, que alguien tenga que decir que no están porque no serán capaces de contradecir a su interlocutor, y si les pillan les dirán que sí. Algo que luego no podrán cumplir, sólo para quitárselos de encima.

Luego esa imagen tan dorada que persiguen queda como unos zorros, a pesar de tanta sonrisa postiza.

A partir de mi sueño comprendí que es más importante ser una misma. A la larga, y pasando el tiempo, creo que me reportará muy buenos amigos esta práctica de la vida. Apartará a los que no lo son, y con ello nada perderé, pues una corre el riesgo de no pisar tierra firme, y encima no saber cual es la verdadera situación. Yo, desde luego, por malo que sea, prefiero lo fiable.

La sonrisa falsa se ve a la legua, y se requiere un buen dominio del arte dramático. No está al alcance de cualquiera tener de si mismo una buena interpretación. Para ver una farsa, está bien; pero para el día a día, dame la sinceridad, por favor.

Un artículo en PONME UNA CAÑA - DIARIO DE BURGOS 2002