Camen, ahí te mando parte de un cuento, que es muy...

Hola Estrella:
es un canal que se ha abandonado, que yo lo llamo el canal viejo. Estoy, justo encima, pero la sombra hace parecer que esté dentro. Lo que dices que puede ser granizo o hielo, es hormigón. La tierra lo agrieta día por día. En él crecen árboles, pues es el único sitio casi que dejan libre. Aquí los campos se explotan al cien por cien. No sólo roturan las tierras algunas veces, sino que también otras, los caminos, al ras. Apenas si se respetan lindes, donde no hay un camino de concentración. Junto al río, siembran hasta el mismo límite, algunas veces. Y si sale alguna mata, se arranca. Todo lo que no sea labrado, sobra. Algunas veces los caminos se sulfatan también. Los árboles lo tienen muy difícil, y no es porque no se den sino porque no les le deja salir.
Ahora ya los están plantando en algunos sitios que no se pueden sembrar, claro, y cuesta que arraiguen. Todo es acostumbrarse, y sembrar donde tengas posibilidad y sea tuyo. Donde apenas no hay árboles, si ves alguno, te llena de alegría, ver cómo, a pesar de la dificultad, todavía arraigan.

Ahí, junto a ese canal olvidado voy a poner algunos árboles: pinos y sabinas junto a frutales. No es la primera vez, pero si quieres tener árboles, tienes que vallar la tierra, si no, no te queda nada.

Antes de la concentración pusimos chopos, y nos los cortaban constantemente, o los quemaban, algunas veces. Dan sombra y eso no gusta por aquí. Pero si es tu tierra, y la proteges, al final creas un propio ecosistema. Se necesita tiempo, desde luego. Luego es una tierra muy agradecida, pues ya lo hemos experimentado en otra tierra y da gusto. Parece otro tipo de paisaje. Un oasis de árboles en medio de un páramo. Te tienes que procurar tu propia parcela, y que los demás, en las suyas hagan lo que quieran. Saludos cordiales.

Camen, ahí te mando parte de un cuento, que es muy largo. Lo tengo escrito hace ya bastante tiempo.

LOS JUEGOS DE MÉRAMI

Mérami era una niña solitaria, aunque tenía mucha gente a su alrededor. Cuando se iba a jugar, prefería estar sola, pues su interés por cualquier cosa, le servía para distraerse y pasarlo bien.

Su madre la buscaba y preguntaba por ella:

-Mérami ¿dónde estas? ¿Qué estas haciendo?

Y Mérami que no estaba lejos, le contestaba:

-Estoy jugando mamá.

- ¡Ah! hija, ¡estás ahí! No te había visto. La verdad es que no sé lo que haces tanto tiempo, te entretienes con una mosca.

-Sí mamá, ya voy. Lo que no le diré a mi madre, la niña pensaba pera sus adentros, es que también me entretengo viendo cantar a un grillo.

-Pero dime mamá, ¿para qué me llamabas?

-Ven a merendar hija, que ya se está haciendo demasiado tarde, y se te va ajuntar con la cena.

Era un verano de no sé que año. Era cuando la vida en los pueblos se vivía tranquila, sencilla, y de forma sosegada. Era cuando las gentes no tenían prisa, ni tanto agobio con las fechas, los compromisos sociales, ni los horarios para acudir a los trabajos, ni a comprar no sé que cosa, ni a estudiar, ni hacer miles de diligencias burocráticas que siempre resultan interminables.

Como todos los veranos, Mérami estaba de vacaciones del colegio, por lo que junto con la tranquilidad del pueblo, el tiempo no contaba para nada ni para nadie. La vida se vivía minuto a minuto, sin darle importancia al tiempo que se empleaba para cada cosa.

Cada día al despertar, Mérami veía como entraba por la ventana de su habitación un Sol radiante y luminoso; claro está, los días que amanecían sin niebla y sin nubes, que por otra parte en verano, eran muy pocos los días que amanecían nublados.

Aquel día no podía ser menos, la potente luz se filtraba por los agujeros de las contraventanas. Éstas eran muy viejas, agujereadas por la carcoma, a la vez que también estaban agrietadas por la contracción y dilatación de la madera; debido a la lluvia y al aplastante Sol del verano, por estar las ventanas orientadas al Sur.
Y como os iba diciendo. Los brillantes rayos solares, llenos de cálidos y fulgurantes colores, se movían sin parar en diferentes puntos de la habitación. Raudos, e inquietos y sesgados, atravesaban la atmósfera de la estancia, plasmando un mosaico de colores en las paredes de su dormitorio.
El movimiento era, porque fuera en la calle, pegado a su ventana, había un espléndido árbol plagado de verdes hojas, y la luz solar se filtraba entre las mismas. Éstas movidas por el débil viento matutino, hacían que los efectos especiales para la curiosidad de la niña fuesen perfectos.

Mérami cuando se despertaba, se quedaba largo rato mirando hacia la ventana. La proyección de los colores plasmados en las paredes, parecía una pantalla de televisión, que le distraía y le hipnotizaba, manteniendo su atención atrapada en aquellas motitas de polvo en suspensión: con tonos verdes, rojos, y anaranjados, aquellos colores le fascinaba. A Mérami le parecía que le estaban ofreciendo los mejores dibujos animados de todo los tiempos. Ella no se movía de allí, hasta que los dibujos giraban lentamente y desaparecían por completo.

Un día se vistió deprisa, y bajó la escalera corriendo, pues ya hacía un buen rato que la estaban llamando para desayunar.

Al bajar por la escalera, se fijó en la pared de enfrente. Ésta era del portal de la casa, que dicho portal, daba entrada a diferentes habitaciones, y salida a la calle. Allí tenía su madre colgado un pequeño espejo rectangular. De pronto, según bajaba, vio una imagen de refilón reflejada en aquel espejo. Mérami no tenía conciencia de que era ella. En ese momento sintió curiosidad y decidió subirse a una banqueta para mirarse en aquel pequeño espejo, que para ella estaba colgado demasiado alto.

- ¡Uh! ¡Que fea estoy!
Exclamó convencida de lo que había visto.

-Pero ¿a quién le importa? –Dijo para sí misma-, a mí no, me voy a jugar con mi muñeca. Hasta aquel día, siempre había sido su muñeca la más importante en las historias de todos sus juegos, y a partir de entonces, ella misma, se metió como parte activa de sus fantasías.

Saludos

Estrella