Siempre me imaginaba el mar que se nos ha negado a Castilla, y diré Castilla, una, porque, Castilla la Mancha

Siempre me imaginaba el mar que se nos ha negado a Castilla, y diré Castilla, una, porque mi Castilla es continuación de esta en que habito ahora. Castilla la Mancha y Castilla León son mis dos Castillas a las que mis pasos me llevaron y a las que he intentado unir en mis poemas mediante caminos invisibles y lazos de fuerte sentimiento.
Las horas caían verticales sobre el campo agostado y desde mi casa a la mina (como la llamaba yo) de fósiles, había un trecho; que no me importaba lo lejos que estuviera porque era una aventura que emprendía siempre, y nunca me cansaba de recorrer aquel agostado camino porque una vez allí mis tesoros encontrados me resultaban sorprendentes y muy valiosos para mi. Trilobites, conchas, pequeñas huellas de animalillos marinos en piedras fosilizadas y desgastadas por el tiempo; pero en un enorme secarral en que las horas se aplanaban de tanto calor y sofoquina. Y yo me afanaba en la búsqueda de los restos del mar en mi tierra sintiendo hasta frescura, e ignorando el calor que sobre el campo pesaba.
También había, y hay, afortunadamente sombras de sabinas y pinos de todos los tamaños junto a grandes rocas llenas de oloroso té de piedra de incalculable valor, del que apenas me queda unas briznas que guardo celosamente como otro tesoro mas de los que acumulo en mi casa en recuerdo de mi tierra.
A esas alturas del verano también los campos se vestían de espliego de fuerte y penetrante aroma y que ya entonces nadie cosechaba, como antaño lo hicieran mi abuela y mi padre, sin tregua alguna. Ya nadie lo recoge porque nadie los necesita. Quizás los siembren en unos campos más llanos y luego se cosechen fácilmente porque en este pueblo mío su recogida era y es harto difícil y nada accesible. Entonces se hacía con una mula y eso era más llevadero. Sin embargo, las abejas siguen libando las esencias de esos montes de Castilla en su genuina miel alcarreña.
Total, que en medio del calor imaginaba el mar que había habido y que ya no estaba, pero sí los vestigios en forma de fósiles dándome la prueba marina de su existencia de un tiempo remoto y muy lejano; y con ellos emprendía la vuelta a casa pero deteniéndome en mi manantial favorito a beber el agua poco a poco para que me dejase saciada.
Guardo aquellos fósiles también, que afortunadamente no se comen, porque si no ya no me quedaría ninguno. Así cuando siento nostalgia los extiendo en una mesa y me paso las horas muertas mirándolos mientras me tomo una infusión de té o de menta poleo y me imagino allí en mi pueblo, y en mi mina persiguiendo las pruebas de la existencia del mar en Castilla mientras las mariposas, también ajenas al calor, revolotean en medio de los campos posándose sobre las margaritas de tallo alto que siguen floreciendo a pesar de todo y para contrarrestar el olvido y la desidia de mi tierra.