La diligencia....

La diligencia.

La España vacía tiene mucho que ver con la asimetría de equipamiento surgida de una política sin proyecto estratégico.

Ignacio Camacho.

Actualizado:

03/01/2019 00:24h.

Ese tren extremeño es una burla hiriente, vejatoria, contra la cohesión de España. Y hasta contra las leyes de la física mecánica, porque apenas hay diferencias entre cuando está parado y cuando anda. El modelo de desarrollo a dos velocidades que quiso impedir la estructura autonómica, ahora tan denostada, aún rige en buena parte de la organización ferroviaria. Existe un AVE rutilante, prototipo tecnológico de nación avanzada, que convive con vetustos trenes del siglo pasado, si no del anterior, en muchos trayectos de media distancia. Una ciudad de un cuarto de millón de habitantes como Granada ha estado tres años sometida por pura incompetencia a una incomunicación sádica. El despliegue de la red puntera, que es un acierto incuestionable, sólo tiene sentido combinado con un sistema racional de escala mediana. El contraste chirriante entre regiones modernas y atrasadas proyecta una idea de desigualdad discriminatoria que genera entre la población preterida una amarga sensación de desconfianza. El esfuerzo de equilibrio territorial que propició el ingreso en la Europa comunitaria se ha descompensado en los últimos años de forma clara. Hay un país hiperconectado, con ferrocarriles rápidos, aeropuertos de última generación y banda ancha, y otro sumido en la soledad y el aislamiento de las viejas sociedades agrarias. La llamada «España vacía» tiene mucho que ver con esa asimetría de equipamiento generada por una política sin previsión estratégica y atenta sólo al relumbrón y la propaganda.

El caso de Extremadura es el paradigma de esa dualidad dramática. La modernización de su ferrocarril quedó supeditada al AVE a Lisboa, una idea de vertebración transnacional tan brillante como necesaria. Pero Portugal canceló su parte del proyecto y la comunidad se quedó descolgada, o más bien colgada de un transporte primario, lento, infradotado, impropio de la civilidad contemporánea. Una suerte de diligencia desvencijada, pero no como la de John Ford sino como aquella en que Groucho aprovechaba el traqueteo para saltar sobre el regazo de las damas. Entre la nada y el todo, ha salido nada; nadie se ha ocupado de sustituir la fallida alta velocidad por una línea de prestaciones sensatas. La utilidad social de la inversión ha sido desestimada en un cálculo cínico de rentabilidades inmediatas. Y como los extremeños no formulan delirios victimistas ni reclamaciones identitarias, como los gobierna un tipo razonable como Fernández Vara, como no fomentan la desafección ni cuestionan la unidad de la patria, continúan atrapados en un bucle de abulia insolidaria que da la razón a quienes piensan que en este país sólo progresan los que saben convertir su problema en una causa. Y si tardan, como el otro día, ocho horas de Badajoz a Madrid, les piden una disculpa de protocolo sin darles siquiera las gracias por aguantarse las ganas de armar una asonada.

Ignacio Camacho.

Articulista de Opinión.