EL CONTRAPUNTO....

EL CONTRAPUNTO.

Cumplir lo prometido.

Oponerse a los desatinos de Sánchez es faena suficiente para que Casado y Rivera unan fuerzas en vez de seguir tirándose los trastos a la cabeza.

Isabel San Sebastián.

Actualizado:

09/05/2019 00:08h.

La política española se ha envilecido de tal manera con el transcurso de los años que nadie otorga valor alguno a la palabra de un candidato. Es más, se da por hecho que las promesas formuladas en campaña son papel mojado y se entiende que, en la práctica, la ética y los principios han de retroceder ante el interés económico. Esa concepción utilitarista de la cosa pública, especialmente acentuada en el centro derecha, es la que ha prevalecido en el PP durante varios lustros, y a ella se debe la fragmentación de ese espacio en tres partidos y el consiguiente descalabro de las siglas que aglutinaban en exclusiva a esos votantes. Cuando una formación pierde sus referencias ideológicas y se convierte en una mera máquina de conseguir o conservar el poder, está empezando a morir. Que es exactamente lo que le ocurría al PP hasta que Pablo Casado se hizo cargo de los mandos. Sus posaderas son las que recibieron el pasado 28-A la patada de los electores decididos a emigrar mucho antes de que él asumiera el liderazgo, pero el grueso de la responsabilidad no es suya. Y se equivocará gravemente si confunde «centro» con «relativismo» y trata de recuperar sufragios regresando a las andadas consistentes en asumir mansamente la dictadura de lo políticamente correcto impuesta por la izquierda en todo aquello que no atañe al presupuesto, desde la mal llamada «memoria histórica» hasta la concepción «discutida y discutible» de la Nación, sin olvidar el apaciguamiento estéril ante el desafío secesionista.

Casado concurrió a las elecciones generales con un programa concreto al que debe atenerse, so pena de perder la menguante credibilidad que aun conserva. Idéntico imperativo pesa sobre Albert Rivera, salvo que opte por el suicidio. Porque suicidio sería atender los llamamientos que se le formulan desde ambos lados del espectro para que acuda al rescate de Sánchez y alcance con él algún acuerdo destinado a impedir el arbitraje de Podemos y los separatistas sobre el gobierno de nuestro país. Los mismos que le llamaban «veleta», despreciando la vocación de bisagra con la que nació Ciudadanos, ahora le suplican que diga «digo» donde dijo Diego a fin de evitar la catástrofe. Sucede, no obstante, que muchos de los jóvenes (y no tan jóvenes) que escogieron la papeleta naranja lo hicieron, precisamente, porque otorgan valor a la palabra dada y desconfían de quien la traicionó en el pasado. ¿Ingenuos? Sí. ¿Ilusos? Probablemente. ¿Irresponsables? No. La democracia asigna al pueblo la potestad de colocar a cada político en una determinada posición, cuya responsabilidad es la que le compete.

Los españoles decidieron libremente situar en el Ejecutivo al actual presidente en funciones y en la oposición a los cabezas de cartel de PP y Cs, cuyo compromiso de no pactar con el socialista era igualmente firme. Si cualquiera de ellos rompiera ese compromiso, por activa o por pasiva, estaría cometiendo una deslealtad imperdonable, que sus votantes le harían pagar muy cara. Su obligación por tanto es ejercer la labor a la que están llamados y dejar al vencedor lidiar con su victoria. Tiene 123 diputados y a Iglesias, Junqueras y Ortuzar deseosos de «ayudarle» a cambio de ciertos favores, como colocar en la presidencia del Senado a quien propone celebrar un referéndum de autodeterminación en Cataluña de aquí a diez años: Miquel Iceta. Oponerse a semejantes desatinos es faena suficiente para que Casado y Rivera se arremanguen y unan fuerzas en vez de seguir tirándose los trastos a la cabeza.

Isabel San Sebastián.

Articulista de Opinión.