EN PRIMERA FILA....

EN PRIMERA FILA.

Rufián contra Rufián.

La moderación del republicano no es fruto de la conversión sino de la impostura. Y fingir suele pasar factura en política.

Ana I. Sánchez.

Actualizado:

15/07/2019 23:47h.

El indómito Gabriel Rufián quiere aprender a ser político. De esos que son capaces de negociar y entenderse con otros líderes por un módico precio. Al más puro estilo PNV. Ya sean gobiernos de izquierdas o de derechas, los vascos logran vender muy caros sus escasos diputados: traspasos de competencias por aquí, inyecciones de inversiones por allá y siempre con negociaciones absolutamente opacas. Tanto que los ciudadanos ajenos a la política suelen sorprenderse mucho cuando se enteran de que este partido nunca ha superado los ocho diputados. En los días previos al último reparto del hemiciclo, cuando se conoció la decisión de los socialistas de enviar a Vox al gallinero, manteniendo el partido vasco en la primera fila siendo seis veces más pequeño, un diputado de otra formación resumió así. «En España solo hay dos cosas inamovibles, la Iglesia y el PNV». Nada se mueve en la Cámara sin tener en cuenta a los vascos.

Esto mismo aspira Rufián a conseguir para ERC. En las últimas semanas le hemos visto hablar casi como un estadista de que el país no debe ir a unas nuevas elecciones, desligarse del manifiesto Koiné que aboga por situar al catalán como lengua única en Cataluña, e incluso salir a defender públicamente a Albert Rivera ante intolerables invasiones de su vida privada. ¿Será que habrá madurado? No apostaría por esta causa, sino porque la cúpula de ERC le ha ascendido a portavoz parlamentario con la condición de que se olvide de la impresora, las esposas y las faltas de respeto en el pleno, para meterse en la pomada política.

Hace ya un tiempo que el partido republicano se dio cuenta de que los discursos fieros no sacan tajada, y de que necesita ofrecer algo más que proclamas si quiere convertirse en la fuerza política hegemónica de Cataluña. Es consciente de que solo negociando podrá situar el referéndum como opción real dentro del debate político. Y cree que una vez conseguido, el secesionismo conquistaría la mayoría social y con ella vendría rodado el apoyo internacional. Pero esta hoja de ruta solo es alcanzable desde un discurso transversal. Y ello requiere moderación. Ningún Gobierno va a sentarse a negociar la solución con Cataluña con alguien que antepone el espectáculo al mensaje político. Y los votantes nacionalistas mesurados piensan que estrategias de ese tipo son incapaces de llevar el movimiento secesionista a alguna parte seria. ¿Cómo se ha convertido Rufián en portavoz parlamentario? Probablemente porque no había nadie más. Con Oriol Junqueras en prisión, Marta Rovira huida en Suiza y Joan Tardà abandonando el Congreso cansado de «lo difícil que está todo», este hijo y nieto de andaluces era el nombre activo más conocido del partido.

¿Llegará a ser creíble su mutación política? Difícil. Para cualquier otro diputado de ERC sería más fácil imprimir cierto giro a su discurso, pero Rufián se extremó tanto en su personaje de independentista irreductible que su principal enemigo es él mismo. La imagen de la impresora le perseguirá el resto de su vida, al igual que el tuit de las «155 monedas de plata» que llevó a Carles Puigdemont a declarar la independencia de Cataluña. Y en la antología de los ultrajes parlamentarios quedará su «PSOE Iscariote» en la segunda investidura de Mariano Rajoy. Siempre hay que dar la bienvenida a las conductas que buscan el acuerdo en la política. Son las que mejor y más rápido hacen progresar a la sociedad. Pero la moderación de Rufián no es fruto de una conversión sino de una impostura. Y simular lo que uno no es, suele pasar factura en la política.

Ana I. Sánchez.

Corresponsal.