«Creíble y verdadero»...

«Creíble y verdadero»

Terrible ejemplo de la importancia de la presunción de inocencia.

Luis Ventoso.

Actualizado:

27/07/2019 00:08h.

Encajonado entre la deliciosa Chelsea y la monumental zona del Parlamento, el barrio londinense de Pimlico resulta gris y deslavazado. Allí se alza el enorme bloque de apartamentos estatales de Dolphin Square, frío e inexpugnable, donde se hospedan diputados de fuera. Al ver el edificio siempre sentía una punzada de repulsión, pues era público que allí se habían producido brutales abusos a menores a cargo de una red de pederastas del establishment británico. Como corresponsal de este periódico hube de ocuparme varias veces de contar la investigación policial al respecto, noticia estelar a finales de 2014 y durante todo el 2015.

Un sensacional testimonio parecía confirmar un rumor que corría por Westminster desde hacía años: un anillo de insignes pederastas, con cargos en el Número 10 y el Parlamento, habían tejido una malla de impunidad para abusar sistemáticamente de menores. Todo se destapó gracias a un valiente testigo, cuyo seudónimo era Nick. Hoy sabemos su nombre real: Carl Beech. En 2014 denunció que su padrastro, un militar, había abusado de él en su adolescencia y que formaba parte de un grupo de pederastas con puestos de categoría. Nick contó su historia a un portal digital de «periodismo de investigación», Exaro, que la vendió a varios periódicos. El asunto interesó a la BBC, que entrevistó a Carl-Nick en uno de sus grandes reportajes de investigación, con su imagen velada. Nick se fue soltando y comenzó a dar nombres de abusadores: el expremier conservador Edward Heath, ya fallecido; Lord Bramall, héroe en el Día D y exjefe del Ejército; Leon Brittan, el inteligente ministro del Interior de Thatcher; dos exdirectores del MI5 y el MI6; y dos diputados, uno laborista y el conservador Harvey Proctor, apartado en su día por contratar a un chapero menor de edad. Nick reveló que había visto a Proctor matando a un chico del que había abusado y aseguró que existían dos víctimas mortales más. Figuras de la élite inglesa habían formado entre tinieblas un clan de pervertidos capaces de todo.

La Policía Metropolitana lanzó la Operación Midland para investigar las denuncias, que costó 2,5 millones de libras, y registró las viviendas de los sospechosos. El detective al frente declaró en televisión que las acusaciones de Nick eran «creíbles y verdaderas». Proctor perdió su empleo y su hogar. Convertido en un paria huyó a España. Brittan murió de cáncer en plena galerna. La sombra de la pederastia empañó sus obituarios. Tom Watson, el todavía número dos laborista, apoyó a Nick y exigió explicaciones parlamentarias a los conservadores. En una entrevista televisiva, el premier Cameron se encontró con que el presentador le esgrimía indignado una lista de pederastas tories.

Ayer, el acusador, Carl Beech, fue condenado a 18 años de cárcel por fraude y obstrucción a la justicia. Pedófilo él mismo, se lo había inventado todo. La historia refleja de nuevo la importancia de la presunción de inocencia, hoy machacada. También pone en solfa al periodismo -y me incluyo- y refleja el sensacionalismo oportunista de la Policía y la clase política. Dura, tremenda lección.

Luis Ventoso.

Director Adjunto.