EL ÁNGULO OSCURO....

EL ÁNGULO OSCURO.

Antisistemas sistémicos.

Entre los vándalos de Barcelona no hay sólo jóvenes indepes frustrados, sino también profesionales de la destrucción.

Juan Manuel de Prada.

Actualizado: 20/10/2019 23:45h.

La imagen de un Gabriel Rufián expulsado por los suyos de una manifestación me ha recordado Los demonios, aquella novela donde Dostoievski probaba a ilustrar la genealogía del nihilismo violento, ese hijo malcriado de la democracia que viene a completar la obra iniciada por sus papás. El gran maestro ruso arremetía en su novela contra esos liberales que se dedicaban a culpar a la religión de todos los males que azotaban al país, mientras educaban en la impiedad y en la satisfacción del capricho a sus vástagos, que empezaban por abjurar de la fe, para después frecuentar cenáculos subversivos y terminar urdiendo atentados. Cuando el padre de la novela descubre con horror los manejos de su hijo le pregunta qué está haciendo; y el hijo le responde cínicamente: « ¡Padre, completo la labor que tú has iniciado!».

Es una dinámica infalible que ahora cobra contornos truculentos en las calles de Barcelona. Hubo unos políticos que organizaron un trampantojo de secesión, culpando a España de todos los males que azotaban al país; y luego vinieron sus hijos dispuestos a completar la labor que ellos habían iniciado. Pero pretender que esta dinámica sea fruto meramente del adoctrinamiento independentista es coger el rábano por las hojas. A fin de cuentas, entre los vándalos que se han dedicado a causar todo tipo de estragos en Barcelona no hay sólo jóvenes indepes frustrados, sino también profesionales de la destrucción, algunos venidos de muy lejanas tierras, englobados en ese prototipo que difusamente llaman «antisistema» por no llamarlo por su verdadero nombre, que es «sistémico»; pues nada hay tan sistémico como un antisistema, que el fruto más granado, el vástago más acabado del sistema vigente.

En el clarividente prólogo de La tournée de Dios, Jardiel Poncela acierta a explicar el origen del proceso desintegrador que corroe a las sociedades liberales, que se dedican a halagar a sus jóvenes con un festín de derechos (de bragueta o de autodeterminación, lo mismo da) hasta convertirlos en monstruos de voracidad: «La palabra derecho -escribe Jardiel- sale de todas las bocas: “Yo tengo derecho”. -“ ¿Con qué derecho?”. -“Defiendo mis derechos”. -“ ¡No hay derecho!”-“Estoy en mi derecho”». Pero este festín de derechos tiene siempre muy mala digestión, pues se moldea una nueva generación «sin concepto ya del deber, engreída, soberbia y fatua, llena de altiveces, dispuesta a no resignarse, frívola y frenética, olvidada de la serenidad y la sencillez, ambiciosa y triste, que reclamándole a la vida mucho más de lo que la vida puede dar, corre enloquecida hacia la definitiva bancarrota». Y es una bancarrota rabiosa, porque -como el propio Jardiel observa- los hombres, cuando han perdido la perspicacia para ver dentro de sí, se convierten en alimañas sedientas de venganza.

En Cataluña esa sed de venganza se reviste con los ropajes del independentismo; pero en su fondo antropológico es puro resentimiento, que es siempre la estación final de ese proceso desintegrador que se inicia con el festín de los derechos. «El resentimiento -escribe Castellani- es indignación reprimida mal o insuficientemente que se irradia concéntricamente de objeto en objeto y de zona en zona anímica. Hay hoy día ideologías del resentimiento expuestas en lenguaje científico y con las mayores apariencias de objetividad. Este rencor convertido en septicemia no tiene más penicilina que una gran inyección de amor tan tremenda que sólo es posible por la Fe y por la Gracia -ayudadas de intermediarios humanos-, como suele Dios hacer sus cosas». Pero, ¿dónde están esos intermediarios? Tal vez Dios ya no quiera saber nada de España.

Juan Manuel de Prada.

Escritor.