LA TERCERA....

LA TERCERA.

¿Y si hubieran ganado los otros?

«Me atrevo a asegurar dos cosas; que no tendríamos una Monarquía constitucional y que aquella España se parecería poco a la actual, pudiendo ser incluso “las Españas” de las que hablan algunos de nuestros políticos, sin entrar en detalles, el presidente entre ellos. Lo que significaría que no habíamos aprendido de nuestros errores. Como hoy»

José María Carrascal.

Actualizado: 15/10/2020 04:09h.

Ya que la ficción histórica está de moda, en el supuesto de que toda historia no sea ficción dado su fuerte contenido emocional y subjetivo, me extraña que no se haya escrito la del triunfo de los perdedores de nuestra guerra civil. Lo atribuyo a que no era fácil de contar, y las buenas plumas entre ellos prefirieron no ensuciarlas. Pero ya que vuelve a debatirse, me ha parecido interesante imaginarla, a ver si de una vez nos aclaramos. Excuso decir que admito toda clase críticas a esta versión inversa, sin ningunas pretensiones eruditas.

Para imaginar lo que hubiera ocurrido de haber ganado la República, hay que precisar en qué momento se produjo esa victoria. Si fue un triunfo rápido sobre los sublevados, estaríamos ante un pronunciamiento decimonónico, como el de Sanjurjo en 1931, aplastado de inmediato, al conocer el Gobierno la trama. Pero lo del 36 fue muy distinto: las tropas sublevadas se plantaron en pocos días en la sierra madrileña, tal como el «director» del golpe, el general Mola, había planeado. Mientras otras fuerzas eran aerotransportadas de Tetuán a Sevilla. Aquello iba en serio y cerraba toda posibilidad de compromiso, como Mola desde Burgos advirtió al presidente del Gobierno, Martínez Barrio, cuando le llamó el 19 de julio para llegar a un pacto. «En estos momentos, le contestó el general, veo en la calle una multitud pidiendo reconstruir España. Supongo que usted verá lo mismo en Madrid. Si hiciéramos lo que me propone esas multitudes nos fusilarían a los dos. Y harían bien». Aquello sólo podía acabar con un vencedor y un vencido.
De haber ganado el bando republicano, la represión hubiera sido tanta o más que en la España franquista. Basta ver lo ocurrido en aquella zona durante la guerra, donde todo sospechoso de ser de derechas se convirtió en enemigo, merecedor por lo menos de ser detenido e interrogado, como ocurrió a la inversa en la zona nacional e idéntica oleada de exilados. Los que hubieran podido escapar.

Ya que la Segunda Guerra Mundial se desencadenó poco después, la primera gran incógnita es si la España republicana se hubiera unido a Francia e Inglaterra contra Alemania, que había apoyado a los sublevados. No lo creo, por más que las apariencias lo indiquen. No lo creo porque ni a Stalin le interesaba echarse enfrente otro enemigo, aunque debilísimo tras una guerra civil, ni a Hitler le convenía, tras haber firmado con él un pacto y concentrado toda su fuerza en la rendición de Inglaterra machacada desde el aire. La segunda gran incógnita es si perdida la batalla aérea y no yendo demasiado bien el pacto con Moscú, las tropas alemanas que arrollaron Francia se hubieran detenido en los Pirineos y no siguieran su marcha hasta Gibraltar, colonia británica y una de las llaves del Mediterráneo, al tiempo que neutralizaban Portugal, uno de los peones de Inglaterra en Europa. Eso es ya más difícil de adivinar, pero si no lo hizo tras prometerle Franco que tomaría el Peñón, con apoyo alemán desde luego, y enviaría una división al frente ruso, resulta difícil imaginar que no diera la orden con un gobierno del Frente Popular en Madrid. Aunque puede pensarse que poca ayuda podía recibir de aquella España hecha trizas e incluso pudiera iniciar una guerra de guerrillas contra los «invasores» alemanes, como lo hizo contra las tropas de Napoleón. Les dejo a ustedes decidir lo que hubiera podido pasar.

Otra de las grandes incógnitas es cuál hubiera sido el lugar de desembarco aliado para iniciar el «segundo frente», tras haber dado la vuelta la gran guerra. La amplia costa ibérica atlántica resultaba tentadora, teniendo en cuenta que los alemanes no habían tenido tiempo, materiales, ni hombres para convertirla en un bastión defensivo como el que habían montado en la costa frente a Inglaterra. Sin duda las bajas en cualquier playa española o portuguesa hubiesen sido infinitamente menores que en Normandía. Pero había dos graves inconvenientes: que el traslado de las tropas y material para tal operación requería mucho más tiempo, con lo que el efecto sorpresa se eliminaba, y que esas tropas y ese material tenía que atravesar uno o dos países antes de llegar a la frontera alemana, que era el verdadero objetivo. Por no hablar de la resistencia que pudieran encontrar, más en España que en Portugal. Por lo que puede suponerse que los estrategas norteamericanos se inclinasen por el lugar elegido para el real Día D: la costa francesa frente a la británica, en el Canal de la Mancha.

Pero sigamos imaginando que la República hubiese ganado la guerra y las tropas de Hitler la hubiesen ocupado. La primera consecuencia de un desembarco aliado en la Península Ibérica hubiese sido la caída del régimen pro-Eje y la reinstauración republicana. Los procesos a los «colaboracionistas» iban a ser tan abundantes como duros en sus sentencias, pero no creo que España se convirtiese en un estado «satélite» de Moscú, como ocurrió en Europa oriental. Primero, porque eran tropas aliadas, norteamericanas especialmente, las ocupantes, no rusas. Luego, porque Stalin tenía bastante con digerir aquella media Europa, para jugársela tan lejos de sus fronteras. Pienso que su política se parecería a la adoptada en Italia y Francia, donde aconsejó a los líderes comunistas hacer un partido lo más fuerte posible, de forma que pudiera controlar hasta cierto punto cualquier gobierno que tuviese. Claro que no sabemos si esos líderes le obedecerían. Pero pienso que sí, pues están acostumbrados. Y el resto lo harían los exilados en Moscú que regresarían.

Un factor importantísimo sería que España estaría incluida en el Plan Marshall, con todos los beneficios que representó para Europa Occidental. Mucho más difícil me resulta imaginar cómo iba a organizarse. Puede darse por seguro que Cataluña exigiría el estatuto concedido por la República, reforzado, como los vascos el suyo, y Galicia el a punto de aprobarse en julio de 1936. ¿Cómo iban a reaccionar la demás regiones, Castilla la Vieja, León, Castilla la Nueva, Andalucía, Aragón, Valencia, Extremadura, con tantos o más títulos históricos? ¿Cómo iban a resolverse las disputas territoriales y las reivindicaciones de las que habían venido siendo provincias, como La Rioja, Murcia o Santander? Si fue difícil trazar el mapa autonómico durante la Transición, cuando la guerra civil quedaba lejos y los deseos de consenso eran grandes, en 1944, con las heridas aún abiertas, reivindicaciones de todo tipo por todas partes y un país asolado por dos contiendas, semejaría un polvorín. No creo, sin embargo, que llegásemos tan lejos como en la Primera República, en la que hubo declaraciones de guerra entre territorios vecinos, aunque sí roces más o menos grandes. Pero me atrevo a asegurar dos cosas; que no tendríamos una Monarquía constitucional y que aquella España se parecería poco a la actual, pudiendo ser incluso «las Españas» de las que hablan algunos de nuestros políticos, sin entrar en detalles, el presidente entre ellos. Lo que significaría que no habíamos aprendido de nuestros errores. Como hoy.