MI BICICLETA...

MI BICICLETA

Tenía yo seis o siete años y soñaba con poder tener una bicicleta pero lo veía tan difícil que para mi
nunca llegaría ese día y a todo lo más que podía aspirar es a seguir conservando mi carretón que era un trozo de madera con tres ruedecitas pequeñas, que nos permitía deslizarnos por las cuestas o bien por lo plano, siempre que otro amigo te empujara. Y el mío ni siquiera tenía las ruedas de rodamientos de bolas que eran los más rápidos y los más güai.

Claro que si reflexionabas un poco había otros muchos niños que ni siquiera tenían carretón, aunque también es cierto que nos lo prestábamos de unos a otros para permitir que todos pudiéramos pasear con aquel “moderno” artilugio.

Esa era nuestra infancia, ese era nuestro día a día, soñar, imaginar, pensar que un día ibas a conseguir poder disfrutar de aquél juguete nuevo o de aquella diversión nueva que ya se anunciaba por las radios o por la prensa. Una trompeta, un tambor, un balón de cuero o un cine Exin. Porque solo contábamos como fijos los recortables de coches, de casas, o de muñecas.

Yo le cuento esto a mis nietos y las criaturas no se lo creen además yo pienso que para ellos dirán mi abuelo está como una cabra, ha pedido el juicio o tiene alzheimer. Y es totalmente comprensible porque hoy cualquier niño tiene muchas más cosas de las que nosotros nunca llegamos, no ya a tener o a pedir, sino ni siquiera a imaginar.

Bueno pero como las ilusiones a veces se cumple, como no hay mal que dure cien años, yo un día sin esperármelo, vi entrar por la puerta de la casa de mi abuelo, con quién vivíamos una preciosa bicicleta de color rojo, con su sillín, su manillar, sus pedales y sus frenos, sus llantas cromadas y brillantes y hasta un transportín que me permitiría en lo sucesivo cargar allí las cosas que yo necesitara llevar de un lado a otro. Su marca, no se me olvidará nunca, era Orbea y estaba fabricada en Vizcaya. Era preciosa, reluciente, como nueva y yo le pregunté a mi padre: Papa de quien es esta preciosidad. Y él me contestó tuya., esa es la bici que tú estabas esperando y deseando hace ya tanto tiempo. Es indescriptible la inmensa alegría que yo sentí ese día, la satisfacción de tener en mis manos aquella maravilla de aparato que me permitiría correr como un gamo por todos los rincones de mi pueblo y de paso presumir, como no, ante mis amigos de tan preciado juguete.

Después supe que mi padre me la había comprado porque aquel año había aprobado el ingreso al instituto que me permitiría iniciar, por libre, los estudios de bachiller ya que entonces no había instituto nada más que en Jaén y no podíamos costear el ir allí a
estudiar. Supe también que aquella bicicleta que se la había comprado mi padre a su buen amigo D. José Peña López, el practicante “Pepe el Señorito”, que se compró un moto Guzzi de aquellas que llevaban la palanca del cambio junto al depósito de gasolina. Cuanto disfruté yo con mi bicicleta que buenos recuerdos aquellos de una infancia feliz.