EL TÍO JUAN...

EL TÍO JUAN
Era mi tío Juan alto fuerte, muy mayor pero ágil, y esto le permitía labrar su huerta situada, donde hoy se encuentra el Salón el Parque y unas viviendas particulares a continuación de la Caseta Municipal. Buena persona, y hasta muy amable y cariñoso, aunque en un principio la apariencia era todo lo contrario tal vez a ello contribuía que el tío Juan era tuerto y le faltaba un ojo. Eran varios hermanos varones y una hembra, mi abuela María del Rosario, a la que yo no llegué a conocer, solo me acuerdo del tío Juan y esto sin duda por su deliciosa huerta y por todo lo que en ella disfrutamos mi prima Pili y yo que éramos casi de la misma edad
A ellos les llamaban los estanqueros porque regentaban el estanco que hoy existe aún en la calle Real y que pertenecía a Demetrio y a Pili, mis primos, hasta su venta.
Mi madre me contaba que el mayor de los hermanos, llamado Manuel, se casó con una Maestra excepcional, que tiene una calle en Fuensanta, que era muy querida y recordada en el pueblo, hasta nuestros días, hablo de Dña. Encarnación López. Mi madre había sido la madrina de boda de este matrimonio porque al parecer como su madre, única hermana había fallecido, le correspondía a ella ocupar su lugar en la ceremonia matrimonial.
Recuerdo que por Mayo, en primavera, estación del año más propicia, más florida y más atractiva para visitar y disfrutar de los olores de la huerta, el murmullo del agua de la acequia procedente de la Fuente de la Negra y del canto de los pajarillos que por esa época iban y venían ocupados hacia sus nidos donde les esperaban hambrientos sus crías, solíamos ir mi Pili y yo por la huerta para visitarlo y para que el nos deleitara con su atenta y amable compañía y con algún que otro manjar que recogía para nosotros.
Resulta maravilloso el olor, la temperatura, el sonido de una huerta en Mayo-. Junio, casi verano al atardecer, nosotros tratábamos de buscar nidos, de cazar con la escopetilla de plomos o de coger algunas flores y el tío Juan nos cogía unas cerezas, unas fresas o unos cogollos de lechuga.
Allí fue donde por primera vez yo comí una ensalada, muy particular y muy rica: Cogía las lechugas, las limpiaba y las lavaba muy bien en la acequia, entraba a una caseta que tenía sacaba sal gorda y vinagre, se lo echaba a la lechuga y nos las daba, directamente a nosotros, que quitando las hojas, una por una, íbamos saboreando aquel exquisito manjar.
Y lo pasábamos a lo grande el tío y nosotros pues como bien dice el refrán,”a quien no tiene hijos el diablo le da sobrinos”.........