LAS ALLOZAS...

FUERON EMIGRANTES FORZOSOS
En el año de 1950, aquel niño contaba con seis años, y sus padres al faltarles el trabajo y su economía ir mal, decidieron marcharse a Baracaldo, Vascongadas, para poder sacar a su familia adelante, y olvidarse de las penumbras de esa zona de Castilla la Vieja, mejor dicho, Soria, y su comarca del Burgo de Osma. Aquel niño se fue formando en aquellas tierras vascas, con su esfuerzo y su mentalidad, logró entrar en la Universidad de Deusto, y sacar su carrera de ingeniería. Muchas veces quisieron volver a ver aquel pueblo medio hundido, pero allí no les quedaba nada, ni nadie de su familia, el niño recordaba aquellas tapias de adobes o tapiales de tierra y paja, y recordaba a un niño de su edad con el que el siempre jugaba, pero nada parecía llevarle hasta esa comarca del Rio Ucero y Duero, Después de llevar mucho años casado y tener hijos de quince y trece años, El año de 1993, en la época de verano, decidieron volver a esa tierra soriana nunca olvidada, su esposa intento llevarlo lo mejor posible, Pero aquel niño que era ingeniero industrial, al llegar a su pueblo donde nació, se le vino el mundo abajo, las casas la mayoría abandonadas, Las calles y aceras todas eran ruinas, y no quedaban apenas vecinos, tan sólo pudo hablar con un anciano, que apenas se ha acordaba de esa familia emigrada a Vascongadas. Fueron hasta el cementerio, para ver si reconocían las tumbas de sus abuelos. Estaban medio hundidas, pero los nombres prevalecían en las cruces medio torcidas, del cementerio lleno de hierbas secas y abandonado, El ambiente era de pena, la soledad en aquel lugar flotaba, y aunque intento preguntando por su amigo de la infancia, no logró saber nada de aquel niño, que tendría unos 50, años. La familia entera se alejó de aquel casi despoblado, con los ojos llorosos, al ver la desolación de aquel terreno de donde eran sus mayores. Pararon en El Burgo de Osma, y pudieron cambiar de impresión en uno de sus restaurantes, que les hablaron del tema de aquellos años en que las familias salían huyendo de esos pueblos agrícolas, para poder mejorar sus vidas, en cualquier lugar donde hubiera trabajo y futuro. Muchas familias eligieron Vascongadas, y Baracaldo fue el lugar donde les dieron cobijo y un porvenir a sus hijos, que se sienten como si fueran nacidos allí. La vida nos pone en lugares que quizá ni los soñamos, pero que con el tiempo los adoptamos como si fueran de allí nuestras raíces, G X Cantalapiedra.

LAS ALLOZAS
Siempre que llega esta época me acuerdo yo de las allozas y del pan pastor, eran nuestras chuches más económicas, más asequibles y más sabrosas y servían para llenar nuestro estómago de aquellos productos que la primavera nos ofrecía, generosamente, para dar a nuestros juegos un tinte gastronómico no siempre muy agradecido por el cuerpo porque si te pasabas en su consumo, sobre todo las allozas, después te solían pasar la factura.
Era el pan pastor una especie de incipientes hojas, de un verde claro que eran de forma redondeada, de un tamaña similar y algo mayor que una lenteja y que solían adornar por Semana Santa los álamos negros, creo que este era la clase de árbol, que había por entonces en la plaza del ayuntamiento. Tenían un sabor algo dulce y agradaba al paladar sirviendo como un aperitivo para nuestras correrías en torno a aquellos árboles alguno de los cuales, uno que pegaba a la casa de Araceli y Fernando Águila, “Aguilita”, tenían un enorme hueco en el tronco del cual, aparentemente, solo le quedaba la corteza y que permitía que dos o tres niños, al mismo tiempo, se escondieran dentro de él. Entre toque y toque de las campanas, anunciando algún culto o tocando a difunto, el jueves y viernes Santo, nosotros corríamos, jugábamos en la plaza y en el río, entonces descubierto y comíamos pan pastor.
Había otro manjar este más agrio y más sabroso ese eran las allozas o sea las almendras cuando se están formando, que son de color verde también, y que dentro albergan la pepita del fruto pero blanca y blanda y que como fruto, incluida la definitiva cáscara, se come entera y tiene un sabor agrio muy preciado por nuestro paladar.
Estas había que ir a cogerlas al campo, donde había almendros y había que tener cuidado porque no te cogiera el dueño que podía ir por allí vigilando su cosecha. Eran bastante más ricas y más alimenticias que el pan pastor, pero eran muy indigestas y cuando te pasabas te producían unos trastornos intestinales algo molestos y dolorosos
Eran tiempos difíciles, todo lo teníamos que inventar, hasta la forma de comer golosinas pero nosotros nos lo pasábamos a lo grande, teníamos un contacto directísimo con la naturaleza y ella nos servía para entretenernos, para divertirnos y hasta para aprender naturaleza y sociedad sin necesidad de asignatura. Y sobre todo teníamos diez años, te parece esto poca felicidad.