¡Oh, no! No era nadie humano quien la buscaba. Se dio...

¡Oh, no! No era nadie humano quien la buscaba. Se dio cuenta Luna porque un rayo de luna de pronto iluminó su rostro. Era casi de noche y sin embargo veía y sus ojos fueron siguiendo el rastro que dejaba el haz de luz que había penetrado en su retina. Era ella, el astro Luna, satélite de la tierra que había estudiado con tanta atención al coincidir con su nombre. Ella, Luna humana, plateada. Ella en lo alto la miraba con mucha atención. Se habían reencontrado y entonces la joven Luna supo toda su historia, sin palabras porque había una compenetración total entre ambos seres.
Y caminó y caminó toda la noche con esa luz especial que le emitía su amiga desde el cielo nocturno plagado de estrellas. No tenía hambre, ni sed y si unas ganas inmensas de encontrar a su familia que le fue arrebatada nada mas nacer. Y antes de rayar el alba por fin encontró una casita en el bosque donde estaban sus seres queridos, muy tristes, con un dolor que les había transformado. Pero en cuanto la vieron supieron que era ella. Y ella se encargaría de devolverles la felicidad.
-Qué bonitos cuentos, sabes, Práxedes- le dijo Celinda.
Y ella le contestó que en realidad se lo acababa de inventar. Que toda la atención que ellos le mostraban le habían inspirado para seguir captando su atención.
Sin embargo, Doña Ortiga...