Reflexión navideña
El sauce sereno y reposado tenia los ojos de la luna, albergaba a todos los duendes de la pampa.
Ahí en la tierra de la ilusión, los granos de sus arenas intentaban acariciar el horizonte, cada semilla depositada en sus entrañas, llevaba todos los sudores de los cuerpos curtidos con la disciplina del sol y la inclemencia de las estaciones del tiempo. Oraban humildemente uniendo sus manos callosas para agradecer todos los frutos paridos por su esperanza.
Los niños, los de siempre miraban al cielo y contaban cada estrella que asomaba en la infinitud del cielo. Por ratos cantaban las melodías más dulces del silencio y jugaban a encontrar la primera sombra del misterio. Valientes navegantes explorando el destallar inocente del firmamento.
De pronto en un punto de luz surcando el infinito, descubrieron un ser cósmico, desafiando el conjunto de leyes físicas que gobiernan el universo. Era único e inigualable, espíritu superior, el cual en su estado temporal de carne y hueso nos trajo la luz nacida en el cofín más alejado de la materia, viajando incansablemente para depositar en el alma humana la leña del alumbramiento, sin imponer condiciones para liberarnos de fronteras y ataduras que imponen un mundo egoísta y malvado.
La arrogancia, vanidad, la falsa generosidad de los que profesan el dogma del dinero y las ilimitadas ansias de poder impulsando a perpetrar la crueldad y justificarlas por razones religiosas, políticas, económicas, geopolíticas y otras; jamás nos conducirán a encontrar esa ancestral necesidad de paz espiritual y armonía como seres de la creación e hijos o descendientes de un espíritu superior.
Mi formación cristiana y mi personal interpretación del legado espiritual de Cristo son en sí mismas una aceptación de mis miserias y limitaciones como ser humano, pero a la vez me reafirman que somos tan insignificantes en medio de la vastedad de la creación, donde la única gran verdad del llamado Dios, es el amor al prójimo, intentando hacer el bien sin mirar a quien.
Feliz Navidad.
EH 25.12. 2022
El sauce sereno y reposado tenia los ojos de la luna, albergaba a todos los duendes de la pampa.
Ahí en la tierra de la ilusión, los granos de sus arenas intentaban acariciar el horizonte, cada semilla depositada en sus entrañas, llevaba todos los sudores de los cuerpos curtidos con la disciplina del sol y la inclemencia de las estaciones del tiempo. Oraban humildemente uniendo sus manos callosas para agradecer todos los frutos paridos por su esperanza.
Los niños, los de siempre miraban al cielo y contaban cada estrella que asomaba en la infinitud del cielo. Por ratos cantaban las melodías más dulces del silencio y jugaban a encontrar la primera sombra del misterio. Valientes navegantes explorando el destallar inocente del firmamento.
De pronto en un punto de luz surcando el infinito, descubrieron un ser cósmico, desafiando el conjunto de leyes físicas que gobiernan el universo. Era único e inigualable, espíritu superior, el cual en su estado temporal de carne y hueso nos trajo la luz nacida en el cofín más alejado de la materia, viajando incansablemente para depositar en el alma humana la leña del alumbramiento, sin imponer condiciones para liberarnos de fronteras y ataduras que imponen un mundo egoísta y malvado.
La arrogancia, vanidad, la falsa generosidad de los que profesan el dogma del dinero y las ilimitadas ansias de poder impulsando a perpetrar la crueldad y justificarlas por razones religiosas, políticas, económicas, geopolíticas y otras; jamás nos conducirán a encontrar esa ancestral necesidad de paz espiritual y armonía como seres de la creación e hijos o descendientes de un espíritu superior.
Mi formación cristiana y mi personal interpretación del legado espiritual de Cristo son en sí mismas una aceptación de mis miserias y limitaciones como ser humano, pero a la vez me reafirman que somos tan insignificantes en medio de la vastedad de la creación, donde la única gran verdad del llamado Dios, es el amor al prójimo, intentando hacer el bien sin mirar a quien.
Feliz Navidad.
EH 25.12. 2022