La maestra de mi pueblo, vestida como el luto, siempre procuró que sus alumnas salieran de la escuela sabiendo algo más que las cuatro reglas. Recuerdo que nos enseñó las áreas laterales y totales de todos los cuerpos geométricos y también sus volúmenes. Pero tenía un defecto, que era repartir tortas a diestro y siniestro. Yo le estoy eternamente agradecida porque de ella aprendí lo que una maestra nunca jamás puede hacer, una, vestir de tan oscuro como las brujas y otra, zumbar sin ton ni son.