Me gustan los versos, me gusta crearlos, en medida de lo que puedo y me gusta crear historias, Literatura

Me gustan los versos, me gusta crearlos, en medida de lo que puedo y me gusta crear historias, cuentos y relatos, lo mismo que leerlos.

PALABRAS

Muy de mañana, apenas amaneciendo, me dispuse a salir de paseo por los campos, como venía haciendo cada día, aunque en alguno ya estuviera la mañana avanzada.

Al salir de casa noté en mi cara el frío del viento, que procedente del norte había logrado helar los alrededores, configurando un blanco paisaje sin nieve. Posiblemente había estado enjalbegando toda la noche los árboles, los arbustos, las hierbas y tejados, dando a los charcos y remansos de agua ese peculiar toque frío del que él es solo capaz, dejándoles la apariencia de pistas de patinaje, como espejismos de la imaginación del sediento caminante en otras latitudes.

Seguí andando, siempre en línea recta, excepto cuando tenía que dar un pequeño, o mayor rodeo para salvar algún obstáculo, sin darme cuenta del camino recorrido, ni tan siquiera del que pisaba.

Al cabo de un cierto tiempo, que lo mismo podían ser horas que podrían haber sido días, pues no tenía noción del transcurrido, el viento fresco cambió de rumbo y me vi envuelto en una serie de remolinos, acompañado por miles, millones quizás, de palabras que en vorágine me circundaban, a las que no solamente podía oír, sino también apreciar con la vista, ya que se componían de sutil nebulosa. En un principio, penetraron en mis oídos cual rumor discordante, como zumbido de enjambre de abejas, o como el mismo que se produce en el interior de nuestros oídos sin saber qué lo causa.

A medida que me envolvían, algunas se dejaban entender, en lo que otras eran aprehendidas de nuevo por ráfagas independientes, alejándolas de mí en distintas direcciones, haciéndolas ininteligibles e inaudibles a pocos metros de allí. Pero antes de alejarse lo suficiente, pude comprobar que se trataba de palabras banales, comprendidas en párrafos cortos y extensos, vertidas como promesas, proferidas por personas enamoradas, así como por reyes, papas y regentes en general, arengadas a sus respectivos súbditos, a tenor de lo que expresaban.

La mayoría de las que continuaron en rededor mío, eran más que palabras sueltas, pocas de ellas banales, siendo que otras conformaban pequeños párrafos y otras minúsculas o grandes oraciones, así como gran cantidad de monosílabos negativos y afirmativos.

Muchas de estas palabras que componían oraciones en formación casi marcial, eran arengas, juramentos, maldiciones, insultos y amenazas, imprecaciones en suma, habituales de jefes militares, patronos, maleantes, combatientes, salteadores, arrieros, carreteros, luchadores, hinchas de equipos deportivos y demás gente dada a tan variada e ilustrada letanía.

Las acompañaban estridentes chocar de aceros, rodar de aros metálicos sobre piedras, agudos toques de cornetas y disparos de diversa intensidad, así como de grandes algazaras de gentío reunido, proferidas, algunas de ellas, en lo que se han dado en llamar lenguas muertas.

Otras había, claramente definibles como lamentaciones, resignadas, de desolación, que parecieronme de judíos castellanos, en su obligado destierro, junto a las de cristianos despotricando hacia ellos y hacia sarracenos mercenarios.

Había considerable cantidad de ellas que pertenecieron a mujeres y se oían junto a estruendosos cañonazos, lo que me hizo suponer que fueron vertidas en Zaragoza, pues iban acompañadas de insultos a gabachos, deduciendo que otras podrían haberlo sido en Cádiz, ya que el griterío femenino y masculino iba acompañado de los mismos estruendos e insultos a los galos, tremolar de lonas y crujir de maderas, así como de chapoteos de navíos y balas, incluidas las de cañón, sobre el océano y chirigotas dedicadas a los fanfarrones.

Oí también, lamentaciones de partisanos, maquis, requetés y legionarios, como así lo corroboraban en sus cánticos de júbilo, regodeo o alegría, por vencer al enemigo en alguna acción, junto a lamentos de plañideras mujeres por la pérdida de un padre, un hijo, un marido, o la de cualquier otro allegado, a tenor de lo que aun se oía en ellos, colgados hechos jirones como estaban, suspendidos en las ramas de espinosos arbustos, prendidos allí por el mismo viento fresco.

Él se las había llevado de boca de sus creadores, él me las mostró y de nuevo se las volvía a llevar, pues en un momento arreció y me vi envuelto en griterío infernal, para al momento quedar totalmente en silencio, creyendo, que en el instante que duró no podría soportar tal algarabía; mis oídos zumbaban y mi cabeza semejaba un panal, cuando de pronto, sin saber cómo, me vi en el camino de regreso, ya cerca de casa.

El viento habíase venido a menos, transfigurándose en suave brisa matutina, conservando aquél frío fino y penetrante inicial de la mañana. Lo que me hizo proferir una exclamación, por demás habitual en estas situaciones, al ver el vaho que escapaba de mi boca: ¡Hace un frío, que hasta se hielan las palabras! Y me dije: ¿Dónde irán a parar?

AdriPozuelo (A. M. A.)
Sacedón, 12 de enero de 2012