Historias cruzadas, Literatura

Historias cruzadas
Paseo con calor y baño

Como una mañana más se presentaba la propia de este día, ya que si no te alejas de “tus dominios”, poco puede cambiar o trastocar el paseo matinal diario.

El paisaje es el mismo y únicamente lo hace distinto la climatología: si está nublado, si despejado, lluvioso o caluroso.
El pueblo en sí también guarda su fisonomía, viéndose influida por las mismas circunstancias climatológicas del entorno, donde si hace buen día, si hay sol y por tanto el ambiente está despejado, las calles están más vistosas que si al astro rey lo eclipsan las nubes.

Cuando el día está claro, soleado, y por tanto más lucido y vistoso, la gente se anima, sale más a la calle, se la ve y se la nota más alegre, más dicharachera que de ordinario, especialmente si el día está gris, el ambiente húmedo, si no lluvioso, e incluso tormentoso. Esto mismo sucede con las aves y animalillos que merodean por el entorno.

Hoy hace calor, mucho calor para las fechas que discurren y más se deja sentir al haber venido de improviso, aunque ya nos lo hubieran anunciado las personas encargadas de informarnos de la meteorología actual y venidera. No porque te lo hayan anunciado han de cogerte prevenido, pues hasta pocas horas antes –un día o dos a lo sumo- había frío, tormentas y lluvias en el ambiente.

Este ambiente claro, de cielo despejado y sin nubes en el horizonte, trajo la mañana calurosa, lo que redundó en bullicio canoro y batir de alas de las variadas especies y familias de aves autóctonas y peregrinas que desayunan a la vera del pantano, picoteando los distintos insectos que extraen del agua, o de entre las piedras y arena, en un frenético ir y venir, bajar y subir, surcando el espacio sobre el agua, sobre el paseante y los montes circundantes, por donde anduve paseando yo también, subiendo y bajando por sus cerros, antes de dirigirme al pueblo, donde tras tomarme un café con churros en el bar de costumbre y comprar cigarrillos en el estanco, regresaría a casa y daría por finalizado mi paseo; nuestro paseo, ya que mi inseparable Suska, mi perrita teckel, va allá donde yo vaya.

Llegué al bar Angui, que así se llama la cafetería y chocolatería, y tras los saludos de urbanidad propios, me dirigí al camarero y propietario del negocio para solicitarle el desayuno, a lo que él se adelantó y en una expresión de pregunta afirmativa me dijo: -Café con leche. Le respondí afirmativamente y le añadí a mi solicitud: -Con unos churritos, por favor. – Vale; ahora se lo sirvo en la mesa.

Se metió en la cocina y al poco salió con dos bocadillos de jamón serrano y queso, de esos que de ellos se suele decir “no se los salta un gitano”, preparados con pan de chapata, de leña, o como erróneamente se le llame “pan de pueblo”, ya que mejor se podría decir de él “pan tradicional”, aunque diste, si no mucho, sí algo de aquella elaboración de antaño.

La pareja a la que iban destinados –un matrimonio en edad madura, sin llegar a la tercera-, vecinos de la mesa a la que yo me encontraba sentado, elogiaron y alabaron la buena pinta de los “bocatas” y la maestría y buen hacer de quien los había compuesto, ya que de la presentación tampoco había motivo de queja. Una vez hechos los elogios se dispusieron a dar buena cuenta de tan opíparo manjar.

Al volverse el camarero para dirigirse al interior del mostrador, se encontró con una nueva clienta que se acercaba a una de las mesas desocupadas, próxima a la del matrimonio, que dispuestos a dar buena cuenta del almuerzo, ya habían comenzado a degustarlo, “metiéndoles mano” con sendos bocados, que daba gusto verlo.

-Buenos días Pepi. Qué: ¿hace calorcillo? Inquirió el camarero a la recién llegada. –Ya ves; que hoy, fíjate si aprieta. Fue la contestación de la interpelada, en lo que se dirigía hacia la mesa, retirando una silla y sentándose a ella, en espera de que la sirviera, tal y como yo llevaba haciendo desde hacía un momento.

Una vez al otro lado del mostrador, el hombre puso en marcha el molinillo de café y por encima del característico rasgueo de la molienda y runruneo del motor, hizo la siguiente pregunta: - ¿Antonio, miraste eso en Internet? Y el tal Antonio, que se encontraba desayunando a una mesa a mis espaldas, le respondió: -Pues sí, pero no lo he encontrado y no he podido ver, ni dar con el teléfono.
Mi atención se centró en un cartel taurino que había colgado a la pared, a mi derecha y por encima de donde me encontraba, ya que estaba fechado en 1932, estando en ccartel un novillero del pueblo, y no di oído a la conversación, ya que, aunque en voz alta entablada, parecía discurrir por derroteros personales que a mí nada me incumbían.

Al poco, tenía ante mí y sobre la mesa, mi desayuno compuesto de café con leche, en vaso, y los churros correspondientes. Más de los que corresponden, que suelen ser media docena, pues este buen hombre siempre añade dos o tres a la ración, quizás porque a esas horas, a las que suelo acudir yo al bar, que viene a ser entre las once y las once y media, pocos clientes churreros acudimos ya a desayunar café o chocolate con churros, sobrándole cierta cantidad, lo que prefiere darles como propina a sus clientes, antes que desperdiciarlos o tirarlos.

Esta mañana que nos ocupa, su esplendidez llegó hasta la cifra de diez. O sea, me regaló cuatro churros y eso que aun estaban en su punto, o sin haber perdido su estado crujiente, ni totalmente el calor de la sartén. Claro que esto se podría achacar al calor reinante, tanto en el exterior como en el interior del local, pues aun no son fechas de enchufar el aire acondicionado, y menos aún están los tiempos como para derrochar energía.

A estas alturas, mi atención iba del cartel al desayuno, llegando a centrarla en los churros y el café posteriormente, intentando no enfocarla a cierta conversación. En uno de los viajes que hacía un churro al café, o del café a mi boca, ya que de esto no tengo constancia cierta y para el caso nos es igual lo uno que lo otro, oí que se dirigía el camarero a la tal Pepi en estos términos, tras venir debatiendo desde hacía rato sobre calores antiguos, modernismos y “antigüismos” métodos de soportarlos, o al menos hacerlos más llevaderos.

-Pero es así Pepi –decía el camarero-. “Yo me recuerdo de que mi madre ponía un barreño en mitá de la cocina y allí nos bañábamos tós”. Efectivamente. Así era en muchos hogares donde no había agua corriente dentro de las casas.

Mi pensamiento retrocedió y se situó cincuenta y tantos años atrás. Me vi metido en un barreño, “en mitá” de la cocina de casa, haciendo “cola” mis otros hermanos para hacer lo propio en cuanto yo saliera del balde; o yo haciendo cola y viendo cómo uno de ellos “malgastaba el tiempo” allí dentro, chapuceando todo lo que le venía en gana dentro del agua, “permitiéndose el lujo de bucear” y todo, en lo que los demás, “y en pelota picá”, esperábamos nuestro turno.

El hombre, muy filosófico, tanto en el decir, como en el hacer debido a la digna pose que tomó, concluyó: ¡Y tan ricamente, ya te digo!

AdriPozuelo (A. M. A.)

La Alcarria