Gracias por el ofrecimiento cabrero, se tendrá en cuenta, Literatura

Gracias por el ofrecimiento cabrero, se tendrá en cuenta.

Demasiado tarde, princesa

Ya está hecho. Te dices con resignación, con derrota. "Podía haber sido menos intransigente, como él me pedía…, pero no. ¿Por qué iba a hacerlo? Él también tiene su parte de culpa, así que no voy a dar marcha atrás ahora. Ya está hecho y se acabó, no te mortifiques más".

Determinas, con la mirada extraviada sobre el andén.

¡Cómo hieren tus oídos esas notas de balada, en la cascada, casi rayada, voz de Sabina!

Ahora ya no tiene remedio, te dices, y para mortificarte aún más, sientes, una y otra vez, las impertinentes estrofas que unos lejanos altavoces desgranan sobre los desérticos andenes. Es como si nadie más que tú quisieran que las escuchasen.

“…/…Como no imaginarte
como no recordarte,
hace apenas dos años,
cuando eras la princesa
de la boca de fresa,
cuando tenías aun esa
forma de hacerme daño.
Ahora es demasiado tarde, princesa,
Búscate otro perro que te ladre princesa…/…”

Quizás haya sido influenciado por la pegadiza canción, pues no hay hora que no se la escuche dos veces, por lo que él te ha contestado con parecidas palabras, exclamadas con nostalgia y abatimiento cuando le pediste perdón, lo que tú interpretaste como reproche, pues lo demandabas para acallar tu conciencia.

-Demasiado tarde, Princesa.

Así, con mayúscula. Descargándose de esa pesada carga, que aun dolorosa no hubiera querido aliviarse de ella. Ya tenía asumido, aunque le pesase y le doliese, que había perdido a “su Princesita”.

- ¿Por qué no nos damos otra oportunidad? Te había pedido antes, muchos días antes pero tú seguiste impasible: -No.

Querías seguir adelante con lo que habías comenzado tiempo atrás. Por tanto no podía perdonarte. El perdón que pedías era antagónico con el adiós que dabas.

Es tan difícil pedir perdón a tiempo, ¿verdad?

Reconocer que la equivocada es una, cuando se cree que es el otro o los demás los que lo están, es muy difícil. Sí, muy, pero que muy difícil. Y sobre todo cuando se es tan orgullosa, cuando se tiene tanta arrogancia que te ciega y no ves más allá de la punta de tu nariz.
¡Cómo vagan machaconamente las dudas en tu cerebro, compañeras de las palabras del “rey de la noche madrileña”.

“…/… Ya no te tengo miedo nena,
pero no puedo seguirte en tu viaje.
Cuantas veces hubiera
dado la vida entera
porque tú me pidieras
llevarte el equipaje…/…”

Entiendes en la canción lo que te pidiera días atrás. Pero…

“…/… No ves que ahora es demasiado tarde, princesa,
búscate otro perro que te ladre princesa…/…”

" ¿Por qué tienes que seguir mortificándome así?" –piensas-.

Pero tú sabes que no es así, ¿verdad? Sabes que si llegas a insistir él hubiera cedido. Porque de lo que estás bien segura es que te quiere, que te ha seguido queriendo a pesar de todo y que te seguirá queriendo. Lo que tú, no puedes asegurar lo mismo hacia él. ¿O sí?
" ¡Claro que lo que hizo, lo había hecho yo antes! –razonas- ¿Sería entonces verdad, como aseguraba, que lo hizo por despecho, por darme celos, por llamar mi atención solamente?"

"Pero eso ya pasó. Ya está bien de reprocharme. Ahora “él” me está esperando en Madrid y comenzaré una nueva etapa de mi vida. ¿Será capaz de dejarlo todo al igual que yo, como me prometió, por comenzar de nuevo los dos juntos y lejos de todo?"

¡Qué dilema! ¿Verdad? ¡Qué desasosiego! ¿Qué vas a hacer?

" ¿Qué porvenir nos espera en una gran ciudad que no conocemos, y sin trabajo, aunque tengamos algún dinero para ir tirando hasta que encontremos algún empleo? ¿Y de qué?"

¿Cavilas? ¿Dudas? ¿Razonas? Tu cerebro hierve y cual olla a presión presto está a estallar.

Gesticulas con decisión, apoyando tu expresión con el puño contra la palma de la mano opuesta. Miras a tu alrededor, como si presintieras que alguien estuviese oyendo tus cavilaciones, o quizás observándote. No hay nadie cerca de ti. De hecho no hay nadie más que tú en el andén.

Maquinalmente introduces una mano en el bolso y buscas el móvil. Ahí está. Lo extraes y te quedas mirándolo como si no lo conocieses, como si no supieras de quién es. Lo abres y marcas. "- ¿Estará aun en casa, o se habrá ido ya?" Con una ligera sacudida de cabeza ahuecas el pelo y te lo acercas a una oreja. Sientes los latidos del corazón sobre los tonos de llamada.

La emoción te embarga, te ahoga. No sabes si serás capaz de articular palabra, tras oír su voz a través de las ondas.

¿Sí? –te pregunta con resignación- ¿Qué quieres?

AdiPozuelo (A. M. A.)