Cuéntame un cuento abuelo, cuéntame un cuento-le había...

La vida al otro lado

Siento su calor en mi cara. Abro los ojos. Me deslumbra. Los cierro y vuelvo a abrir de nuevo. Me froto los párpados, los refriego con el dorso de las manos. Limpio la gelatinosa secreción que impregna mis párpados, con las yemas de los dedos. Me desperezo. Miro en derredor y tras disiparse la nebulosa azulada que impide que mis ojos puedan fijarse en algo, distingo el ocre paisaje que me rodea. ¿O es amarillo? No, ahora es verde. No. Tampoco es verde. ¿Dorado? ¿Blanco? Sí, ahora lo distingo claramente, es blanco. Blanco calcinado por el sol, tras años, siglos, milenios, o millones de años quizás, desprendiendo sus rayos candentes, lanzándolos sobre la Tierra, para calcinar el páramo, transformándolo en el inhóspito e implacable asesino desierto que se muestra a mi alrededor. No puede haber otro. Al menos igual o peor, no puede haberlo.

Aquí y allá, guijarros blancuzcos de fácil desintegración al tacto, al igual que éste que deja deslizar su arenisca entre mis dedos. Aquí y allá, hasta dónde abarca mi visión, pequeños montículos de pelados huesos. Unos, cubiertos por atirantados cueros, resecos por el calor abrasador, decorados con cornamentas carcomidas. Otros, cubiertos por semejantes cueros, negras y quebradizas sillas de montar, roídas, carcomidas por las alimañas cuando aun eran cuero crudo, así como las fundas de los fusiles que descansan sobre lo que habría sido un abultado vientre, quedando ahora entre arqueados huesos blancos. Junto a ellos, reposan en ridículas posturas, en siestas eternas, lo que quedaba de sus intrépidos, aguerridos y desventurados jinetes. Calcinados esqueletos arropados por escasos andrajos, zahones, botas y sombreros, que posiblemente y en más de alguna ocasión, protegieron de rocas hirientes unos, guijarros cortantes otras y del sol agotador los otros. Junto con los guijarros, forman el mobiliario del inhóspito paisaje que se me ofrece.

No. A mí no me pasaría eso. Yo no terminaré así, ni aquí. Tengo reserva suficiente de agua y comida. Te conozco bien. Tras el espejo que me muestras en lontananza, escondes las montañas. La vegetación. La Vida. Y es la que me espera. Y hacia ella voy. ¡Nada! Nada me lo va a impedir! ¿Me oyes? ¡Nada!

Ya estoy sobre la silla de mi caballo. Miro el titilante suelo que tengo por delante. Al fondo, el horizonte me muestra sus rutilantes figuras. Edificios animados, vegetación, animales. Jinetes apocalípticos. Todo es irreal. Lo sé, no me engañas. No me harás desistir de mi empresa. Sé que detrás de toda esa filigrana está lo palpable, lo real. La Vida.

Avanzo. El carro, tirado por la mula me sigue. Bajo los férreos aros de sus ruedas van quedando harinados los guijarros que encuentran a su paso.

Tengo sed. El sol está en el cénit de su apogeo. Demasiado calor para seguir. Demasiado calor para detenerse. La mula y los caballos deben tener sed también. Bebemos. Comemos. Cambio la silla de caballo. Monto en el de refresco. Seguimos.

El sol se oculta. Otro día más. ¿Cuántos? Hago fuego. Pregunto a mis compañeros de viaje qué tal están. No me oigo. Mi boca reseca, mi lengua arenisca esmerila mis dientes. Las palabras retumban en mi cerebro como rocas estrellándose sobre las paredes de una caverna y rodando por el suelo fuesen a parar al fondo de la sima. Los animales me han oído. Me contestan con cortos y quedos relinchos, en lo que se van acomodando para descansar, tras sentirse libres de su peso y tiro. Comemos y bebemos. Nos aprestamos a dormir. Mañana he de encontrar un pozo. Sé que hay alguno cerca. Lo presiento al igual que mis compañeros. Amigos, tan solo nos queda un cuarto bidón de agua para los cuatro. Mañana he de encontrar un pozo. Mañana encontraremos el pozo.

No puedo dormirme. Tengo que dormir. Necesito dormir. Oigo ruido. Algo viene en dirección al campamento. Alguien se acerca sigilosamente. Algún coyote hambriento quiere comer caballo esta noche. Aguzo el oído. No anda, se desliza. Un reptil. ¡O varios! ¡Al otro lado de la hoguera! La tenue luz de las bajas llamas ilumina las serpenteantes figuras. Extraigo lentamente el revólver. He tenido que vaciar el cargador en los deleznables, en los asquerosos reptiles. Repongo las balas. Monto tres hogueras más en rededor del campamento. Me tumbo, me tapo con la manta. Me duermo.

Siento su calor en mi cara. Abro los ojos. Me deslumbra. Los cierro y vuelvo a abrir de nuevo. Todo en orden. Los animales ya están parados, en pie. Comen grano de sus sacos suspendidos del cuello. Las hogueras son cuatro montones de grises cenizas. Ocho crótalos son devorados por cientos, miles, de hormigas rojas. Las observo un momento en su voraz labor. Al poco, sobre la blanquecina arena quedan unas pieles huecas, rellenas de descarnados anillos óseos. Una mancha roja se dirige hacia mis botas. Me muevo. Voy hacia los inquietos animales. Varias manchas coralinas se acercan a sus patas. Las paladas de cenizas y ascuas en rescoldo, caen sobre ellas. Unas se dispersan, en lo que otras, abrasadas y enharinadas por cenizas, quedan quietas sobre la arena.

Avanzamos. El carro, tirado por la mula me sigue. Al igual que ella, los caballos me agradecen que les salvase de la marabunta.

Caminamos sobre nuestras sombras. Tendría que parar. Tengo sed. No se debe parar aquí con este calor. Tengo mucha sed. Hay que parar. Los animales necesitan beber también. Bebemos y comemos los cuatro.

Miro en rededor. El horizonte titilea ardiente. Contra él, rodando por el rutilante y ardiente suelo, vienen varios aviones prestos a despegar. ¡Ya llegan! ¡Se me echan encima! Se borran. Miro hacia la dirección por donde hemos llegado. No hay huellas sobre la movediza arena. Las huellas de los animales, así como las del carro, se van rellenando según sacan sus cascos y las ruedas de la arena.

Nadie, ni el mejor rastreador, podrían seguirnos. Por otro lado, ¿Quién va a pensar que me he adentrado en el desierto? “Nadie, no siendo un loco, se aventuraría a adentrase en este desierto. Nadie sale vivo de él. Ni muerto. Nadie lo sacaría y nadie le daría sepultura. No le haría falta”. Yo, señor alcaide. Yo me he atrevido, me he aventurado en él, a pesar de estar harto de escucharle la machacona sentencia. Yo saldré de él, vivo.

Yo te conozco. Tú a mí también. Ya hemos estado en contacto otras veces y no me has vencido. No me has derrotado. No te has alimentado de mí.

Caminamos. Aun falta para atardecer. El pozo ha de estar cerca. Lo presiento. Los animales también lo presienten desde hace rato. Aligeran el paso. ¡Allí está! ¡Ya llegamos! Di contigo, amigo. Sabía que me esperabas.

Entre rocas y baja vegetación, veo el espejo de su superficie. Un círculo de lodo rodea el oasis. Una gran nube de zumbantes mosquitos, revolotea sobre nosotros, sobre todo el conjunto. Cadáveres de animales inflados, prestos a reventar unos, esqueléticos los otros, quedan semisumergidos en el lodo circundante.

Hago acopio de ramas secas y verdes. Enciendo varias fogatas. Sobre sus llamas dejo ramas verdes y hierba, casi asfixiando el fuego, bajo los ataques de los malditos insectos. Siento algunos picotazos en las manos y en el cuello. Atrapo unos cuantos de ellos, sobre mi mano, que sedientos de sangre ya succionaban de mis venas con su larga “hipodérmica”. El humo los ha ahuyentado de momento. Dejo libre del carro a la mula. Voy hacia el manantial cristalino de entre las rocas. Los animales me siguen, tras sacudirse de encima unos cuantos mosquitos con sus colas. Bebemos. Tranquilamente, despacio, sin ansias, llenamos nuestros estómagos, deleitándonos con el fresco liquido.

Lleno los bidones. Ya podemos continuar. En varias etapas, pocas más, y con reservas de agua, llegaremos a nuestro destino. ¿Cuál? Es lo mismo, yo lo buscaré. Yo me labraré mi destino. Llegaré a La Vida, que es la que me espera. Al otro lado de esta caldera de ardiente arena blanca, me espera Ella; La Vida. Engancho la mula al carro. Tengo sueño. Ensillo el caballo de refresco. No puedo dormir ahora. Los animales están remisos a seguir. Bostezo. No podemos descansar ahora, les digo. Aun debemos continuar unas horas. El sueño me va minando el cerebro. Al menos hasta que el sol baje al horizonte, debemos continuar. Bostezo. Los animales bajan la cabeza. Patean fuertemente sobre el polvoriento suelo. Al otro lado de la nube de polvo, resaltando sobre la piel de las monturas, gruesas gotas escarlata. Otras se deslizan formando surcos en su pelaje.

El cerebro me ordena dormir. Me rebelo. Desobedezco la insistente orden. Llevo mi mano a mi dolorido cuello. Miro mis dedos ensangrentados. Arreo a mis compañeros de viaje. ¡Vamos! ¡La Vida nos espera! Me acerco al manantial. Lavo mis manos y el cuello. Me pesan los parpados. De nuevo refresco mi cara. ¡No! No puedo ceder. No debo rendirme al sueño. Mojo el pañuelo y me lo aplico al cuello, sujetándolo con un nudo. Me siento entre las rocas. Oigo el zumbido que se acerca. He de levantarme antes de que lleguen, y marcharnos. Mi cuerpo ha adquirido tal peso que no puedo moverlo. ¡No os tumbéis! Grito a las bestias. ¡Nos vamos! Me siento pesado. Es como si me hubiese bebido toda el agua del pozo. Bostezo. No…, no puedo dormirme… Voy hacia las monturas. No me muevo. ¡He de ir hacia las monturas! Me ordeno. Bostezo… Los parpados me pesan. No puedo dormirme. No debo dormir. No quiero… La Vida me espera. Nos espera… la vi…da… Nos… es….

AdriPozuelo (A. M. A.)
Pareja, Guadalajara

Adri...! Fantastico! Me has robado unos minutos que me obligan a repetir lo mismo:
! fantastico!
Mientras leía, me has recordado, que cuando bebo un vaso de agua, recuerdo, que el oasis nunca llega. Que el desierto para mi si ha existido. Que la lengua se infla, y hasta se tiene la impresión de que no cabe en la boca.! Que dilicia un vaso de agua! Cuando hoy te lo llevas a la boca, detras están las dunas, pero el baso es auntentico, el agua clara, cristalina, fresca. No sudas ese sudor al que se pega el porlbo, No precisas pasarte los dedos por el sudor que sabe salado. Es auntentido: el vaso de agua es real. No hay oasis alguno! Que placer la susvidad del bidrio sobre los labios resecos! Sonríes. Soríes por que ya no estás caminando, por dunas, senderos secos o entre matojos que apenas levantan unos palmos del suelo, Que no precisas coger nos higos chumbos delas muchas chumberas, sobre aquellas pequeñas ondulaciones del terreno, ya dejadas atrás las dunas.! Un pozo! Alguien ha gritado y repetido:! un npozo! Y todos corren. sacan fuerzas, que segundos antes no tenía, Ponen un centinekla los mandos por si están en venenadas las aguas: nadie hace caso. El centinela mira al oficial, que también está cansado y sediento. se unnen los cintosestos a la parte acerada del casco.! Mas cintos! Y pon fin asoma el recipiente, pertiendo chorros deagua, mientras que las lenguas pretenden removerse en la boca. Flotan langostas! pero no importa! Se bebe, se suspira, y al instante hasta se habla.
Y se sigue adelante, algunos, los que trataron de saciar la sed con el fruto de las chumberas, les duelen las tripas, tienen ganas de defecar y no pueden. Están como asustados. Otros se ríen.
Y por fin el poblado... desierto y agua para todos, fresca... que a alguien le recordaba, que en alguna parte de La Alcarria había agua abundante... pájaros y flores.
Saludos.

Muchas gracias libertad. Me satisface enormemente que te haya gustado, pues creo que ha sido así por tu expresión, ya que fantástico lo es, al menos con esa intención de fantasía lo escribí el día 22 de octubre de 2010, estando viviendo ya por tu tierra: La Alcarria ("la bella", apostillaría yo).

Al igual que mi relato te ha recordado a ti ciertas cosas, a mí tus letras me han recordado esto que escribí -éste otro que dejo aquí abajo-, el 25 de enero de 2008, ya sobre una idea que tenía y que me rondaba por la cabeza desde hacía tiempo, basado en una anécdota o pequeña historia que me contó alguien hacía unos años. Por lo mismo, como leo que tus letras se avienen bien con él lo he traído aquí. Espero que los recuerdos que te traiga no sean tan dolorosos, al menos, como lo es el final del mismo. Como podrás comprobar, coincide la tierra de origen -aunque es eso, pura coincidencia-, ya que La Alcarria se encuadra en lo que antaño se llamó Castilla la Nueva.

ÓRDENES QUE NO LLEGAN

Por enésima vez volvió a desenganchar la cantimplora de su cinturón, aproximándosela a los labios con indolente ademán. La volteó sobre su boca, abriendo esta al máximo para procurar que no se le derramase ni un átomo del preciado líquido, comprobando por enésima vez e igualmente, que no salía absolutamente nada por aquél agujero negro y profundo que tenía ante sus ojos.

Ojos irritados, marchitos, ajados, al igual que sus labios, y resecos como su garganta y sus entrañas.

Entrañas impregnadas de polvo y arena que el viento hacía elevarse desde el suelo, lo que tras describir torbellinos en el espacio, se introducía por su boca en tráquea, laringe y bronquios, yendo a quedarse instalados en los alveolos, cuales bloques de terracota que pretendieran construir un muro de sílice para después asfixiarlo. El velo del paladar lo sentía áspero, pétreo, pesado cual losa de granito, amenazando, si llegase a desprenderse, lapidarle la lengua.

El horizonte, puro y duro, espejismo en su cerebro pues sus ojos no podían apreciarlo desde hacía varias horas, se le presentaba ante sí oscuro, cercano, tan próximo, que aun no viéndolo claramente creía que de un momento a otro, quizás a un paso más, caería del otro lado.

Al otro lado se encontraba su salvación. Al otro lado estaba el campamento. El campamento al cual debía haber llegado hace días y por lo tanto deberían estar esperándolo. Su campamento, del cual había partido hacía… ¿Cuánto tiempo hacía? ¿Cómo es posible que no pueda recordarlo? –pensó en un instante de lucidez, en que esta, paulatinamente le iba invadiendo debido, quizás, al sentir próximo el final de su odisea-. Se dijo que más de treinta días, de los cuales más de veinte, y ya de regreso, llevaba portando las nuevas órdenes y por tanto la nueva estrategia a seguir por su destacamento en el frente. Mas, si tenía que haber estado allí hace días, ¿Cómo es que no habían decidido salir a buscarlo? - reflexionó-.

Lo que él ignoraba es que en el campamento nadie le esperaba. Nadie había sabido que llegaría él con nuevas órdenes, ni nadie podía saberlo ya, desde hacía unos días, puesto que nadie quedaba en pie, ni vivo siquiera fuese tumbado, como para quererlo saber.

Tras no encontrar su pie el apoyo necesario para continuar adelante, su cuerpo se desestabilizó, yendo a rodar irremisiblemente por la ladera de la duna movediza. Sintió como la arena frotaba su piel -ya que reptaba semidesnudo-, cual asperón pretendiente en lavarle el alma, para así presentarse con ella limpia en su destino, a su fatídico destino. No pudo escaparse lamento alguno por su boca, pues lo impedía el estar invadida por el ardiente sílice del desierto.

Evocó un pueblo de Castilla la Nueva, una familia, una novia y unos amigos que le sonreían con una copa de vino en la mano. Brindaban por él, le daban la bienvenida por su regreso a casa.

Paulatinamente, una nebulosa gris se interpuso ante la gratificante escena, atenuando, difuminando las festivas y familiares imágenes, en lo que un profundo sueño se apoderaba de sus sentidos y se durmió, cubierto por cálido manto, el cual le protegería de la fría noche sahariana.

AdriPozuelo (A. M. A.)
25 de enero de 2008
Vilamanta, Madrid
25 de enero de 2008

Cuéntame un cuento abuelo, cuéntame un cuento-le había dicho la niña camino del "Barranco-hondo"
Otro día pequeña, tro día re contaré el cuento de "le Patito Triste" o el del "Burrito desgraciado".
Y mientras la niña correteaba, entre enebros y romerales, el abuelo se contaba uno de sus cuentos resales. Callaba. El abuelo callaba, cuando la memoria acercaba gallos madrugadores. Giró sobre si mismo, abarcando el horizonte: a lo lejos el Pico Ocejón desnudo de su blanco manto que luciera durante laprimavera: era verano
Era verano, pero el recuerdo se empeñaba en escarbar en recuerdos de mañanas muy frías... y se musitaba en su soliloquio: Vengo desde mis manos inocentes, muy pequeñas de la mano del destino del canto del arado, del alma de los barbechos acariciados por la reja... pero mucho antes, de arados silenciosos, sus rejas oxidadas en el surco...
-! Una mariposa abuelo, una mariposa!- Grita la pequeña, corriendo tras ella.
Apenas si escucha en la pequeña sus voces de alegría, embebido en voces lejanas que le llevan silenciosas del otro lado del valle. En las colinas, apenas se divisan las trincheras... sin embargo no ha borrado de la memoria, aquellos hombres que desde ese mismo lugar les viera agazapados. Le preguntó a su abuela mientras esta daba vueltas a la rueca, bajo la chimenea dela vieja casa, que hacía allí los hombres aquellos.. No supo o no quiso responder.
Como no divisara a la pequeña, se incorporó y fué en busca de ella. No lejos cogía flores
-! Son para mamá!- le dijo encerró su mano, en la del abuelo: Era feliz- pensaba el abuelo.
-! Tengo sed abuelito- había dicho la niña. En silencio este, la condujo por un estrecho sendero, hacia una vaguada cubierta de zarzales. por entre unas peñas, el agua brotaba, a borbotones. La niña miró indecisa, y el abuelo entendió por su mirada he hizo de sus dos manos un cuenco que llevo a sus labios. La niña hizo lo mismo una y otra vez, mientras se reía de alegría.
-! Esto es divertido abuelito!... Se lo contaré a mamá... Seguro que se alegrará saber que he bebido yo solita.
El abuelo callaba. El abuelo calló, que la mamá, a la edad dela pequeña, también bebía de la fuente, y cogía también flores. El abuelo calló que su hija, no paseaba por aquellos caminos zapatos relucientes, ni tan bellos vestidos.
El abuelo calló que él también había sido pequeño, y que calzaba unas molestas albarcas manchadas de barro. El abuelo callaba, que en las noches de estío, se dormía en el campo, que los zorros aullaban, que era feliz contemplando las estrellas, y que bajo ellas attopadocon las mantas de las mulas, se quedaba dormidos. El abuelo callaba, que hablñia sido un niño pobre con sueños muy ricos... y que volaba y volaba montado en caballitos de sueños, y que agarradoa sus alas, cruzaba llanuras, grandes y hermosos valles donde le saludaban los pájaros, y, que a veces volaba, alto, tan alto que tras delas nubes, cogía las estrellas, y se decía:! la mas bella se la llevaré a mi madre!
El abuelo, se callaba, que le despertaba al alba, la voz de su padre, y que este decía:"! Ala hijo, las mulas están "carga`as"! El abuelo se callaba que tenía miedo, caminar solo por aquellos senderos a leguas del pueblo.
La niña, cansada de corretear entre la hierba y las flores, se había acercado, hasta el abuelo que permanecía sentado a la sombra del viejo roble, mientras se sentaba a su lado, decía:
- Abuelito: ¿porque no dices a mamá, que nos quedamos aquí?... Y tras un breve silencio prosiguió:! esto es mas bonito que la ciudad!
Calló el abuelo, calló poraue no quiso responder, Si pensaba en los largos inviernos. Si pensaba enel fondo del ayer, cuando las manos ateridas de frí, cuando las la´grimas se helaban en la cara. O cuando hasta las lagrimas "Mu enteras" de los hombres rodaban por el suelo... palabras de su abuelo, que también decía, que en el surco, en la tierra se encallecía hasta el alma.

libertad. En un día cualquiera, en un lugar de la Alcarria
libertad.

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