Sr. Cantalapiedra. Me ha gustado su relato. Nadie duda...

DESDE LA TIERRA LEONESA, INMIGRANTE EN MADRID
Con tan solo 16, años, se fue a buscarse la vida a Madrid, donde en sus inicios, fue camarero, y a los dieciocho años, se consiguió el carnet de conducir, y empezó a ser un habitual de las calles de Madrid, repartiendo unas veces pan, y otras productos de perfumería, hasta que el servicio militar le llevo de nuevo a su tierra leonesa, donde en el campamento del Ferral de Bernesga, juro la bandera, y fue un soldado de lo más normal. Una vez terminado su periodo militar, volvió de nuevo a esa gran ciudad, donde los inmigrantes se abrían camino, en diferentes puestos de trabajo, este hombre fue conductor de autobuses, en las líneas P, 1, y P, 2, aunque tuvo la desgracia, de que un viajero, le complicara la vida, al sacar la mano por una ventanilla, y sufrir heridas, de las que tuvo que ser asistido en el Hospital, y con ello la justicia que a veces juzga de cualquier forma, le retiro el carnet de conducir, a este hombre que conducía bastante prudentemente, ya que el viajero herido, expuso en sus conclusiones, que la ventanilla iba abierta, y las ramas del árbol se metieron por dentro de aquel autobús, con el volante a la derecha, ya que era de aquellos viejos cacharros ingleses, que por los años 1960, circulaban por Madrid. Y el juez sin dudarlo le acuso a este hombre de imprudencia temeraria, con la retirada del carnet de conducir, y de encima ser multado con equis pesetas. Aquellos meses sin carnet de conducir, estuvo lavando autobuses en las cocheras de aquella empresa de periféricos, y a la vez intentando sacarse el carnet de taxista madrileño, que meses después lo consiguió. Iniciando su nueva vida de conductor de taxis, en la empresa donde comenzó su nuevo oficio de taxista, le dieron el turno de la noche madrileña, donde el sin inmutarse, supo ser un hombre recto y prudente, sacando su familia adelante, con la dignidad de esas personas, que piensan más en sus hijos que en su propia vida, y así y todo, paso aquellos terribles años de la maldita droga, donde fue interceptado varias veces por la policía, al llevar en su taxi, a personas que se iniciaban, en el mundo trágico de la carrera del robo con la muerte esperándoles. Fueron las plazas de Chueca, y del dos de mayo, donde muchas veces cargo su taxi, y jugándose a veces la vida, conseguía cobrar el importe de sus carreras, mientras que otras veces les llevarían a comprar la maldita mercancía, en lugares cómo El Rancho del Cordobés, Pies Negros, la Avenida de Guadalajara, Los Focos, Jauja, Telecinco en la carretera de Fuencarral a Alcobendas, Final del Pozo del Tío Raimundo, y otros montones de sitios, donde aquellos años, se jugaban la vida muchos taxistas, ya que los monos o ataques de locura, de las abstinencias, se volvían peligrosos, y sí sabían que alguien tenía dinero, no dudaban en quitárselo cómo fuera. Este hombre sufrió la noche de los muertos vivientes, y encima en la Avenida de San Luis, donde existía aquel paso tan estrecho, antes de llegar a la calle de Arturo Soria, uno de los dos drogadictos, que llevaba en su taxi, falleció, con la suerte de que un coche de policía nacional, el pudo hacerle señales luminosas, para que le ayudaran, a salir de dicho embrollo, cosa que así hicieron, llevándose al joven muerto y a su compinche, que quería salir huyendo, y que él les había llevado dos veces, a comprar droga al Bronc de Hortaleza, pasando su respectivo miedo. Este hombre ha fallecido a sus setenta y pico de años, el pasado septiembre, en el Hospital que en aquellos años de los setenta, empezaba a construirse, y que todos conocemos cómo el Ramón y Cajal, y donde termino su vida, en el más absoluto silencio, eso sí antes de morir del maldito cáncer, contaba a su hijo, una de sus peligrosas carreras, hasta La Cruz del Cura, hoy en día llamado, El Ventisquero de la Condesa. Su muerte se ha llevado con él, muchas penosas historias, de los jóvenes que se adelantaron, a probar el paraíso artificial, que les llevo a su destrucción. Descansen en paz, aquellos jóvenes, y la de este hombre inmigrante leones. D, E, P.
G X Cantalapiedra. En Madrid

Sr. Cantalapiedra. Me ha gustado su relato. Nadie duda de los jóvenes de toda España que tuvieron que emigrar para buscarse la vida. Mi paisano leonés es uno de tantos de los que tuvieron que marchar buscando una posición en la vida.

Un saludo.