NARRATIVA BREVE (2)
«ANOREXIA»
Por Enrique J. Martínez Llenas
LA SITUACIÓN HABÍA llegado a un punto en el que Carmen estaba por declararse vencida, impotente ante la magnitud del problema que, desde la muerte de su esposo, padecían ella y su pequeña hija Micaela. La niña estaba cada día más delgada y nadie encontraba la causa. Sus cabellos eran ahora frágiles y quebradizos; la piel, casi transparente; las costillas se podían contar a simple vista y los ojos lucían apagados, sin brillo, como los de un cachorro abandonado.
Comenzó con los vómitos a los diez años, pocos meses después de la muerte de su padre, pero ahora, a los trece, eran mucho más frecuentes. Comía cada vez menos y no pesaba más que una pluma. Tampoco había empezado a menstruar y, por ello, sus compañeras de curso la escarnecían con sus burlas, haciendo que la niña ya no quisiera volver a la escuela.
Los estudios médicos no demostraban ninguna enfermedad específica; tampoco, ninguna de las pruebas diagnósticas que le había indicado el psiquiatra sugería que Micaela tuviera algún trastorno psíquico importante, salvo tristeza y depresión, originadas por la muerte de su padre y por el estado en que ella misma se veía.
Todo llevó al diagnóstico de que padecía una anorexia nerviosa, que la consumía progresivamente. Carmen la veía así languidecer lenta y silenciosamente, con periódicos ingresos en el hospital que sólo servían para prolongar la situación sin resolverla definitivamente.
María, la abuela de Micaela, la llevaba cada tanto a pasar unos días a su pueblo, en el que vivía con la única compañía de su viejo perro Pancho. Eran momentos muy agradables para la niña: pasaban juntas el tiempo leyendo historias de unos viejos y ajados libros que guardaba la abuela, jugando con Pancho, dando paseos por las arboledas de álamos y ayudando a María en las tareas domésticas.
Una tarde las visitó don Alfonso, el viejo y ya jubilado médico del pueblo. Recordaba con mucho afecto a Micaela, de verla desde pequeña jugando en el pueblo y de haberla asistido por alguna pequeña herida u otra banalidad propia de la infancia.
— ¡Hola, chavalita —dijo—. ¿Qué hay? Te acuerdas de mí, ¿verdad? ¡Pero qué delgada estás, por Dios! Oye, María, ¿qué le pasa a esta muchacha? La recuerdo alegre, despierta y con buenas carnes, ¡y ahora es casi un estropajo!
—Es que no lo sabemos, Alfonso —respondió María—. Dicen que es una… no sé qué… ¡anorexia, eso es! Pero mira, no importa el nombre de la enfermedad; nadie sabe qué hacer y mi niñita, ya la has visto, está cada día más decaída y débil.
— ¡Hala, ven para aquí, Mica —dijo don Alfonso acercándose—. Deja que este viejo te examine un poco. Bien dicen que el diablo sabe por diablo, pero que más sabe por viejo.
[…]
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