Ofendiditos de guillotina.

«La Abogacía al servicio de Sánchez ya tiene hecho un argumentario contra la igualdad»

Manuel Marín.

MADRID. Actualizado: 20/06/2020 04:21h.

Solo en una sociedad sobreactuada en la que aumenta el odio ideológico puede producirse esa anomalía viciada por el afán de protagonismo de contemplar a un individuo disparando contra dianas en las que su objetivo son Pedro Sánchez o Pablo Iglesias. En esta España fracturada de balcones ejemplares y radicalidad progresiva, algo en la extrema izquierda y en la derecha más obtusa parece ya claramente enfermo. Pueden ser episodios anecdóticos de fanfarronería, o exhibiciones sabatinas con armas para el grupete de amigos de whatsapp mientras apuran entre risas su cuarto whisky. Pero cuando un exceso pseudomilitarista se convierte en noticia, sus protagonistas elevan su desvarío a categoría, y su único logro es victimizar a quien menos lo merece. En este caso, Pedro Sánchez y Pablo Iglesias.
Entonces, ahí entra la izquierda «ofendidita» con su fanfarria de pureza y su marchamo de inocencia democrática, amenazadas por ese fascismo latente que ha creado una democracia corrupta de élites financieras, fachas por doquier y cayetanos agobiados sin golf. La Abogacía del Estado va a actuar contra el individuo que ha simulado matar a Iglesias o Sánchez. Natural. Un delito de odio, sostiene la izquierda. Y probablemente lo sea. Sin embargo, es un delito peculiar y complejo. Y no por consideraciones jurídicas, sino porque su demostración depende más del sectarismo ideológico y mediático que de la jurisprudencia. Más sencillo: cuando odia la derecha, es delictivo, y cuando lo hace la izquierda es libertad de expresión.

Así, la Abogacía al servicio de Sánchez ya tiene hecho un argumentario contra la igualdad. Cuando unos militantes socialistas se fotografían sonrientes de su hazaña ante una guillotina con la cabeza de Rajoy cortada, no hay odio, y la Abogacía respira. Cuando las juventudes de ERC, CUP o Bildu queman fotografías del Rey, tampoco hay odio. Solo libertad de opinión. Cuando la dirección de Podemos reía a Iglesias sus gracias tuiteras mientras apelaba al paredón para los Borbones, a la guillotina - ¡qué enfermiza obsesión!- o a los tiburones, era solo libertad de expresión. Cuando dirigentes de Podemos se mofaban de las víctimas del terrorismo mientras se retrataban con Otegi, no había odio. O cuando juguetean con la idea de asesinar a Santiago Abascal, todo es una broma inocua.

Sánchez e Iglesias lo están consiguiendo: la ideologización de los delitos como antesala de una justicia dependiente, y los fusilamientos virtuales como coartada para el guerracivilismo. En efecto, hay peligros latentes incluso más preocupantes que el sectarismo impuesto por esos «ofendiditos de guillotina» de la Abogacía que tanto la están desprestigiando.