La efigie y el cobarde....

La efigie y el cobarde.

La foto del día, esa imagen que de nuevo casi vale más que mil palabras, narra también la entrada de Quim Torra a la sala de vistas del Tribunal Supremo lanzando un saludo a los integrantes del banquillo.

Álvaro Martínez.

Actualizado:

13/02/2019 09:16h.

<<Les pido que sean fuertes, tener ánimo y confianza porque deben estar orgullosos del ejemplo que están dando...». Ese fue el mensaje que el forajido de Waterloo les dedicó, desde Berlín, a los procesados que ayer comenzaron a ser juzgados por el Tribunal Supremo como presuntos culpables de gravísimos delitos contra el Estado. Algo más que vergüenza ajena da el impresentable desahogo de Puigdemont, que lejos de poder presentarse como ejemplo de resistencia [no ha leído aún el libro que le han escrito a Sánchez], su figura ha entrado con fuerza en la enciclopedia de los grandes cobardes del siglo, de aquellos que salen corriendo cuando el incendio que han provocado amenaza con chamuscarles el tafanario.

La foto del día, esa imagen que de nuevo casi vale más que mil palabras, narra también la entrada de Quim Torra a la sala de vistas del Tribunal Supremo lanzando un saludo a los integrantes del banquillo, la mayoría de los cuales se vuelven al escuchar su voz. Casi todos menos Junqueras, que convertido en una efigie se niega a atender al aliento que le manda Torra, pues sabe bien que hoy por hoy el president no es nada más que ese señor de mofletes sonrosados que aparece en las imágenes al lado del Puigdemont, allá en Flandes, asintiendo a las palabras como un figurante sin frase, porque en esa facción de la banda del lazo quien manda, manda, y ese sigue siendo Puigdemont.

Que Junqueras no quiere ver a Torra ni en pintura es sabido desde hace tiempo. No lo soporta. Es lo que ocurre cuando uno se convierte en asistente de un cobarde, el deshonroso precio que se paga al ponerse del lado de quien dejó tirados a sus consejeros, sin avisar tan siquiera a su vicepresidente de que iba a salir corriendo por el oscuro túnel del deshonor. «No creo en los mártires» fue la única razón que Puigdemont alcanzó a balbucir, nervioso, cuando se le preguntó el pasado septiembre por qué no da la cara en España, pues su huida es la que seguramente ha alargado la prisión preventiva del resto.

Cuando anteanoche los doce presos cogían su bandeja de la cena en el comedor de Soto o de Alcalá Meco, Puigdemont se despachaba un sabroso menú en Berlín, donde acudió a dar un premio (al que han terminado por renunciar los premiados al ver el perfil del personaje) y donde soltó un discursito innoble erigiéndose en «la voz» de los procesados. ¿La voz? Junqueras se juega 25 años de cárcel; él cuando terminó la cena quizá le dijo a Matamala: «Hablando de todo un poco, Jami, ¿con quién juega el Gerona el domingo?».

Álvaro Martínez.

Redactor jefe.