TRIANA. Muy bien por Carlos Herrera. Por supuesto,...

Dos cachetes y un juez.

Un poco más de prudencia por todas las partes es conveniente. Por el juez y por quienes prejuzgan.

Carlos Herrera.

Actualizado:

15/03/2019 00:26h.

na madre le soltó dos bofetadas a su hijo adolescente que, al parecer, se negaba a entrar en la ducha. Pontevedra. No sabemos cómo fue el precalentamiento de esa escena, es decir, si la tensión venía de atrás o era solo inmediata. No sabemos si el adolescente ejercía como muchos seres humanos de esa edad y sometía la relación con sus progenitores a un constante «tour de force». Solo creemos que hubo un par de cachetes, o de sopapos, o de guantazos de una madre tal vez harta de que el adolescente no siguiera sus indicaciones. O de una madre de mano fácil, que a la primera de cambio suelta el brazo y te arrea sin conocimiento por no seguir sus órdenes. No he leído la sentencia y no conozco esos considerandos, que son importantes, pero no trascendentales para lo que vengo a decir. El juez, tanto en primera como en segunda instancia, no llama la atención al niño por desobedecer a su madre, sino que castiga a la madre a dos meses de cárcel por las bofetadas y a ¡seis meses de alejamiento del pequeño!, al que condena a vivir sin madre durante ese tiempo. Y, por supuesto, abronca a la madre en la sentencia diciéndole que así no se educa a un niño.

No sabemos quién puso la denuncia. Me cuesta pensar que el muchacho, herido en su orgullo, se personara en un juzgado de guardia, aunque podría ser ya que la dinámica ejemplar del momento pasa por hacerle creer a los chavales que el Estado es su auténtico padre. Suena al típico caso de disputa de mayores aprovechando el caso de un menor, aunque, todo sea dicho, en el procedimiento judicial no consta una parte denunciante. Dice el juez que el agredido sufrió «eritema» en las mejillas, que precisó de tratamiento de primera asistencia, es decir, que se enrojecieron los mofletes, cosa habitual con un bofetón. No consta si el chiquillo hubo de ser ingresado en cuidados intensivos a causa de las dos bofetadas que siguieron a las clásicas frases de «o te metes en el agua de una vez o te vas a enterar», solo consta lo que los dos jueces, el primero y el segundo, han considerado en el razonamiento (?) de su sentencia: que a los niños se les puede corregir pero no infligir castigos corporales y que tal y tal. Y que la madre se vaya a tomar viento fresco, que es justamente lo que más le conviene a un adolescente de diez años: otorgarle este tipo de victoria para toda su vida y dejarle sin la figura materna durante medio año.

Considerandos y cuestiones desde el sentido común que muchas veces no exhiben estos sandios con toga tan habituados a vivir en la magia y en la arcadia del buenismo (incluyendo en él al legislador): ¿Qué habría decidido el juez si el caso hubiera sido el contrario, es decir, si es el hijo el que pega a la madre, tan tristemente habitual? ¿Qué ocurre ahora, tiempo después de los bofetones si resulta, que no lo sé, que el caso ya se ha resuelto en el ámbito familiar y que la vida transcurre con normalidad? ¿Ha considerado el togado el influjo que en la educación del niño ha tenido que, nada menos, que la Administración de Justicia expulse a su madre de su casa convirtiéndole en el rey absoluto de la situación? ¿Cómo cree el juez que habrá de ser la próxima vez en la que la madre, después de seis meses exiliada de su casa sin poder ver a su hijo, le tenga que reconvenir por alguna cosa?

Un poco más de prudencia por todas las partes es conveniente. Por el juez y por quienes prejuzgan.

Carlos Herrera.

Articulista de Opinión.

TRIANA. Muy bien por Carlos Herrera. Por supuesto, no hay que pegar a los hijos. Ahora bien, ¿dejamos que pasen por encima?

Un saludo.