Al borde del suicidio patrio....

Al borde del suicidio patrio.

Leer y viajar no solo cura el nacionalismo, sino el victimismo que aumenta a medida que crecemos en progreso y bienestar.

Isabel San Sebastián.

Actualizado:

18/03/2019 00:17h.

El territorio de los afectos, sin duda el más importante de cuantos transitamos a lo largo de la vida, me regaló el viernes pasado un reencuentro inesperado con una amiga de la infancia. Una mujer francesa que ha recorrido el mundo y residido en varios países de Europa y Asia. Hacía muchos años que no venía a Madrid, me dijo, y se había quedado gratamente sorprendida por la alegría de una ciudad acogedora, luminosa, repleta de lugares apetecibles para visitar y de gentes encantadoras. Contemplaba España con ojos cargados de admiración por el cambio experimentado en las últimas décadas, e incluso mencionó a una sobrina suya que se ha instalado a vivir aquí y tiene toda la intención de quedarse. Justo lo contrario de lo que ocurría cuando ella y yo nos conocimos y éramos los españoles quienes emigrábamos a Francia en busca de un futuro mejor. Escuchar hablar de mi país en boca de esa persona tan querida y a la vez tan alejada de mi realidad cotidiana, mirarlo a través de sus ojos, constituyó una experiencia que me ha invitado a pensar.

Somos hijos de una tierra maravillosa. Tenemos la fortuna de habitar un solar situado en el rincón más privilegiado del planeta y de haber recibido en herencia una Historia única, extremadamente rica en aconteceres decisivos, cuya huella permanece intacta en nuestras calles, nuestras plazas, nuestros museos, nuestra gastronomía... en esa cultura de vida y disfrute que fascina a los foráneos y que nosotros damos por supuesta, cuando no renegamos de ella o la despreciamos escupiendo al cielo. Somos ciudadanos de una Nación libre, democrática, igualitaria, que pese a la crisis y el frecuente mal gobierno ha sido capaz de mantener unos servicios públicos ejemplares, una sanidad universal y gratuita puntera a escala internacional, una seguridad que para sí quisieran la mayoría de nuestros vecinos europeos y no digamos de quienes moran en otros continentes, una capacidad de integración y convivencia formidables, únicamente quebrada por algo que afortunadamente escapa a la vista del viajero ocasional: el empecinamiento del separatismo catalán y vasco en romper ese gigantesco patrimonio común en aras de servir los oscuros intereses de unos pocos. Nuestro clima es la envidia de cuantos nos rodean. El salto adelante que hemos dado como sociedad, en particular desde el ingreso en la UE, llama la atención de cualquiera que se moleste en mirar. Y sin embargo, pese a todas estas bendiciones, la especialidad de la casa es quejarse, enfrentarse unos a otros, protestar, criticar y abusar del maestro armero.

Decía don Miguel de Unamuno que el nacionalismo se curaba leyendo y viajando. Es verdad. Yo añado que el mismo tratamiento sería de aplicación contra el pesimismo crónico de nuestra gente y ese victimismo recurrente que parece ir en aumento a medida que crecemos en progreso y bienestar. Porque no hay como comparar con otras realidades cercanas para constatar lo afortunados que somos. Tienen que venir a decírnoslo, desde fuera, personas cuya objetividad no se ve empeñada por el sectarismo.

-Pues estamos al borde del suicidio colectivo- dije a mi amiga, con una breve explicación referida a la coyuntura patria.

- ¡Imposible!- replicó ella, risueña. -Nadie en su sano juicio cometería tal locura-.

Me gustaría creer que no se equivoca, aunque mi fe en los españoles es más endeble que la suya. Lo único que sé con certeza es que, pase lo que pase en el campo de la política, el territorio de los afectos siempre será tierra firme.

Isabel San Sebastián.

Articulista de Opinión.