Tocar las narices....

Tocar las narices.

Lo que en los 90 era machista o intolerable lo sigue siendo. Pero ahora se añade el qué dirán.

Rosa Belmonte.

Actualizado:

30/04/2019 00:45h.

Cuando Serrano Suñer era paseado por el Retiro en silla de ruedas, pellizcaba el culo de su enfermera. «Don Ramón, nos van a ver». «Por eso lo hago». De George H. W. Bush, también nonagenario, la actriz Heather Lind contó en pleno impulso airado del #MeToo que en 2014 coincidió con él. No le dio la mano, le tocó el culo desde la silla de ruedas y soltó una guarrada. Barbara Bush entornó los ojos y un guardaespaldas le regañó por haberse puesto tan cerca. La chica aseguró que hizo público el asunto por la valentía de quienes estaban compartiendo sus experiencias. Sí hay que ser valiente para contar semejante afrenta. Nena, you too, vale, pero no me compares.

En Veep tuvieron un debate hace un par de capítulos. Selina Meyer se dirigía a una emergente senadora negra y le decía que dejara de quejarse por ser mujer, que ella tuvo que aguantar de joven, cuando era abogada, que le pellizcaran el culo. «Sé un hombre». Y ante esta recriminación recibía un ruidoso aplauso. «Dios bendiga a América, que odia a las mujeres tanto como yo», dice luego a un asesor. Es una comedia, la vida se la toman más en serio. Las odiarán, pero a ver quién les tose. Antes de anunciar su candidatura a la presidencia, Joe Biden escuchó las denuncias de dos señoras a las que había tocado. Biden parece un sobón, pero como muchos de esos conocidos simpáticos a los que evitas. Como Soraya Sáenz de Santamaría debería evitar a Monedero. Aunque ahora no sé dónde demonios iban a coincidir. Según una de las denunciantes, Biden la agarró por detrás y le besó la cabeza. Otra dice que la agarró por la nuca y tocó su nariz con la suya. ¿Pero qué somos? ¿Esquimales? Las comparaciones son ridículas y por supuesto que lo que se permite a Trump no se permite a un demócrata como Biden.

Otro frente que Biden tiene abierto es el de Anita Hill. Ya saben, la política presente se hace con hechos pasados. En 1991, las acusaciones de Anita Hill contra Clarence Thomas, que aspiraba a un puesto en el Tribunal Supremo en el que aún continúa, pusieron el término acoso sexual en el diccionario. La declaración de Hill en el Cómite Judicial del Senado, compuesto en su totalidad por hombres blancos (Hill y Thomas son negros), dejó estupefactas a las mujeres por cómo se «la había insultado, despreciado, desacreditado incluso, al terminar confirmando a Thomas» (Buenas y enfadadas, de Rebecca Traister, en Capitán Swing). Esa ira provocó que las señoras se movilizaran. 24 mujeres fueron elegidas en el Congreso, más que en toda la historia de la cámara. Ahora esas sesiones son consideradas un interrogatorio machista. Y aunque el senador Biden votara en contra de la confirmación de Thomas, lleva la losa. 28 años después, ha llamado a Anita Hill. Pero hace poco, Christine Blasey Ford declaró contra Brett Cavanaugh, candidato al Tribunal Supremo de Trump, por un intento de violación cuando eran jóvenes. De los 21 miembros, solo cuatro eran mujeres. De Hill a Blasey va un trecho y el #MeToo. Y desde luego, el cambio de tono en el interrogatorio. Pero da igual. Trump se rio de Christine Blasey Ford en un mitin y sigue recibiendo amenazas de muerte.

Es un error mirar el pasado con ojos del presente. Y no hay que ir a Hernán Cortés. Si ves un telediario español de los 90 y a gente opinando sobre, digamos, homosexualidad o feminismo, te llevas las manos a la cabeza. Lo de Biden es de 1991. Tampoco ha dejado ahogarse a Mary Jo Kopechne. Pero ¿y el éxito de Bildu y Otegi? Eso es triunfar en el presente a pesar del pasado. O por el pasado. Tocar la nariz. Tócate.

Rosa Belmonte.

Articulista de Opinión.