Agosto....

Agosto.

Escribo esta postal para subrayar lo difícil que se ha vuelto todo, incluidas las vacaciones.

José María Carrascal.

Actualizado:

12/08/2019 07:56h.

El mejor sitio para veranear en agosto es Madrid, o cualquier otra ciudad para sus habitantes, siempre que no haya sido ocupada por los turistas, como Barcelona. Lo advirtió Francisco Silvela hace más de un siglo: «Madrid, en verano, con dinero y sin familia, Baden-Baden». Mejor incluso, sin las aventurillas de los famosos Rodríguez de antaño. La ciudad cambia el primero de este mes. Se transforma. Da un vuelco. No necesitamos abrirnos paso a codazos por las aceras ni disputarnos el paso a bocinazos por la calzada. El aire es más limpio y las personas con las que nos cruzamos, más amables, dándonos los buenos días cuando bajamos temprano a comprar los periódicos en la próxima gasolinera porque el kiosko ha cerrado. No importa, el médico nos ha recomendado andar. El calor aprieta a lo largo de la mañana, pero el aire acondicionado ayuda mejor que el botijo de tiempos de Silvela, y tras enterarnos de que los políticos continúan sin ponerse de acuerdo para formar gobierno, el espectáculo que nos ofrecen las televisiones de aeropuertos, estaciones de ferrocarril y autobuses (donde los empleados hacen huelga como acostumbran por estas fechas), carreteras y autovías nos confirma que, como en casa, en ningún sitio. Tampoco las imágenes de playas, montañas, templos asiáticos e islas de Pacífico son lo bastante tentadoras como para incitarnos a abandonar nuestra paz estival. Y no digamos las de los desiertos africanos o selvas amazónicas, vistos los riesgos que allí corremos. El primero, encontrarnos con ese vecino pelma del que nos hemos librado este mes.

Exagero naturalmente, y comprendo a quienes deseen que llegue agosto y salir pitando hacia cualquier sitio, para dejar detrás la rutina del taller o la oficina, los problemas de todo tipo con la Administración, sobre todo si eres autónomo, y poder tumbarte sobre la arena o la hierba para no pensar en nada. Lo malo es que esos problemas, hoy, viajan con nosotros. En el móvil o en el ordenador, que ninguno dejará detrás por si las moscas y sería la única forma de huir de ellos. Con más urgencia e intensidad, pues en casa o en el trabajo siempre hay alguien al que acudir para resolver el problema. Sin nadie a quién consultar y los que llamamos están fuera de cobertura. La solución venía siendo que los listos cogían las vacaciones en septiembre. Pero son muy pocos los que pueden hacerlo, pues septiembre es el mes de examen del mercado, ajustar cuentas, tomar las decisiones adecuadas para la próxima temporada que será, naturalmente, más novedosa y reñida que la anterior. O sea, que hay que estar en el tajo si no quieres que te ocurra lo que al camarón que se duerme.

Escribo esta postal, como el resto, no para dar envidia ni tenerla, sino para subrayar lo difícil que se ha vuelto todo, incluidas las vacaciones. Lo hemos vuelto, mejor dicho, pues hemos sido nosotros quienes nos complicamos la vida con nuestra manía de ir más rápido, abarcar más y tenerlo todo, sin pensar que ya no es difícil, sino imposible. En cualquier caso, buenas vacaciones donde estén.

José María Carrascal.

Articulista de Opinión.