POSTALES....

POSTALES.

El nacionalismo mata.

Y no sólo los cuerpos, sino también las almas.

José María Carrascal.

Actualizado: 10/07/2020 00:04h.

El número de contagiados se duplica en 24 horas, vuelve a imponerse el uso de mascarillas es espacios abiertos, confinamiento de determinadas zonas. Las noticias, sin ser inquietantes, no son buenas. Y aunque se había previsto el rebrote ocasional del virus, el número y la rapidez causan alarma. En lo que nadie se ha fijado, al menos no lo he visto ni oído en parte alguna, es que los tres principales focos son Cataluña, la zona de Lérida lindante con Huesca, el País Vasco, principalmente el foco de Ordicia, y Galicia, en La Mariña, la franja litoral que comparte con Asturias. Temiéndose el contagio. ¿Y qué tienen en común Cataluña, País Vasco y Galicia, aparte de haber vuelto a la fase 2 de la pandemia, empezar a faltar personal sanitario haber habido los primeros muertos? Pues que son comunidades «históricas», las dos primeras gobernadas por un nacionalismo que no oculta sus aspiraciones independentistas y fuerte arraigo en la tercera, que sólo Fraga pudo contener a base de galleguismo, como sus sucesores. ¿Estoy diciendo que el nacionalismo es lo que ha traído el rebrote de la epidemia en esas tres comunidades? Indirectamente, sí, porque los tres gobiernos vienen dedicando mucha más atención a la agenda local, es decir, la catalana, vasca y gallega, que a la general, como es la sanidad, el desarrollo tecnológico, las nuevas fuentes de energía y el impacto de la informática en el trabajo. Tanto es así que Cataluña ha perdido el liderato empresarial en España, el gobierno vasco ha sido incapaz de encontrar los cadáveres de dos trabajadores sepultados en una escombrera semiilegal y al gobierno gallego se le ha escapado la mayor planta alumínica de España.
A lo que puede añadirse que el nacionalismo, por su composición interna, mata. Lo vio Goethe al ver morir a un soldado francés en la batalla de Valmy gritando « ¡Vive la Nation!» y lo han confirmado millones que ofrendaron la vida, por la suya. O matando a otros. Pues hay que distinguir entre «patriotismo», amor a la tierra, gentes, tradiciones, en que se ha nacido, y nacionalismo, rechazo de todos los demás, hasta el punto de considerarlos inferiores y, por tanto, dignos de ser atados como tales. El nacionalismo es eso: odio a todo lo ajeno. Visto con ojo clínico, es un complejo de inferioridad disfrazado de superioridad. ¿Han oído a Puigdemont pronunciarse sobre la pandemia? No tiene tiempo, tan ocupado está en crear un nuevo partido que, por cierto, ni siquiera va a presidir. ¿Han visto a Urkullu hablar de otra cosa que de nuevas transferencias? No, pues es lo único que le interesa ¿Han escuchado a algún representante de As Mareas referirse a los incendios que asolan Galicia cada verano? No. Toda la fuerza se les va en explicar qué harán con los millones que Bruselas envíe. Sí, el nacionalismo mata. Y no sólo los cuerpos, sino también las almas. No por nada, el mejor crítico inglés, Samuel Johnson, lo calificó de «scum of the Earth», que unos traducen como refugio de los imbéciles, y otros, como escoria de la sociedad.

José María Carrascal.

Articulista de Opinión.