CAMBIO DE GUARDIA....

CAMBIO DE GUARDIA.

Pedro Sánchez ya tiene su Le Pen.

Ha contado con algo a lo cual no habíamos dado el peso que de verdad tiene: se llama Vox.

Gabriel Albiac.

Actualizado: 22/10/2020 09:55h.

Hace ya mucho que decidí abstenerme. No pretenderé que todos mis motivos fueran por igual respetables. Abarcaban, desde la infame ley electoral hasta el hondísimo desprecio que me producía cada uno de los individuos que aspiraban a mi voto: desprecio, más aún neuronal que ético. Ser representado por tipos que conceptualmente no llegaban al nivel de un alumno discreto de primero de bachillerato se me hacía insultante. Que, además de eso, fueran todos tan rematada mala gente, añadía a la cosa un punto de obscenidad que juzgaba excesivo para mis tragaderas.

He visto, a lo largo de estos cuarenta años, de todo entre esos prohombres que guían nuestro gris destino de pagadores de impuestos: asesinos, ladrones, secuestradores… O simples vividores sin cualificación para llevar vida opulenta en ningún otro gremio. Así que está muy difícil que ningún nuevo salvador patrio pueda sorprenderme. Menos aún, escandalizarme. Los observo, como puede uno observar a las serpientes mas letales en sus sellados habitáculos de los terrarios. A veces gana la curiosidad, a veces el asco.
Con Sánchez, me ganó el asco inicialmente. Un sujeto que llega a presidir el gobierno tras haber encargado plagiar su tesis doctoral es como para incitar al vómito a cualquiera que haya vivido la aspereza y el honor del trabajo académico. Y ese asco permanece. Nadie podrá borrar una sordidez tan gratuita.

La curiosidad, sin embargo, fue progresivamente ganando la partida. Seamos distantes en la descripción de estos dos años. Y apreciemos su rareza. Pedro Sánchez llega al poder en la más improbable carambola que quepa imaginar en política. Sus resultados electorales habían sido los peores que haya obtenido su partido desde la puesta en pie de la Constitución del 78. Le abre la puerta al gobierno una decisión inimaginable del Mariano Rajoy que, ausente de la votación en la cual va a ser liquidado, rechaza la ventajosa oferta del PNV de mantener al frente del gobierno a cualquier líder del PP que no sea él mismo. Algún día tal vez nos explique el motivo: nos debe esa aclaración a todos los contribuyentes.

Otro partido en horas bajas, Podemos (ya sé que es generoso llamar partido a una horda, pero no nos entretengamos en minucias), que acaba de obtener los peores resultados de su breve historia, se ofrece para sacarlo a flote. Y Sánchez acepta tener en su gobierno una oficina sucursal de los intereses de Maduro y de los Ayatolas iraníes, con vicepresidencia y ministerio conyugal incluidos… Todo, en suma, parece diseñado para propiciar un batacazo político sin precedente. Todo. Y, sin embargo…

Sin embargo, Sánchez ha contado con algo a lo cual no habíamos dado el peso que de verdad tiene: se llama Vox. No era, sin embargo, un cálculo nuevo. Yo, que andaba por París a inicio de los ochenta, recuerdo aquella conversación con periodistas amigos, en la que Pierre Bérégovoy, hombre de confianza de Mitterrand, responde a los reproches de estar promocionando la presencia de Le Pen en las televisiones públicas. «Es una idea genial del presidente. Mientras Le Pen crezca, la derecha será inelegible». Al final, Le Pen creció demasiado. Y hoy el partido de su hija es mayoritario en todas las encuestas. Pero Mitterrand murió en el poder. Que era lo único a lo cual había aspirado, desde sus inicios parafascistas en 1934.

Sánchez ha apostado por construirse un Le Pen. Lo de ayer da a entender que lo ha logrado. Tal vez pueda ahora soñar con el avieso destino de Mitterrand: ser rey.

Gabriel Albiac.

Articulista de Opinión.