OPINIÓN:...

OPINIÓN:

EDITORIALES/TRIBUNAS.

Sánchez y Otegi, tal para cual.

EDUARDO INDA.

ACTUALIZADO: 24/10/2021 06:54.

Cuando el 27 de junio de 1960 estalló una bomba en la consigna de la estación de tren de Amara en San Sebastián, Jesusa Ibarrola se temió lo peor. Su hija Begoña Urroz había resultado herida en el rostro y en las extremidades y, como presagió, fallecería horas después. Tenía 20 meses. Apenas ocho años después el guardia civil de Tráfico José Antonio Pardines dio el alto a un par de muchachos que circulaban a bordo de un 850 con una matrícula aparentemente ful en la localidad guipuzcoana de Villabona. El copiloto, Txabi Etxebarrieta, no se lo pensó dos veces: vio el uniforme, sacó la pistola, disparó y mató en el acto al agente de 25 años.

Siempre se ha considerado el del bebé de la familia Urroz-Ibarrola el primer crimen mortal protagonizado por ETA. Luego se reescribió la historia, no sé si porque realmente la autoría correspodía a un extrañísimo y no menos desconocidísimo Directorio Revolucionario Ibérico de Liberación (DRIL) o porque había que continuar el blanqueamiento de la repugnante banda terrorista vasca y, claro, la muerte de una imberbe de 20 meses destrozaba el retrato que de Zapatero a esta parte nos han intentado meter con fórceps en el cerebro.

Fuera como yo creo Urroz la primera víctima mortal, haya que adjudicarle ese desgraciado rol a Pardines, lo único cierto es que hasta el final hace una década del terrorismo de alta intensidad, ETA asesinó a más de 850 personas, mutiló, calcinó o dejó con graves secuelas a miles, secuestró a un centenar, extorsionó a 10.000 vascos y provocó el exilio de 250.000 personas que se diseminaron por toda la geografía nacional para salvar la vida.