Ser o no ser....

Ser o no ser.

El líder del PP sacó la espada, como el príncipe Hamlet, e hirió en el corazón a Santiago Abascal, que acusó la estocada.

Pedro García Cuartango.

MADRID. Actualizado: 23/10/2020 01:48h.

Pablo Casado no lo tenía fácil para cambiar el rumbo de un partido desmoralizado y derrotado tras la moción de censura que desalojó a Mariano Rajoy del poder. Y, desde que venció en las primarias en el verano de 2018, se ha asemejado demasiado a la figura de un Hamlet que vagaba por las murallas de Elsinor bajo la agobiante sombra de su padre.

Ser o no ser. Sufrir los tiros penetrantes de una fortuna injusta u oponer los brazos al torrente de calamidades. Éste era el dilema del príncipe del drama de Shakespeare. Y también ha sido la disyuntiva del líder del PP desde que fue elegido hace dos años.

Atrapado entre el éxodo de votantes hacia Vox y la necesidad de ampliar las bases del partido hacia el centro, Casado ha oscilado de una a otra posición en función de las circunstancias. Y ello porque intentaba mantener un equilibrio imposible, al igual que Hamlet dudaba sobre si debía enfrentarse a Claudio, el usurpador y asesino de su progenitor.
Cuando todos pensaban que el dirigente del PP iba a ser el gran derrotado de la moción de censura, sucedió lo contrario. Casado, como Hamlet, sacó la espada e hirió en el corazón a Santiago Abascal, que mostró su sorpresa por la estocada. «No esperaba para nada su intervención», subrayó el candidato, que se lamentó de «los ataques personales» y de su ingratitud.

«Sánchez mintió a todos, pero no engañó a nadie. Usted le ayudó. Fue su colaborador necesario», había dicho Casado, que llegó a afirmar que el presidente de Gobierno había exhumado a Franco para dar alas a Vox, algo que le sentó como una bofetada a un Abascal que no podía disimular su sorpresa y su malestar.

Por primera vez en la moción, se le vio al líder de Vox noqueado, a la defensiva. Y Casado aprovechó la ocasión para reivindicar un gran espacio de centro, abierto a la pluralidad, sensible a los derechos de las minorías y abanderado de la libertad y de la tolerancia. El dirigente del PP reivindicó a Adolfo Suárez y el espíritu de la Transición, lo que le valió incluso las felicitaciones de Pablo Iglesias, que matizó que el giro llega demasiado tarde. Casado fue el triunfador de la corrida, pero la temporada es muy larga.

Iglesias tachó de «canovista» el discurso de Casado y no eludió referencias a Donoso Cortés y Sagasta para ensalzar a una derecha civilizada que contrapuso a Vox. Ayer el líder de Podemos mostró su rostro más moderado e incluso se erigió en defensor de la Monarquía, aconsejando al PP cómo tiene que comportarse. El papel de ariete contra Casado y contra Abascal se lo dejó a las cuatro diputadas de Podemos que intervinieron al principio de la sesión.

Aina Vidal pidió «amor y respeto» y luego se dedicó a atizar a la derecha, asegurando que no volverá a gobernar jamás. Sofia Castañón se pasó de lista al preguntarle a Abascal si sabía lo pesado que era levantar una persiana. El candidato le respondió que lo sabía muy bien porque cada día acompañaba a su padre, amenazado por ETA, a levantar a las ocho y media de la mañana la persiana de su pequeño comercio.

Sánchez aprovechó el final de la moción para ofrecer un acuerdo al PP para renovar el Consejo del Poder Judicial. Dijo que estaba dispuesto a «parar el reloj» de la reforma y emprender una negociación con Casado, una rectificación que hace de la necesidad virtud porque era evidente que la iniciativa del PSOE había suscitado un rechazo que la hace inviable.

Derrotada la moción sin más apoyo que el de los 52 diputados de Vox, Sánchez disimulaba su frustración porque era consciente de que, aunque el fracaso de la iniciativa se había consumado, Casado fue quien salió ayer por la puerta grande del Congreso tras cortar las dos orejas y el rabo.

Pedro García Cuartango.

Articulista de Opinión.