Alberto Saez ...

Alberto Saez
El Periodico

La clase política española no está preparada para gestionar la complejidad de los resultados del 20-D porque no quiso enterarse de los resultados. El presidente Rajoy ha vuelto a esconderse en el plasma. Pedro Sánchez y Susana Díaz han convertido las negociaciones de la investidura en las primarias del congreso federal del PSOE. Pablo Iglesias no sabe vivir fuera de la campaña permanente. Y Albert Rivera ha convertido a Ciudadanos en una simple agencia de colocación de tertulianos que se limitan a comentar la actualidad, ahora desde la sala de prensa del Congreso, a mejor precio que en los platós. Lo viejo languidece y lo nuevo pierde frescura fuera del congelador unívoco de las redes sociales. La desconexión de una parte de los catalanes tiene costes para el conjunto de los españoles. Ahora ya no hay un corrupto que llamar en la plaza de Sant Jaume para que actúe de catalán responsable a cambio de taparle las vergüenzas andorranas.
Ridículo espectacular
Lo peor no es hacer el ridículo sino convertirlo en un espectáculo televisado. Tan irresponsable es utilizar las instituciones para el propio beneficio (“Yo te quiero, Alfonso, coño” le dijo Rajoy a Rus) como convertir la audiencia con el Rey en un sketch de La Tuerka. Cierto que lo primero es delito y lo segundo puro fraude. Hicimos un relato tan autocomplaciente de “los pactos de la transición” que desde entonces no se ha pactado nada más sin los muertos de los terroristas encima de la mesa. En España hay democracia –que algunos siguen pensando que la trajo una ley franquista- pero falta cultura democrática, dentro y fuera de la política.
A la par que el tacticismo partidista deja a España en situación de Gobierno sine die (tiempo durante el cual Rajoy sigue dirigiendo a su antojo la fiscalía general del Estado) la opinión publicada dentro y fuera de las redes sociales tampoco está a la altura. Opinadores profesionales y comentaristas ocasionales nos comportamos como auténticos hooligans más pendientes de silbar al contrario que de animar a los propios. Aplaudimos la zafiedad de Rajoy ante el Rey, el desparpajo suicida de Sánchez ante Díaz, la batalla de Iglesias por las sillas (en el Congreso o en el Consejo) o la inconsistencia amable de Rivera. No se enteran pero tampoco nos queremos enterar.