«La transición española no fue modélica ni pacífica....

«La transición española no fue modélica ni pacífica. Entre 1975 y 1983 fueron asesinadas 591 personas»

Juan Antonio Tirado (Archidona, Málaga, 1961) es periodista de amplísima trayectoria en RTVE (años antes, en Radio Cadena Española de Valladolid; más tarde, en los informativos centrales de Radio Nacional de España y, desde 1998, redactor del conocido programa 'Informe Semanal'). Presenta hoy en la librería Cervantes de Oviedo (19 horas) su libro: 'Siete caras de la Transición' (San Pablo Editorial). Llama la atención una de las dedicatorias del libro: «A Alicia, mi niña, que quiere ser tan famosa como Pepito Cuadros». Cita Raúl del Pozo a Juan Carlos Monedero en el prólogo: «El mito de la Transición fue construido en los pasillos de la Facultad de Ciencias Políticas de la Universidad Complutense de Madrid, donde profesores como Ramón Cotarelo o José Álvarez Junco formaron la leyenda de la Inmaculada Transición». Mentira de familia o no -añade Del Pozo- el autor no ha olvidado los vergajazos, las pistolas en las esquinas, los asesinatos de demócratas, trabajadores y abogados, el esfuerzo de millones de españoles para que se desmontara el aparato del terror y se desactivaran las bombas.

El libro va a toda velocidad, reúne más de cien libros de bibliografía y hace calas en los siete personajes de este convulso periodo: Arias Navarro, Juan Carlos I, Adolfo Suárez, Manuel Fraga, Torcuato Fernández-Miranda, Santiago Carrillo y Carmen Díez de Rivera. La cita inicial del estudio es de Pedro Laín Entralgo: «He sido estúpidamente falangista. Quien está permanentemente satisfecho de su pasado o es un farsante o un imbécil».

No hubo 'Milagro español'

Carrillo dijo al inicio del proceso que Juan Carlos I «Es un tontín que todo lo más será Rey unos meses»Suárez apunta como posible causa de su marcha a que «yo no pertenecía a ninguna familia con dinero»
Se niega el concepto de 'Milagro español' de este periodo, así como el concepto de chapuza o traición a los vencidos en la Guerra Civil: «Franco murió en la cama de un hospital, y no víctima de una emboscada revolucionaria». Se niega lo que han apuntado numerosos historiadores conservadores: «En la Transición tenían que ganar la guerra los que la habían perdido en 1939, como si se disputara la segunda vuelta de la contienda civil».

La presencia obsesiva de la Guerra Civil, unida al poder fáctico del Ejército, es lo que mantiene vivo durante décadas el franquismo y evita que España se incorpore a la normalidad de sus vecinos europeos. Se ahonda en la polémica tesis de Monedero: «Este país que se acostó franquista y se levantó demócrata, le regaló a los franquistas el honor de apuntarse el tanto de la democracia, pero no es verdad, la democracia no la trajo Suárez, ni el Rey, ni Felipe González; ellos sólo lucharon por su puesto de trabajo».

Monarquía y pacto

Vertiginoso es el recorrido por el llamado Pacto de la Transición, en la pluma de Enrique de Diego y su libro ('La monarquía inútil'), quien da lugar a la Constitución de 1978: el acuerdo de todos los partidos en no cuestionar la monarquía, en asegurar el puesto de trabajo (vitalicio y hereditario) de Juan Carlos I y la familia Borbón evitando el referéndum de monarquía o república, planteándose todo el conjunto como un abrumador 'neocaciquismo monárquico'. Tesis que acaba en las conclusiones de Santos Juliá: «Del Rey abajo a nadie se le preguntó por su pasado con tal de que estuviera dispuesto a colaborar en el presente (...) Los políticos, desde los azules a los rojos de antaño, descubrieron el placer de encontrarse y presumieron de un alto grado de integración institucional».

Se alude al alto carácter de improvisación del cambio, hecho básicamente desde arriba (quienes habían vestido camisa azul) y se niega su carácter pacífico y modélico: «Entre 1975 y 1983 fueron asesinadas 591 personas. De estos crímenes, ETA reclamó la autoría de 334; el GRAPO, de 51; los grupos incontrolados de extrema derecha mataron a 49 personas; los grupos antiterroristas o paramilitares, a 16, y la represión policial acabó con la vida de 54 personas. Otras 8 fueron asesinadas en la cárcel o en comisarías; 51 murieron en enfrentamientos entre la policía y grupos terroristas».

Personajes y secretos

Si en algo profundiza Tirado es en los nombres claves del periodo y sus innumerables secretos entre ellos. Las loas a Franco de unos jovencísimos entonces Cebrián y Ónega desde el periódico Arriba. Llama la atención de quien fuera, andando el tiempo, el fundador de 'El País', comparando a Franco con De Gaulle: «El franquismo no ha sido una ideología, diga lo que diga mi amigo Amando de Miguel, sino una situación. No una teoría, sino una praxis. Nada malo -ni bueno- significa eso en principio. Al gaullismo le pasaba algo semejante, desaparecida la figura histórica desaparece también inevitablemente el esquema mismo».

Se habla de la formación desde 'El Alcázar' del llamado 'búnker': civiles y militares franquistas contrarios a la Transición. Las confesiones de Arias Navarro a sus ministros de entonces: «Yo lo que deseo es continuar el franquismo. Y mientras esté aquí no seré sino un estricto continuador del franquismo en todos sus aspectos». Las ínfulas monárquicas del propio Franco, así como sus distancias y tensiones con Don Juan, padre de Juan Carlos I («En 1947 había declarado a España Reino, pero no nombra sucesor hasta 1969»). Las palabras por entonces de Carrillo a Oriana Fallaci: « ¿Qué quiere que le diga de Juan Carlos? Es una marioneta que Franco manipula como quiere, un pobrecito incapaz de cualquier dignidad y sentido político. Es un tontín que está metido hasta el cuello en una aventura que le costará cara. ¿Qué posibilidades tiene Juan Carlos? Todo lo más, ser rey durante unos meses». El encuentro de Carrillo con el Rey tratándose de usted y evitando la campechanía del monarca buscando el tuteo. La simpatía, finalmente, de Carrillo por el Rey y como sitúa el debate dentro de su partido entre democracia y dictadura, y no entre república o monarquía.

También de los diez millones de dólares que entonces le pide Juan Carlos al Sha de Persia para la campaña de UCD (Suárez). El papel crucial de Torcuato Fernández Miranda para cargarse a Arias Navarro y propiciar la entrada en ruedo de Suárez. El final mismo de Miranda en conversación con González Fernández de la Mora, donde dice que Juan Carlos ya no le recibe, por «no tener nada ya que ofrecerle» y las propias palabras de Suárez a María Antonia Iglesias sobre su ruptura con Torcuato: «No sé por qué dejó de hablarme. No lo he sabido jamás». Tirado da en la diana: «Fernández Miranda no compartía la audacia de Suárez y le hubiera gustado ir a una democracia canovista, con el PSOE en el centro izquierda y Suárez liderando el centro derecha, a lo que este no estaba dispuesto. Adolfo, que parece que quedó fascinado desde las primeras entrevistas por el carisma y el estilo de González, pensaba más bien en competir con aquel en un terreno similar que en situarse en la margen derecha, donde no se sentía cómodo». Y la espita de otros muchos fuegos: la legalización del Partido Comunista por Suárez (a la que Torcuato se opone) y todo lo que viene después: Fraga y Areilza con las uñas fuera, los ataques de Ricardo de la Cierva a Suárez, junto con los editoriales de 'El País' de 1977, las coñas de Haro Tecglen desde 'Triunfo', la sombra que no deja de crecer de Felipe, la supresión del Tribunal de Orden Público, la Ley de Amnistía que deja las cárceles vacías, los juegos de dados de Tierno Galván desde la sombra del llamado Partido Socialista Popular, la promulgación del decreto de Ley de Libertad de Expresión, la derogación de la Ley Fraga de 1966, el asesinato de los abogados laboralistas de Atocha y las alharacas de Blas Piñar en Fuerza Nueva, los llamados Pactos de la Moncloa, el cambio de cromos de Guerra (PSOE) con Solé Tura (PCE), la negativa de Tierno a integrar su partido (PSP) en el PSOE, la redacción (y corrección gramatical por Camilo José Cela) de la Carta Magna, etcétera.

El final mismo de Suárez en rigurosa confesión: «La inmensa mayoría de las personas de la vida empresarial, financiera y política desconfiaban de mí. Yo era un chusquero de la política. Yo no era un personaje con un apellido brillante, no pertenecía a ninguna familia con mucho dinero (...) Hubo un banquero al que Felipe González le dijo que tuviera cuidado conmigo, porque yo era un desclasado y así como él no nacionalizaría nunca la banca, debía tener ojo conmigo porque la podía nacionalizar». El libro de Tirado arde entre los dedos, las páginas vuelan, palabras que forman un mortal circuito de alta tensión sobre nuestro pasado más reciente y su voraz autopsia.