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La rebelión contra el hospital de una directora de residencia: “esto es sentenciar de muerte a la gente y no lo pienso permitir”
Lidia Sánchez envió el 9 de abril al centro de Alcorcón un escrito de desobediencia “por obligación ética”, tras semanas viendo morir a mayores sin atención médica
La enfermera Ester García posa con una fotografía de su padre, Galo García, en Móstoles.

FERNANDO PEINADO
Madrid - 14 JUN 2020 -
Antes de plantarle cara al hospital, la directora Lidia Sánchez llevaba semanas viendo morir a decenas de residentes a los que conocía desde hacía años. Lo contó en correos que enviaba a las familias de la residencia Amavir Alcorcón a principios de abril y que se leen como el parte de una guerra. El centro había quedado a merced del virus y como otros hogares de mayores de la Comunidad de Madrid sufrió durante días el bloqueo de las derivaciones a su hospital de referencia, en este caso el Hospital Universitario Fundación de Alcorcón (HUFA).

El email de su insubordinación, del jueves 9 de abril, está cargado de rabia y desesperación. Se había enterado de que las Urgencias habían quedado casi vacías, pero le acababan de comunicar que la solución para una residente enferma era tranquilizarla con medicación, sujetarle las manos para ponerle oxígeno y alimentarla a base de pastillas. Era demasiado para alguien que llevaba días llamando personalmente a hijos y nietos para darles las peores noticias.

Sánchez lanzó un ultimátum. O mandaban ambulancias para recoger a sus residentes, o no le quedaría otro remedio que pedir a las familias que fueran a recoger a sus abuelos en coche para llevarlos ellos mismos a Urgencias. A los familiares les explicó que era “su obligación ética” y les adjuntó el mensaje que había enviado al hospital y que ha sido remitido a este periódico por el yerno de un residente.

"Buenas tardes:

Llevo semanas viendo cómo los residentes morían en nuestro centro sin atención hospitalaria, sin los medicamentos específicos para coronavirus porque había desabastecimiento. Sin derivaciones hospitalarias porque los hospitales estaban colapsados.

Entiendo la situación en ese momento pero ahora NO, no la entiendo ni pienso quedarme viendo cómo tengo residentes con positivos, gente todavía sin prueba y con sintomatología respiratoria, que voy a seguir viendo morir.

Me niego, lo siento, viendo cómo las urgencias del HUFA están vacías y camas suficientes para atender a personas, y lo que yo tengo aquí son personas, mayores pero personas, y no se merecen morir en una residencia sin la atención que se merecen, ya no hay nada que justifique que cada una de las personas que siguen aquí reciban la atención que necesita.

Si no se toman medidas YA, voy a tomar otras medidas, si tengo que llamar a las familias para que vengan en sus coches y cojan a su familiar y se presenten en el hospital lo voy a hacer.

Os voy a pasar un listado de personas que deben en este momento recibir atención hospitalaria, si en un tiempo razonable a lo largo del día de hoy no vienen ambulancias a buscar a mis residentes empiezo a llamar familias.

No me parece bien que el hospital me diga que suba dosis de tranquilizante y sujete para poner un oxígeno, me den un tratamiento en pastillas para gente que no come, esto es sentenciar de muerte a la gente y no lo pienso permitir. No es normal que exista tratamiento intravenoso y nos den pastillas, con gente con disfagia, que no come... sabiendo que ese tratamiento es tirado porque es imposible darlo.

Os voy a dar un listado de todos aquellos precisan atención hospitalaria en este momento".

Era el aviso de hartazgo de una persona que es descrita como muy comprometida por sus conocidos. Sánchez lleva 11 años trabajando en la residencia del grupo Amavir en el municipio del sur de Madrid. El primer mes de la pandemia, el más duro, lo pasó trabajando con su equipo 12 horas al día para proteger a los 177 mayores, sin apenas recursos o ayuda externa. Un domingo, le tocó comprar 300 mascarillas por 585 euros en una farmacia de Alcorcón, según contó al periódico digital Alcorconhoy. com. “Cuando salí me puse a llorar, me temblaban las piernas”, relató el 19 de marzo, cuando el virus aún no había matado a nadie en su centro.