Pasará mucho tiempo...

Suelen ser brumosas las mañanas de París,
la niebla sube del Sena como lengua helada,
te maltrata, te empaña las gafas
y es entonces cuando buscas el amor.

Cuando la orilla izquierda se llena de puestos
de libros, de láminas, de discos, de cosas viejas,
el olor del café y las baguettes
me hacen pensar en tí.
Todo es ruido y libertad en las calles
y yo sigo pensando en tí.

Mis lágrimas caen sobre la mesa de vieja madera,
las limpio con el antebrazo
y su brillo húmedo me recuerdan las calles al amanecer.
Un bateau mouche se desliza suavemente
por la superficie del Sena.
Recuerdo esos paseos, tus manos arrebataban mis guantes
y tu bufanda ocultaba nuestras bocas sedientas de amor.

¡Silencio, calla, suena un acordeón!
Sous le Ciel de Paris,
sous les ponts de Paris.
Y la Seine rumbo al mar se lleva mis recuerdos,
se lleva mi corazón.

Noemí.

Pasará mucho tiempo
y las mañanas de París seguirán siendo mágicas
a pesar del miedo que un viernes trece
asoló el tiempo.

Los amantes seguirán escondiendo sus manos
bajo la cómplice bufanda
y las aguas del Sena, hoy rojas,
volverán a ser del color del cielo.

Si todo es magia en París,
por qué la muerte?
Si todo es luz en París,
por qué esta pena?

Silencio! Edith Piaf se lo cuenta
a Maurice Chevallier,
llorando.
El cielo también llora.

Este viernes el café de la orilla izquierda
fue más amargo que nunca.

No escucho el acordeón,
no, se niega a sonar
porque suena el vals de la muerte en París!