Arrojóse el mancebito...

Arrojóse el mancebito

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SEGUNDA PARTE DE LA FÁBULA DE LOS AMORES DE HERO Y LEANDRO, Y DE SUS MUERTES

Arrojóse el mancebito
al charco de los atunes,
como si fuera el estrecho
poco más de medio azumbre.
5 Ya se va dejando atrás
las pedorreras azules
con que enamoró en Abido
mil mozuelas agridulces.
Del estrecho la mitad
10
pasaba sin pesadumbre,
los ojos en el candil,
que del fin temblando luce,
cuando el enemigo cielo
disparó sus arcabuces,
15
se desatacó la noche
y se orinaron las nubes.
Los vientos desenfrenados
parece que entonces huyen
del odre donde los tuvo
20
el griego de los embustes.
El fiero mar, alterado,
que ya sufrió como yunque
al ejército de Jerjes,
hoy a un mozuelo no sufre;
25
mas el animoso joven,
con los ojos cuando sube,
con el alma cuando baja,
siempre su norte descubre.
No hay ninfa de Vesta, alguna,
30
que así de su fuego cuide
como la dama de Sesto
cuida de guardar su lumbre:
con las almenas la ampara,
porque ve lo que le cumple,
35 con las manos la defiende
y con las ropas la cubre;
pero poco le aprovecha,
por más remedios que use,
que el viento con su esperanza
40 y con la llama concluye.
Ella entonces, derramando
dos mil perlas de ambas luces,
a Venus y a Amor promete
sacrificios y perfumes;
45
pero Amor, como llovía,
y estaba en cueros, no acude,
ni Venus, porque con Marte
está cenando unas ubres.
El amador, en perdiendo
50
el farol que lo conduce,
menos nada y más trabaja,
más teme y menos presume;
ya tiene menos vigor,
ya más veces se zabulle,
55 ya ve en el agua la muerte,
ya se acaba, ya se hunde.
Apenas expiró, cuando,
bien fuera de su costumbre,
cuatro palanquines vientos
60 a la orilla lo sacuden,
al pie de la amada torre
donde Hero se consume,
no deja estrella en el cielo
que no maldiga y acuse;
65 y viendo el difunto cuerpo,
la vez que se lo descubren
de los relámpagos grandes
las temerosas vislumbres,
desde la alta torre envía
70 el cuerpo a su amante dulce,
y la alma a donde se queman
pastillas de piedra zufre.
Apenas del mar salía
el sol a rayar las cumbres,
75
cuando la doncella de Hero,
temiendo el suceso, acude,
y, viendo hecha pedazos
aquella flor de virtudes,
de cada ojo derrama
80 de lágrimas dos almudes.
Juntando los mal logrados,
con un punzón de un estuche
hizo que estas tristes letras
una blanca piedra ocupen:
85
Hero somos, y Leandro,
no menos necios que ilustres,
en amores y firmezas
al mundo ejemplos comunes.
El amor, como dos huevos
90 quebrantó nuestras saludes:
él fue pasado por agua,
yo estrellada mi fin tuve.
Rogamos a nuestros padres
que no se pongan capuces,
95
sino, pues un fin tuvimos,
que una tierra nos sepulte.

LUIS DE GÓNGORA