Monólogo DE:...

Monólogo DE:

LOS PRIMOS AMANTES.-

EN la ciudad de Avila, edificio que en grandezas y antigüedad no debe nada a cuantos se alistan en la jurisdicción de España, nació Laura de padres nobles (porque como las armas suelen dar principio a la nobleza, y en aquella ciudad ha florecido tanto la milicia, tuvieron sus pasados ocasiones bastantes para ilustrar con su propia sangre la que había de proceder en sus descendientes). Eran moderadamente ricos, y amaban a Laura con extremo, por ser única prenda suya, y porque sus muchas partes merecían cualquier afecto. Tenía una hermosura tan honesta, que a un mismo tiempo se dejaba querer con la belleza, y se hacía respetar con la compostura. Era tan bien entendida, que pudiera preciarse de fea, a no desmentirla las perfecciones de su cara. Miraban la muchos con intento de merecerla por esposa, unos fiados en su fortuna, otros en su gallardía, y algunos en su riqueza; que si hay confianza discreta, esta pudiera tener el primer lugar en la disculpa; pero Laura ofendía se de escuchar alabanzas suyas, si se encaminaban a que reconociese alguna voluntad. No le sonaban bien conversaciones de casamiento, que no es poco milagro en mujer hermosa y que tenia cumplidos diez y seis años. Aumentaban se con su resistencia los extremos de sus amantes; que el desdén nacido del recato, y mas en la que ha de ser mujer propia, en lugar de entibiar el deseo, pone espuelas a la voluntad. No era de las doncellas que al caer el sol dejan la almohadilla, visitan la ventana, y a media noche aguardan la música, y reciben el papel, que suele ser el primer escalón de su deshonra. Laura ni escuchaba ni apetecía, pero ¿qué mucho si tenía en el alma quien se lo estorbase? Laura amaba, Laura estaba perdida, y Laura era principal; que basta para no admitir nuevos empleos, habiendo puesto los ojos en quien la merecía. Tenía su padre un hermano recién viudo, que de muy rico pasó al extremo de la necesidad, y para dar a entender su pobreza, baste decir que casó con mujer gastadora, que era noble y hacia fianzas. Vio se tan alcanzado, que con una licencia para las Indias desamparó su casa, pensando mejorase en donde no le conociesen. Y para hacerla mejor dejó un hijo que tenía, llamado Lisardo, encomendado a su hermano, el cual le recibió como a sangre tan suya, haciendo cuenta que le había dado el cielo un hijo para que después de dar estado a Laura quedase en su compañía y le consolase en los trabajos que suelen seguir a la senectud. Tendría Lisardo cuando se ausentó su padre la misma edad que Laura y era hermoso, bien criado, de ingenio vivo, y tan gracioso en las travesuras, que ya su tío apenas le diferenciaba en el amor que tenía a su hija, con la cual se crió en igualdad de hermanos y con amor de primos. Querían se los dos con aquella voluntad que permite la inocencia y no hacia Laura cosa sin gusto de Lisardo, ni Lisardo tenía pensamiento que no comunicase con ella, y en los dos parecía que se ensayaba la voluntad para mayores finezas. Dejó de ser niña Laura, y Lisardo empezó a descubrir su divino ingenio, aventajando se a todos, así en las bizarrías de caballero como en las acciones de entendido. Era galán y brioso, y tan cortés y bien hablado, que se hacía querer aun de los mismos que le envidiaban. Amaba a su prima mas de lo que pedía su cordura; miraba la ya con otros ojos, atrevían se le los deseos, daba le voces la voluntad, y finalmente, la pasión iba creciendo al paso de los años. Laura también, por otra parte, se dejaba llevar de su natural inclinación, vivía con esperanza de gozarle, aunque tenía miedo a su padre, porque era viejo y estaba cerca de codicioso, y sobre todo tenía un amigo y el mas poderoso de aquella tierra, el cual procuraba que un hijo suyo gozase la hermosura de Laura, porque era su amor tan demasiado, que se recelaba algún peligro en su salud. Su padre hacía buena cara a esta pretensión, porque Octavío, que este era el nombre del enfermo amante, era hombre de conocida nobleza. Y cuando le faltara esta calidad, se pudiera suplir fácilmente con dos mil ducados de renta. Temía Laura no le venciese a su padre el oro, que es peligroso su poder, y tiene particular imperio en todos. Decía ella que harto rico era quien no deseaba riquezas y se contentaba con su fortuna; pero estas filosofías no hallan acogida en las personas que con los muchos años se han olvidado de amar. A Laura la movía la voluntad. y a su padre le desvelaba la ambición. A ella quitaban el sueño cuidados de Lisardo, y a él le inquietaba el verse con mayores aumentos. Oía le hablar muchas veces en su remedio, si se llama con este nombre quitar a una mujer el gusto, y aunque no se lo decía a Lisardo, por no darle pesadumbre, en viéndose a solas lloraba como amante. En efecto, después de pasados algunos días, se determinó el viejo en darla a Octavio, que para ella fuera mas apacible a un sepulcro, y viendo en su sobrino tantas muestras de prudente, quiso primero aconsejarse con su entendimiento, y una vez que estaban los dos en el campo, sin mas testigos que los árboles y el agua, le dijo de esta suerte:

“Bien sabes, Lisardo, la grande voluntad que me debes, pues, ya que no eres mi hijo en la naturaleza, yo he sido tu padre en la crianza.”

Continuará…