Cuando el Demonio anda suelto, Tribuna libre

EL ESPAÑOL Pedro J. Ramirez:
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Alguien debería echar un vistazo urgente a la tabla que se exhibe en la sala capitular de la Abadía de Las Huelgas de Burgos, titulada 'La Virgen de la Misericordia con los Reyes Católicos y su familia'. Para mí, que el personaje que habitualmente ocupa el ángulo superior derecho ha debido escaparse del cuadro. Sólo eso explicaría la virulencia de la cacería desatada contra el pasado académico de nuestros líderes políticos.

Ilustración: Javier Muñoz
Ilustración: Javier Muñoz
La obra es un óleo sobre madera, de finales del siglo XV, atribuido a Diego de la Cruz. Mide un metro y medio de alto y un poco menos de ancho. Representa a la Virgen, extendiendo un enorme manto protector para albergar, por un lado, a Isabel, Fernando y sus hijos, junto al cardenal Mendoza; y, por el otro, a la congregación de monjas, con la abadesa -y hermana del cardenal- al frente. Dos demonios amenazan a todos desde arriba. Las acciones del de la izquierda son muy evidentes porque arroja, con saña, largas flechas, contra las personas reales, que la Virgen intercepta y retiene entre sus dedos.

Mucho más inquietante, sutil y taimada es la conducta del diablo de la derecha que, como digo, ya no debe estar en su sitio. Que alguien lo compruebe, por favor. O que avisen a la Asociación de la Prensa, si lo ven por la calle. Es un demonio narigón y oscuro como el azabache que camina encorvado, de perfil, acolchando la pisada, como si quisiera pasar desapercibido. Lleva a su espalda un fardo de voluminosos libros, sujetos por un cordel, y en su rostro se dibuja la más maléfica de los sonrisas.

Todos los que alguna vez habéis pergeñado algo con pretensiones literarias, o simplemente recurrís como medio de expresión a la escritura, conocéis mucho mejor a ese demonio de lo que, probablemente, os imagináis y de lo que, seguramente, os gustaría; pero muy pocos sabéis su nombre. Amanuenses legañosos, copistas despistados, redactores rutineros, tribuletes agobiados, directores megalómanos, portadistas sin ambages, estudiantes perezosos, alumnos de másteres presenciales a distancia, doctorandos chapuceros, plumíferos digitales todos, os presento a Titivilo.

La historia de este demonio, que se pierde en los tiempos medievales, es el mejor ejemplo de hasta dónde llega el efecto bumerán en el viejo dicho de que "las armas las carga el diablo". La apelación a Titivilo, como demonio de las erratas, fue, inicialmente, un mecanismo defensivo de los monjes que copiaban cada ejemplar de un manuscrito, para justificar sus equivocaciones. Que cometían faltas de ortografía, la culpa era de Titivilo. Que se distraían y al mejor escribano le caía un borrón en el texto, la culpa era de Titivilo. Que se dejaban arrastrar por el subconsciente y, en la edición de la Biblia Maldita, la omisión de una palabra convertía el séptimo mandamiento en "cometerás adulterio", la culpa era de Titivilo.

La historia de este demonio es el mejor ejemplo de hasta dónde llega el efecto bumerán en el viejo dicho de que "las armas las carga el diablo"
Estábamos, pues, ante un antecedente de "los duendes de la imprenta" que tantas veces sirvieron de coartada a periodistas y autores durante los siglos de la era Gutenberg. Pero tanto fue el cántaro a la fuente, tanto se apeló a Titivilo para justificar torpezas y perezas, que el personaje fue mutando, en la imaginación popular y en la propia literatura, hasta convertirse en el diablo recolector de cuantos tropelías se cometían a través de la escritura.

Esa es la actividad en la que se le representa, en la tabla del monasterio de Las Huelgas. Cual trapero de fechorías literarias, Titivilo va echándose a la espalda los pecados consumados mediante la pluma, con objeto de depositarlos en el infierno, bajo la custodia de Lucifer y Belfegor, para que aguarden allí a sus perpetradores, el día que toque ajustar cuentas con ellos.

No es de extrañar que, cada vez que Titivilo inicia su vendimia, tiemblen las reputaciones y una sensación de precariedad y caos se instale en todos los ámbitos de la vida pública. ¿Qué errores ortográficos, gramaticales, sintácticos, estilísticos o fácticos no habré cometido?, ¿en qué hurtos, apropiaciones indebidas, glosas mezquinas, atribuciones incompletas o citas mal referenciadas no habré incurrido?, se preguntan, entre sudores fríos, cuantos ven Al aproximarse la sombra del demonio de los libros.

No es de extrañar que, cada vez que Titivilo inicia su vendimia, tiemblen las reputaciones y una sensación de precariedad y caos se instale en todos los ámbitos de la vida pública