Sagradas Escrituras, Tribuna libre

Y JOSE DURMIENDO.-

Es de noche. Dos caravanas se deslizan entre las sombras de las afueras de Belén. En direcciones distintas. En huida. Una es la de los Magos que, avisados, regresan a su país por otro camino. La otra, la de la humilde familia nazarena. Se van también, huyendo.

Dios acaba de llegar al mundo, y el mundo organiza su persecución. ¡Así están de ciegos los hombres!

Hida.-
José, mientras dormía, ha sido despertado por un ángel. Fue, quizás, aquella misma noche en la que José se quedó dormido mientras repasaba las maravillas de aquel día: los Magos, su espléndido cortejo real, el brillo oriental de sus vestidos, los sabios del mundo a los pies del recién nacido.

José duerme en el gozo del descubrimiento del Niño, y de la adoración que le han tributado los pueblos de la tierra. Y un ángel toca su hombro:

-Levántate, toma el niño y a su madre, y huye…

José no discute con el ángel: cree y se levanta. No intenta tampoco enmendar el plan que le dicta el cielo. Es un viaje en el que jamás había pensado: ¿Egipto? ¿No sería mejor unirse a los Magos y buscar refugio en su país? ¿Egipto? Es una durísima tarea, pues no conoce el camino, ni el idioma, ni las costumbres de los egipcios. ¿Egipto, en donde no conocemos a nadie? ¿No serán muchos los riesgos para el niño por ser un país extraño? Y hay que ganarse la vida, abrirse camino, sin tener amigos.

El silencioso José tampoco en esta ocasión abre su boca, aunque aquella orden revoluciona su vida y sus consuelos.