Nadia, VOX

Marcel Gascón Barberá.

Hacerle 'un otmani' a un señor de Vox.

Este tipo de encerronas tienen mal arreglo para el que las sufre, como pudo comprobar Arcadi Espada en aquel sofá mugriento de Mejide.

2019-11-26.

Hace ya unos años, cuando España salía de la crisis, aquella televisión de Prisa que se llamó Cuatro se especializó en lo que algunos llamarían "periodismo humano" para refutar cualquier buen resultado económico que lograra el Gobierno de Rajoy.

Subía la contratación y bajaba el paro, pero Cuatro había encontrado un padre de familia cincuentón recién despedido, y millones de españoles se sentaban a comer escuchando el drama. Un presentador muy afectado explicaba enseguida la moraleja. Las estadísticas, esa cosa de especuladores y banqueros, podían decir misa, pero no saldremos de la crisis mientras haya un José sufriendo.

La economía volvía a crecer y el consumo remontaba, pero ¿qué importancia tenía un número ante tragedias como la de Rosa? Y un equipo de cámaras de Cuatro empezaba a transmitir desde el portal del piso del que la acababa de echar un banco. Claro que ellos también sabían que son los números los que cuentan todas las Rosas, pero les daba igual porque siempre se trata de atizarle al sistema, sobre todo cuando manda la derecha.

Algo parecido le hicieron el lunes a Ortega Smith después de que Vox se negara a sumarse al consenso de género. (Dinamita –hace saltar por los aires, enfatiza en la noticia– la unidad institucional contra la violencia machista, tituló El País. En la mejor tradición socialista de llamar crispador y amargado al que disiente, recriminó a Smith haber "cambiado el ambiente" con su intervención contra la utilización guerracivilista de la violación y el maltrato que la izquierda hace y la derecha que no es Vox acepta).

Un grupo de mujeres estratégicamente desplegadas en la sala al estilo de los viejos agitadores comunistas boicoteó el discurso de Smith a gritos. Pero la estrella de la performance era Nadia Otmani, una inmigrante marroquí que quedó en silla de ruedas tras ser atacada por su cuñado iraní. (Si llegan a hablar del islam, ya tenemos mora de Vox). Más estratégicamente aún, Otmani se había puesto con su silla de ruedas al lado de Ortega Smith, y con ese insufrible ¿vale? en que acaban sus reclamaciones las empoderadas empezó a contarle quién era al concejal de Vox. (Smith miraba al frente y callaba, como aquel árbitro portugués esperaba a que acabara de gritarle Serena sabiendo que no podía ganar y que aún perdía más si hablaba).

"Llevo 20 años inmigrante, ¿vale?, y luchando contra la violencia de género, ¿vale? Llevo veinte años en la silla de ruedas. Y con la violencia no se hace política en el país. Y no [tampoco] con la inmigración. Más [menos aún] con la inmigración". (Otmani, que habla a gritos para las cámaras y llamaba a Smith señor de Vox, también le dijo que nunca ha recibido "un duro" del Estado, y le pidió "respeto para las muertas y para las mujeres víctimas de la violencia en todo el país").

Este tipo de encerronas tienen mal arreglo para el que las sufre, como pudo comprobar Arcadi Espada en aquel sofá mugriento de Mejide. Porque ¿cómo negarle a la víctima cualquier medida que aparentemente contribuya a que no se repita lo que le pasó a Otmani? ¿O cómo explicar delante de un inmigrante que viene de cruzar a pie el Sáhara sin parecer cruel ante esta opinión pública idiotizada que no hay trabajo, pisos ni hospitales suficientes para acoger a todos, una obviedad que todos saben y solo dice Vox?

Por la eficacia casi garantizada de este tipo de operaciones, quizá debamos ir acostrumbrándonos a ver otmanis a señores de Vox. Porque harán todo lo posible para meterlos en vereda, y para advertir a otros de lo que viene si se atreven a romper el dogma.