Entonces decía el nombre de la persona que tenia que curar.
(Estas fiebres eran muy altas, daban días alternos, no se encontraba cura).
Se volvía de espalda al charco, tiraba los puñados de sal al agua, decía unas palabras y volvía por donde había ido.
No podía hablar con nadie, debía entrar a su casa por la misma puerta que había salido (jamás por otra), sacudirse las manos en el salero.
No había nadie que pudiera engañarle, él sabía perfectamente si las había curado.
Sabéis porqué?
Más de una vez, esos señoritos con grandes fortunas intentaban engañar a ese pobre labrador. No, usted no ha curado a mi esposa, le decían. Nuestro campesino nunca cobraba nada, ni en dinero ni en especies, sólo lo que buenamente le daban (los que podían hacerlo). Era pobre y honrado, pero sobretodo era inteligente. Les miraba a los ojos fijamente, sin decirles nada. El señorito parpadeaba, asombrado, un campesino sosteniendo su mirada! Qué atrevimiento!
Si, señor, su esposa está curada. Usted lo sabe perfectamente. Los médicos a los que ud. acudía, en Madrid, Barcelona, le dijeron que no tenía solución. Morirá, le decían. Su esposa no va a morir de estas fiebres. Su esposa está curada.
Cómo lo sabe ud, no ha visto a mi esposa!
No me hace falta, le contestaba.
Lo sabia por que cada vez que curaba a una persona, a él le daba la fiebre. Esa era la confirmación de que había curado. Esa noche la fiebre le ataba a la cama, no podía moverse, eran mucho más fuerte que las que le daban al enfermo.
Una vez en el pueblo les dio la fiebre a 2 personas a la vez. He intentó curar a las 2 (lo consiguió) en el mismo día. Su fiebre fue tan alta que la familia tuvo que llamar al médico con gran urgencia.
El médico acudió, le miró y supo el motivo de su alta fiebre. Él mismo, ante la imposibilidad de que la medicina convencional encontrara solución a la enfermedad, le había dado un papel con el nombre de los dos enfermos.
Se sentía culpable del estado de este campesino, peligraba su vida.....
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