Mensajes de Amantes del teatro y la lectura enviados por MUNDO.:

MARTIRIO: ¿Qué? ¡Acaba hombre! Amagá y no dá es de... de...

JULIÁN: ¿De qué? ¡Acaba tú!

MARTIRIO: Acaba tú primero.

JULIÁN: Sí, voy a acabá, sí; voy a acabá por irme.

MARTIRIO: ¡Como que no deseas otra cosa desde que yegaste!
... (ver texto completo)
Qué recuerdos, parece que estoy viendto a la obra en la puerta de Martirio, Julian, creo que hacia el papel, Francisco Valladares.
Bellisimo Bétulo, cuanto romanticismo pones en las letras, desprende amor del bueno.
¡Ojalá ese pajarillo, disfrute de su rosa, por muchos años!

Besos.
Mundo, mañana me voy, de fin de semana a Olvera, si te vienes te invito a comer en Corbones.
Saludos.
Te lo agradezco de todo corazón, ¡Ya me gustaría!, pero no va a poder ser, por el momento, puede qué cuando menos te lo esperes pueda saludarte en persona.
Por lo pronto sólo pedirte un favor, si vas, a la ermita pidas por un familiar que en estos momentos lo está pasando muy mal. Te doy las gracias de ante mano.
Espero que no llueva cuando vallas a Olvera, pues he visto en las noticias de Andalucía directo, las lluvias torrenciales que están causando estragos.
Me alegra, saber que estas por aquí, MUNDO,
un saludo y un abrazo para ti.
Igualmente para tí, estimado amigo Ransés.

Besos.
ok, guapa.
Hola peregrina, como verás en el enunciado dice: amantes del teatro y la lectura.
y que yo sepa GUSTAVO ADOLFO BÉCQUER, es digno autor para ser leído.

Lo mismo que que son dignos, todo aquel que quiera expresar en sus letras sus sentimientos, como lo ha hecho Bétulo.

Peregrina, no he perdido la esperanza de volver hacer un teatrillo, reinventado de alguna obra famosa. Aquí hemos echo varías de Federico García lorca. Carmen García García y yo, nos atrevimos a ello, y salió adelante, con la ... (ver texto completo)
Hola peregrina, me alegro que hayas cogido el relevo... bellisima historia, ésta que nos cuenta, de Margarita y el Conde de Gómara.

BESOS.
Muchísimas gracias amiga mía, ya sabes que los bombones me pirran.
Julin, hoy como sabes desde hace tres años, se ha convertido en un día muy especial, y aunque sea un día de celebración, por cumplir años, ¡madre mía como van subiendo los años! también es un día de recuerdos, pues coincide con la muerte de mi perrita.

Besos.
He sentido gran ilusión
leer tus versos peregrina,
un Bellisimo regalo
que me haces en este día

¡Cuanto derroche y talento,
cuanto arte, amiga mía!
sabes plasmar sentimiento
convertido en poesía
... (ver texto completo)
III PARTE:

- ¿Quién eres tú? ¿Cuál es tu patria? ¿En dónde habitas? Yo vengo un día y otro en tu busca, y ni veo el corcel que te trae a estos lugares, ni a los servidores que conducen tu litera. Rompe una vez el misterioso velo en que te envuelves como en una noche, profunda. Yo te amo, y, noble o villana, seré tuyo, tuyo siempre.

El sol había traspuesto la cumbre del monte; las sombras bajaban a grandes pasos por su falda; la brisa gemía entre los álamos de la fuente, y la niebla, elevándose poco a poco de la superficie del lago, comenzaba a envolver las rocas de su margen.

Sobre una de estas rocas, sobre una que parecía próxima a desplomarse en el fondo de las aguas, en cuya superficie se retrataba temblando, el primogénito de Almenar, de rodillas a los pies de su misteriosa amante, procuraba en vano arrancarle el secreto de su existencia.

Ella era hermosa, hermosa y pálida, como una estatua de alabastro. Uno de sus rizos caía sobre sus hombros, deslizándose entre los pliegues del velo, como un rayo de sol que atraviesa las nubes, y en el cerco de sus pestañas rubias brillaban sus pupilas, como dos esmeraldas sujetas en una joya de oro.

Cuando el joven acabó de hablarle, sus labios se removieron como para pronunciar algunas palabras; pero sólo exhalaron un suspiro, un suspiro débil, doliente, como el de la ligera onda que empuja una brisa al morir entre los juncos.

- ¡No me respondes! -exclamó Fernando, al ver burlada su esperanza-; ¿querrás que dé crédito a lo que de ti me han dicho? ¡Oh, no!... Háblame; yo quiero saber si me amas; yo quiero saber si puedo amarte, si eres una mujer...

-O un demonio... ¿Y si lo fuese?

El joven vaciló un instante; un sudor frío corrió por sus miembros; sus pupilas se dilataron al fijarse con más intensidad en las de aquella mujer, y fascinado por su brillo fosfórico, demente casi, exclamó en un arrebató de amor:

-Si lo fueses... te amaría... te amaría, como te amo ahora, como es mi destino amarte, hasta más allá de esta vida, si hay algo más allá de ella.

-Fernando -dijo la hermosa entonces con una voz semejante a una música-: yo te amo más aún que tú me amas; yo que desciendo hasta un mortal, siendo un espíritu puro. No soy una mujer como las que existen en la tierra; soy una mujer digna de ti, que eres superior a los demás hombres. Yo vivo en el fondo de estas aguas; incorpórea como ellas, fugaz y transparente, hablo con sus rumores y ondulo con sus pliegues. Yo no castigo al que osa turbar la fuente donde moro; antes le premio con mi amor, como a un mortal superior a las supersticiones del vulgo, como a un amante capaz de comprender mi cariño extraño y misterioso.

Mientras ella hablaba así, el joven, absorto en la contemplación de su fantástica hermosura, atraído como por una fuente desconocida, se aproximaba más y más al borde de la roca. La mujer de los ojos verdes prosiguió así:

- ¿Ves, ves el límpido fondo de ese lago, ves esas plantas de largas y verdes hojas que se agitan en su fondo?... Ellas nos darán un lecho de esmeraldas y corales... y yo... yo te daré una felicidad sin nombre, esa felicidad que has soñado en tus horas de delirio, y que no puede ofrecerte nadie... Ven, la niebla del lago flota sobre nuestras frentes como un pabellón de lino... las ondas nos llaman con sus voces incomprensibles, el viento empieza entre los álamos sus himnos de amor; ven... ven...

La noche comenzaba a extender sus sombras, la luna rielaba en la superficie del lago, la niebla se arremolinaba al soplo del aire, y los ojos verdes brillaban en la oscuridad como los fuegos fatuos que corren sobre el haz de las aguas infectas... Ven... ven... Estas palabras zumbaban en los oídos de Fernando como un conjuro. Ven... y la mujer misteriosa le llamaba al borde del abismo donde estaba suspendida, y parecía ofrecerle un beso... un beso...

Fernando dio un paso hacia ella... otro... y sintió unos brazos delgados y flexibles que se liaban a su cuello, y una sensación fría en sus labios ardorosos, un beso de nieve... y vaciló... y perdió pie, y calló al agua con un rumor sordo y lúgubre.

Las aguas saltaron en chispas de luz, y se cerraron sobre su cuerpo, y sus círculos de plata fueron ensanchándose, ensanchándose hasta expirar en las orillas.

FIN. ... (ver texto completo)
LOS OJOS VERDES

LOS OJOS VERDES


II PARTE:

-Tenéis la color quebrada; andáis mustio y sombrío; ¿qué os sucede? Desde el día, que yo siempre tendré por funesto, en que llegasteis a la fuente de los Álamos en pos de la res herida, diríase que una mala bruja os ha encanijado con sus hechizos.

Ya no vais a los montes precedido de la ruidosa jauría, ni el clamor de vuestras trompas despierta sus ecos. Sólo con esas cavilaciones que os persiguen, todas las mañanas tomáis la ballesta para enderezaros a la espesura y permanecer en ella hasta que el sol se esconde. Y cuando la noche oscurece y volvéis pálido y fatigado al castillo, en balde busco en la bandolera los despojos de la caza. ¿Qué os ocupa tan largas horas lejos de los que más os quieren?

Mientras Íñigo hablaba Fernando, absorto en sus ideas, sacaba maquinalmente astillas de su escaño de ébano con el cuchillo de monte.

Después de un largo silencio, que sólo interrumpía el chirrido de la hoja al resbalar sobre la pulimentada madera, el joven exclamó dirigiéndose a su servidor, como si no hubiera escuchado una sola de sus palabras:

Íñigo, tú que eres viejo; tú que conoces todas las guaridas del Moncayo, que has vivido en sus faldas persiguiendo a las fieras, y en tus errantes excursiones de cazador subiste más de una vez a su cumbre, dime: ¿has encontrado por acaso una mujer que vive entre sus rocas?

- ¡Una mujer! -exclamó el montero con asombro y mirándole de hito en hito.

-Sí -dijo el joven-; es una cosa extraña lo que me sucede, muy extraña... Creí poder guardar ese secreto eternamente, pero no es ya posible; rebosa en mi corazón y asoma a mi semblante. Voy, pues, a revelártelo... Tú me ayudarás a desvanecer el misterio que envuelve a esa criatura, que al parecer sólo para mí existe, pues nadie la conoce, ni la ha visto, ni puede darme razón de ella.

El montero, sin desplegar los labios, arrastró su banquillo hasta colocarle junto al escaño de su señor, del que no apartaba un punto los espantados ojos. Éste, después de coordinar sus ideas prosiguió así:

-Desde el día en que a pesar de tus funestas predicciones llegué a la fuente de los Álamos, y atravesando sus aguas recobré el ciervo que vuestra superstición hubiera dejado huir, se llenó mi alma del deseo de la soledad.

Tú no conoces aquel sitio. Mira, la fuente brota escondida en el seno de una peña, y cae resbalándose gota a gota por entre las verdes y flotantes hojas de las plantas que crecen al borde de su cuna. Aquellas gotas que al desprenderse brillan como puntos de oro y suenan como las notas de un instrumento, se reúnen entre los céspedes, y susurrando, con un ruido semejante al de las abejas que zumban en torno de las flores, se alejan por entre las arenas, y forman un cauce, y luchan con los obstáculos que se oponen a su camino, y se repliegan sobre sí mismas, y saltan, y huyen, y corren, unas veces con risa, otras con suspiros, hasta caer en un lago. En el lago caen con un rumor indescriptible. Lamentos, palabras, nombres, cantares, yo no sé lo que he oído en aquel rumor cuando me he sentado sólo y febril sobre el peñasco, a cuyos pies saltan las aguas de la fuente misteriosa para estancarse en una balsa profunda, cuya inmóvil superficie apenas riza el viento de la tarde.

Todo es allí grande. La soledad, con sus mil rumores desconocidos, vive en aquellos lugares y embriaga el espíritu en su inefable melancolía. En las plateadas hojas de los álamos, en los huecos de las peñas, en las ondas del agua, parecen que nos hablan los invisibles espíritus de la Naturaleza, que reconocen un hermano en el inmortal espíritu del hombre.

Cuando al despuntar la mañana me veías tomar la ballesta y dirigirme al monte, no fue nunca para perderme entre sus matorrales en pos de la caza, no; iba a sentarme al borde de la fuente, a buscar en sus ondas... no sé qué, ¡una locura! El día en que salté sobre ella con mi Relámpago, creí haber visto brillar en su fondo una cosa extraña... muy extraña...; los ojos de una mujer.

Tal vez sería un rayo de sol que serpeó fugitivo entre su espuma; tal vez una de esas flores que flotan entre las algas de su seno, y cuyos cálices parecen esmeraldas... no sé: yo creí ver una mirada que se clavó en la mía; una mirada que encendió en mi pecho un deseo absurdo, irrealizable: el de encontrar una persona con unos ojos como aquellos.

En su busca fui un día y otro a aquel sitio.

Por último, una tarde... yo me creí juguete de un sueño...; pero no, es verdad; la he hablado ya muchas veces, como te hablo a ti ahora...; una tarde encontré sentada en mi puesto, y vestida con unas ropas que llegaban hasta las aguas y flotaban sobre su haz, una mujer hermosa sobre toda ponderación. Sus cabellos eran como el oro; sus pestañas brillaban como hilos de luz, y entre las pestañas volteaban inquietas unas pupilas que yo había visto... sí; porque los ojos de aquella mujer eran los que yo tenía clavados en la mente; unos ojos de un color imposible; unos ojos...

- ¡Verdes! -exclamó Íñigo con un acento de profundo terror e incorporándose de un salto en su asiento.

Fernando le miró a su vez como asombrado de que concluyese lo que iba a decir, y le preguntó con una mezcla de ansiedad y de alegría:

- ¿La conoces?

- ¡Oh no! -dijo el montero.- ¡Líbreme Dios de conocerla! Pero mis padres, al prohibirme llegar hasta esos lugares, me dijeron mil veces que el espíritu, trasgo, demonio o mujer que habita en sus aguas, tiene los ojos de ese color. Yo os conjuro, por lo que más améis en la tierra, a no volver a la fuente de los Álamos. Un día u otro os alcanzará su venganza, y expiaréis muriendo el delito de haber encenagado sus ondas.

- ¡Por lo que más amo!... -murmuró el joven con una triste sonrisa.

-Sí -prosiguió el anciano-; por vuestros padres, por vuestros deudos, por las lágrimas de la que el cielo destina para vuestra esposa, por las de un servidor que os ha visto nacer.

- ¿Sabes tú lo que más amo en este mundo? ¿Sabes tú por qué daría yo el amor de mi padre, los besos de la que me dio la vida, y todo el cariño que puedan atesorar todas las mujeres de la tierra? Por una mirada, por una sola mirada de esos ojos... ¡Cómo podré yo dejar de buscarlos!

Dijo Fernando estas palabras con tal acento, que la lágrima que temblaba en los párpados de Íñigo se resbaló silenciosa por su mejilla, mientras exclamó con acento sombrío: - ¡Cúmplase la voluntad del cielo! ... (ver texto completo)
LOS OJOS VERDES

GUSTAVO ADOLFO BÉCQUER:

I parte:

-Herido va el ciervo... herido va; no hay duda. Se ve el rastro de la sangre entre las zarzas del monte, y al saltar uno de esos lentiscos han flaqueado sus piernas... Nuestro joven señor comienza por donde otros acaban... en cuarenta años de montero no he visto mejor golpe... Pero. ¡por San Saturio, patrón de Soria!, cortadle el paso por esas carrascas, azuzad los perros, soplad en esas trompas hasta echar los hígados, y hundidle a los corceles ... (ver texto completo)
-Recordando un poco del latín que en mi niñez supe, he conseguido a duras penas, descifrar la inscripción de la tumba -contestó el interpelado-; y, a lo que he podido colegir, pertenece a un título de Castilla; famoso guerrero que hizo la campaña con el Gran Capitán. Su nombre lo he olvidado; mas su esposa, que es la que veis, se llama Doña Elvira de Castañeda, y por mi fe que, si la copia se parece al original, debió ser la mujer más notable de su siglo.

Después de estas breves explicaciones, ... (ver texto completo)
III PARTE:

EL BESO:

Ya hacía largo rato que los pacíficos habitantes de Toledo habían cerrado con llave y cerrojo las pesadas puertas de sus antiguos caserones; la campana gorda de la catedral anunciaba la hora de la queda, y en lo alto del alcázar, convertido en cuartel, se oía el último toque de silencio de los clarines, cuando diez o doce oficiales que poco a poco habían ido reuniéndose en el Zocodover tomaron el camino que conduce desde aquel punto al convento en que se alojaba el capitán, ... (ver texto completo)
Como os habréis figurado, la causa de mi susto era el primer golpe que oía de esa endiablada campana gorda, especie de sochantre de bronce, que los canónigos de Toledo han colgado en su catedral con el laudable propósito de matar a disgustos a los necesitados de reposo.

Renegando entre dientes de la campana y del campanero que la toca, disponíame, una vez apagado aquel insólito y temeroso rumor, a coger nuevamente el hilo del interrumpido sueño, cuando vino a herir mi imaginación y a ofrecerse ... (ver texto completo)
LEYENDAS DE: GUSTAVO ADOLFO BÉCQUER

EL BESO:

I PARTE:

Cuando una parte del ejército francés se apoderó a principios de este siglo de la histórica Toledo, sus jefes, que no ignoraban el peligro a que se exponían en las poblaciones españolas diseminándose en alojamientos separados, comenzaron por habilitar para cuarteles los más grandes y mejores edificios de la ciudad.

Después de ocupado el suntuoso alcázar de Carlos V, echose mano de la casa de Consejos; y cuando ésta no pudo contener ... (ver texto completo)
II

En la época a que se remonta la relación de esta historia, tan verídica como extraordinaria, lo mismo que al presente, para los que no sabían apreciar los tesoros del arte que encierran sus muros, la ciudad de Toledo no era más que un poblachón destartalado, antiguo, ruinoso e insufrible.

Los oficiales del ejército francés, que, a juzgar por los actos de vandalismo con que dejaron en ella triste y perdurable memoria de su ocupación, de todo tenían menos de artistas o arqueólogos, no hay ... (ver texto completo)
LEYENDAS DE: GUSTAVO ADOLFO BÉCQUER

EL BESO:

I PARTE:

Cuando una parte del ejército francés se apoderó a principios de este siglo de la histórica Toledo, sus jefes, que no ignoraban el peligro a que se exponían en las poblaciones españolas diseminándose en alojamientos separados, comenzaron por habilitar para cuarteles los más grandes y mejores edificios de la ciudad.

Después de ocupado el suntuoso alcázar de Carlos V, echose mano de la casa de Consejos; y cuando ésta no pudo contener ... (ver texto completo)
III PARTE:

Cuando el caballero volvió en sí, tendió a su alrededor una mirada llena de extravío, y dijo:

— ¡Tengo sed! ¡Me muero! ¡Me abraso!

Y en su delirio precursor de la muerte, de sus labios secos, al pasar por los cuales silbaba la respiración sólo se oían salir estas palabras angustiosas:

— ¡Tengo sed! ¡Me abraso! ¡Agua! ¡Agua!

La mora sabía que aquel subterráneo tenía una salida al valle por donde corre el río. El valle y todas las alturas que lo coronan estaban llenos de soldados moros, que, una vez rendida la fortaleza, buscaban en vano por todas partes al caballero y a su amada para saciar en ellos su sed de exterminio. Sin embargo, no vaciló un instante, y tomando el casco del moribundo, se deslizó como una sombra por entre los matorrales que cubrían la boca de la cueva y bajó a la orilla del río.

Ya había tomado el agua, ya iba a incorporarse para volver de nuevo al lado de su amante, cuando silbó una saeta y exhaló un grito.

Dos guerreros moros que velaban alrededor de la fortaleza habían disparados sus arcos en la dirección en que oyeron moverse las ramas.

La mora, herida de muerte, logró, sin embargo, arrastrarse a la entrada del subterráneo y penetrar hasta el fondo, donde se encontraba el caballero. Éste, al verla cubierta de sangre y próxima a morir, volvió en su razón y, conociendo la enormidad del pecado que tan duramente expiaban, volvió sus ojos al cielo, tomó el agua que su amante le ofrecía y, sin acercársela a los labios, preguntó a la mora:

— ¿Quieres ser cristiana? ¿Quieres morir en mi religión y, si me salvo, salvarte conmigo?

La mora, que había caído al suelo desvanecida con la falta de sangre, hizo un movimiento imperceptible con la cabeza, sobre la cual derramó el caballero el agua bautismal invocando el nombre del Todopoderoso.

Al otro día, el soldado que disparó la saeta vio un rastro de sangre a la orilla del río, y siguiéndolo entró en la cueva, donde encontró los cadáveres del caballero y su amada, que aún vienen por las noches a vagar por estos contornos.

FIN. ... (ver texto completo)
Algunas horas después comenzó el asalto.

El castillo podía llamarse con razón inexpugnable. Solo por sorpresa, como se apoderaron de él los cristianos, era posible rendirlo. Resistieron, pues, sus defensores una, dos y hasta diez embestidas.

Los moros se limitaron, viendo la inutilidad de sus esfuerzos, a cercarlo estrechamente para hacer capitular a sus defensores por hambre.

El hambre comenzó, en efecto, a hacer estragos horrorosos entre los cristianos; pero sabiendo que, una vez rendido el castillo, el precio de la vida de sus defensores era la cabeza de su jefe, ninguno quiso hacerle traición, y los mismos que habían reprobado su conducta juraron perecer en su defensa.

Los moros impacientes, resolvieron dar un nuevo asalto al mediar la noche. La embestida fue rabiosa, la defensa desesperada y el choque horrible. Durante la pelea, el alcaide, partida la frente de un hachazo cayó al foso desde lo alto del muro, al que había logrado subir con la ayuda de una escala, al mismo tiempo que el caballero recibía un golpe mortal en la brecha de la barbacana, en donde unos y otros combatían cuerpo a cuerpo entre las sombras.

Los cristianos comenzaron a cejar y a replegarse. En este punto la mora se inclinó sobre su amante, que yacía en el suelo, moribundo, y tomándolo en sus brazos con unas fuerzas que hacían mayores la desesperación y la idea del peligro, lo arrastró hasta el patio de armas. Allí tocó a un resorte, se levantó una piedra como movida de un impulso sobrenatural y por la boca que dejó ver al levantarse, desapareció con su preciosa carga y comenzó a descender hasta llegar al fondo del subterráneo. ... (ver texto completo)
II PARTE:

Cuando el castillo, del que ahora sólo restan algunas informes ruinas, se tenía aún por los reyes moros, y sus torres, de las que no ha quedado piedra sobre piedra, dominaban desde lo alto de la roca en que tienen asiento todo aquel fertilísimo valle que fecunda el río Alhama, tuvo lugar junto a la villa de Fitero una reñida batalla, en la cual cayó herido y prisionero de los árabes un famoso caballero cristiano, tan digno de renombre por su piedad como por su valentía.

Conducido a la fortaleza y cargado de hierros por sus enemigos, estuvo algunos días en el fondo de un calabozo luchando entre la vida y la muerte, hasta que, curado casi milagrosamente de sus heridas, sus deudos le rescataron a fuerza de oro.

Volvió el cautivo a su hogar; volvió a estrechar entre sus brazos a los que le dieron el ser. Sus hermanos de armas y sus hombres de guerra se alborozaron al verle, creyendo llegada la hora de emprender nuevos combates; pero el alma del caballero se había llenado de una profunda melancolía, y ni el cariño paterno ni los esfuerzos de la amistad eran parte a disipar su estraña melancolía.

Durante su cautiverio logró ver a la hija del alcaide moro, de cuya hermosura tenía noticias por la fama antes de conocerla; pero que cuando la hubo conocido la encontró tan superior a la idea que de ella se había formado, que no pudo resistir a la seducción de sus encantos y se enamoró perdidamente de un objeto para él imposible.

Meses y meses pasó el caballero forjando los proyectos más atrevidos y absurdos: ora imaginaba un medio de romper las barreras que lo separaban de aquella mujer, ora hacía los mayores esfuerzos por olvidarla, y ya se decidía por una cosa, ya se mostraba partidario de otra absolutamente opuesta, hasta que, al fin, un día reunió a sus hermanos y compañeros de armas, hizo llamar a sus hombres de guerra y, después de hacer con el mayor sigilo todos los aprestos necesarios, cayó de improviso sobre la fortaleza que guardaba a la hermosura objeto de su insensato amor.

Al partir a esta expedición, todos creyeron que sólo movía a su caudillo el afán de vengarse de cuanto le habían hecho sufrir arrojándole en el fondo de sus calabozos; pero después de tomada la fortaleza, no se ocultó a ninguno la verdadera causa de aquella arrojada empresa, en que tantos buenos cristianos habían perecido para contribuir al logro de una pasión indigna.

El caballero, embriagado en el amor que, al fin, logró encender en el pecho de la hermosísima mora, no hacía caso de los consejos de sus amigos, ni paraba mientes en las murmuraciones y las quejas de sus soldados. Unos y otros clamaban por salir cuanto antes de aquellos muros, sobre los cuales era natural que habían de caer nuevamente los árabes, repuestos del pánico de la sorpresa.

Y, en efecto, sucedió así: el alcaide allegó de los lugares comarcanos y una mañana el vigía que estaba puesto en la atalaya de la torre bajó a anunciar a los enamorados amantes que por toda la sierra que desde aquellas rocas se descubre se veía bajar tal nublado de guerreros, que bien podía asegurarse que iba a caer sobre el castillo la morisma entera.

La hija del alcaide se quedó al oírlo pálida como la muerte; el caballero pidió sus armas a grandes voces y todo se puso en movimiento en la fortaleza. Los soldados salieron en tumulto de sus cuadras; los jefes comenzaron a dar órdenes; se bajaron los rastrillos, se levantó el puente colgante y se coronaron de ballesteros las almenas. ... (ver texto completo)
Para cerciorarme de la verdad que pudiera haber en mis inducciones, después que salí de la cueva por donde mismo había entrado, trabé conversación con un trabajador que andaba podando unas viñas en aquellos vericuetos, y al cual me acerqué so pretexto de pedirle lumbre para encender un cigarrillo.

Hablamos de varias cosas indiferentes: de las propiedades medicinales de las aguas de Fitero, de la cosecha pasada y la por venir, de las mujeres de Navarra y el cultivo de las viñas; hablamos, en fin, ... (ver texto completo)
LEYENDAS DE: GUSTAVO ADOLFO BÉCQUER

LA CUEVA DE LA MORA:

Frente al establecimiento de baños de Fitero, y sobre unas rocas cortadas a pico, a cuyos pies corre el río Alhama, se ven todavía los restos abandonados de un castillo árabe, célebre en los fastos gloriosos de la reconquista por haber sido teatro de grandes y memorables hazañas, así por parte de los que lo defendieron como de los que valerosamente clavaron sobre sus almenas el estandarte de la cruz. De los muros no quedan más que algunos ruinosos vestigios; las piedras de la atalaya han caído unas sobre otras al foso y lo han cegado por completo; en el patio de armas crecen zarzales y matas de jaramago; por todas partes adonde se vuelven los ojos no se ven más que arcos rotos, sillares oscuros y carcomidos; aquí un lienzo de barbacana, entre cuyas hendiduras nace la yedra; allí un torreón que aún se tiene en pie como por milagro; más allá los postes de argamasa con las anillas de hierro que sostenían el puente colgante.
Durante mi estancia en los baños, ya por hacer ejercicio, que, según me decían, era conveniente al estado de mi salud, ya arrastrado por la curiosidad, todas las tardes tomaba entre aquellos vericuetos el camino que conduce a las ruinas de la fortaleza árabe y allí me pasaba las horas y las horas escarbando el suelo por ver si encontraba algunas armas, dando golpes en los muros para observar si sonaba a hueco y sorprender el escondrijo de un tesoro, y metiéndome por todos los rincones, con la idea de encontrar la entrada de alguno de esos subterráneos que es fama existen en todos los castillos de los moros.
Mis diligentes pesquisas fueron por demás infructuosas.
Sin embargo, una tarde en que, ya desesperanzado de hallar algo nuevo y curioso en lo alto de la roca sobre la que se asienta el castillo, renuncié a subir a ella, y limité mi paseo a las orillas del río que corre a sus pies, andando a lo largo de la ribera, vi una especie de boquerón abierto en la peña viva y medio oculto por frondosos y espesísimos matorrales. No sin mi poquito de temor, separé el ramaje que cubría la entrada de aquello que me pareció cueva formada por la naturaleza y que, después que anduve algunos pasos, vi era un subterráneo abierto a pico.
No pudiendo penetrar hasta el fondo, que se perdía entre las sombras, me limité a observar cuidadosamente los accidentes de la bóveda y del piso, que me pareció que se elevaba formando como unos grandes peldaños en dirección a la altura en que se halla el castillo de que ya he hecho mención, y en cuyas ruinas recordé entonces haber visto una poterna cegada. Sin duda, había descubierto uno de esos caminos secretos, tan comunes en las obras militares de aquella época, el cual debió servir para hacer salidas falsas o coger, estando sitiados, el agua del río que corre allí inmediato. ... (ver texto completo)
VI PARTE:

La noche estaba serena y hermosa, la luna brillaba en toda su plenitud en lo más alto del cielo, y el viento suspiraba con un rumor dulcísimo entre las hojas de los árboles.

Manrique llegó al claustro, tendió la vista por su recinto y miró a través de las macizas columnas de sus arcadas... Estaba desierto.

Salió de él encaminó sus pasos hacia la oscura alameda que conduce al Duero, y aún no había penetrado en ella, cuando de sus labios se escapó un grito de júbilo.

Había visto ... (ver texto completo)
IV PARTE:

Aunque desvanecida su esperanza de alcanzar a los que habían entrado por el postigo de San Saturio, no por eso nuestro héroe perdió la de saber la casa que en la ciudad podía albergarlos. Fija en su mente esta idea, penetró en la población, y dirigiéndose hacia el barrio de San Juan, comenzó a vagar por sus calles a la ventura.

Las calles de Soria eran entonces, y lo son todavía, estrechas, oscuras y tortuosas. Un silencio profundo reinaba en ellas, silencio que sólo interrumpían, ... (ver texto completo)
V PARTE:

-Yo la he de encontrar, la he de encontrar; y si la encuentro, estoy casi seguro de que he de conocerla... ¿En qué?... Eso es lo que no podré decir... pero he de conocerla. El eco de sus pisadas o una sola palabra suya que vuelva a oír, un extremo de su traje, un solo extremo que vuelva a ver, me bastarán para conseguirlo. Noche y día estoy mirando flotar delante de mis ojos aquellos pliegues de una tela diáfana y blanquísima; noche y día me están sonando aquí dentro, dentro de la cabeza, el crujido de su traje, el confuso rumor de sus ininteligibles palabras... ¿Qué dijo?... ¿qué dijo? ¡Ah!, si yo pudiera saber lo que dijo, acaso... pero aún sin saberlo la encontraré... la encontraré; me lo da el corazón, y mi corazón no me engaña nunca. Verdad es que ya he recorrido inútilmente todas las calles de Soria; que he pasado noches y noches al sereno, hecho poste de una esquina; que he gastado más de veinte doblas en oro en hacer charlar a dueñas y escuderos; que he dado agua bendita en San Nicolás a una vieja, arrebujada con tal arte en su manto de anascote, que se me figuró una deidad; y al salir de la Colegiata una noche de maitines, he seguido como un tonto la litera del arcediano, creyendo que el extremo de sus holapandas era el del traje de mi desconocida; pero no importa... yo la he de encontrar, y la gloria de poseerla excederá seguramente al trabajo de buscarla.

¿Cómo serán sus ojos?... Deben de ser azules, azules y húmedos como el cielo de la noche; me gustan tanto los ojos de ese color; son tan expresivos, tan melancólicos, tan... Sí... no hay duda; azules deben de ser, azules son, seguramente; y sus cabellos negros, muy negros y largos para que floten... Me parece que los vi flotar aquella noche, al par que su traje, y eran negros... no me engaño, no; eran negros.

¡Y qué bien sientan unos ojos azules, muy rasgados y adormidos, y una cabellera suelta, flotante y oscura, a una mujer alta... porque... ella es alta, alta y esbelta como esos ángeles de las portadas de nuestras basílicas, cuyos ovalados rostros envuelven en un misterioso crepúsculo las sombras de sus doseles de granito!

¡Su voz!... su voz la he oído... su voz es suave como el rumor del viento en las hojas de los álamos, y su andar acompasado y majestuoso como las cadencias de una música.

Y esa mujer, que es hermosa como el más hermoso de mis sueños de adolescente, que piensa como yo pienso, que gusta como yo gusto, que odia lo que yo odio, que es un espíritu humano de mi espíritu, que es el complemento de mi ser, ¿no se ha de sentir conmovida al encontrarme? ¿No me ha de amar como yo la amaré, como la amo ya, con todas las fuerzas de mi vida, con todas las facultades de mi alma?

Vamos, vamos al sitio donde la vi la primera y única vez que le he visto... ¿Quién sabe si, caprichosa como yo, amiga de la soledad y el misterio, como todas las almas soñadoras, se complace en vagar por entre las ruinas, en el silencio de la noche?

Dos meses habían transcurrido desde que el escudero de D. Alonso de Valdecuellos desengañó al iluso Manrique; dos meses durante los cuales en cada hora había formado un castillo en el aire, que la realidad desvanecía con un soplo; dos meses, durante los cuales había buscado en vano a aquella mujer desconocida, cuyo absurdo amor iba creciendo en su alma, merced a sus aún más absurdas imaginaciones, cuando después de atrevesar absorto en estas ideas el puente que conduce a los Templarios, el enamorado joven se perdió entre las intrincadas sendas de sus jardines. ... (ver texto completo)
Mi querido Aparicio, cuanta ilusión me ha hecho volver a leerte, y ver como me recuerdas con ese nombre de la Petra, hasta me ha emocionado, recordar viejos tiempos.
"La venganza de la Petra". Buen espectáculo dimos amigo Aparicio, con esa representación, pero yo me quedo, con Don Rodrigo. En el caballero de Olmedo.
Me alegra que te en este día te hayas acordado de mí, regalándome este poema.
PD: aparicio, hace unos días te mencione en historias de miedo, te decía, que te animaras ha escribir ... (ver texto completo)
IV PARTE:

Aunque desvanecida su esperanza de alcanzar a los que habían entrado por el postigo de San Saturio, no por eso nuestro héroe perdió la de saber la casa que en la ciudad podía albergarlos. Fija en su mente esta idea, penetró en la población, y dirigiéndose hacia el barrio de San Juan, comenzó a vagar por sus calles a la ventura.

Las calles de Soria eran entonces, y lo son todavía, estrechas, oscuras y tortuosas. Un silencio profundo reinaba en ellas, silencio que sólo interrumpían, ... (ver texto completo)
III PARTE:

Llegó al punto en que había visto perderse entre la espesura de las ramas a la mujer misteriosa. Había desaparecido. ¿Por dónde? Allá lejos, muy lejos, creyó divisar por entre los cruzados troncos de los árboles como una claridad o una forma blanca que se movía.

- ¡Es ella, es ella, que lleva alas en los pies y huye como una sombra! -dijo, y se precipitó en su busca, separando con las manos las redes de hiedra que se extendían como un tapiz de unos en otros álamos. Llegó rompiendo ... (ver texto completo)
II PARTE:

Sobre el Duero, que pasaba lamiendo las carcomidas y oscuras piedras de las murallas de Soria, hay un puente que conduce de la ciudad al antiguo convento de los Templarios, cuyas posesiones se extendían a lo largo de la opuesta margen del río.

En la época a que nos referimos, los caballeros de la Orden habían ya abandonado sus históricas fortalezas; pero aún quedaban en pie los restos de los anchos torreones de sus muros, aún se veían, como en parte se ven hoy, cubiertos de hiedra ... (ver texto completo)
(LEYENDA SORIANA) GUSTAVO ADOLFO BÉCQUER

UN RAYO DE LUNA:

Yo no sé si esto es una historia que parece cuento o un cuento que parece historia; lo que puedo decir es que en su fondo hay una verdad, una verdad muy triste, de la que acaso yo seré uno de los últimos en aprovecharme, dadas mis condiciones de imaginación.

Otro, con esta idea, tal vez hubiera hecho un tomo de filosofía lacrimosa; yo he escrito esta leyenda que, a los que nada vean en su fondo, al menos podrá entretenerles un rato.

I ... (ver texto completo)
ESCENA XIX

SEGISMUNDO:

Es verdad; pues reprimamos
esta fíra condición,
por si alguna vez soñamos;
y sí haremos, pues estamos
en mundo tan singular,
que el vivir sólo es soñar,
y la experiencia me enseña
que el hombre que vive, sueña
lo que es, hasta dispertar.
Sueña el rey que es rey, y vive
con este engaño mandando,
disponiendo y gobernando,
y este aplauso, que recibe
prestado, en el viento escribe,
y en cenizas lo convierte
la muerte (Ap.! desdicha fuerte!);
¿que hay quien intente reinar,
viendo que ha de despertar
en el sueño de la muerte?
Sueña el rico en su riqueza,
que más cuidados le ofrece;
sueña el pobre que padece
su misería y su pobreza;
sueña el que a medrar empieza,
sueña el que afana y pretende,
sueña el que agravia y ofende,
y en el mundo, en conclusión,
todos sueñan lo que son,
aunque ninguno lo entiende.
Yo sueño que estoy aquí
destas prisiones cargado,
y soñé que en otro estado
más lisonjero me vi.
¿Qué es la vida? Un frenesí;
¿Qué es la vida? Una ilusión,
una sombra, una ficción
y el mayor bien es pequeño;
que toda la vida es sueño,
y los sueños sueños son. ... (ver texto completo)
ESCENA XVIII

BASILIO, rebozado. CLOTALDO, SEGISMUNDO, adormecido

BASILIO: Clotaldo.

CLOTALDO:
! Señor! ¿Así?
viene Vuestra Majestad?
BASILIO: ... (ver texto completo)
CLOTALDO:

Lo que soñaste me di.

SEGISMUNDO:
Supuesto que sueño fue,
no diré lo que soñé:
lo que vi, Clotaldo, sí.
Yo disperté, yo me vi
(Ap.! qué crueldad tan lisonjera!)
en un lecho, que pudiera
con matices y colores
ser el catre de las flores
que tejió la primavera.
Aquí mil nobles rendidos
a mis pies nombre me dieron
de su Príncipe, y sirvieron
galas, joyas y vestidos.
La calma de mis sentidos
tú trocaste en alegría,
diciendo la dicha mía
que, aunque estoy desta manera,
Príncipe en Polonia era.

CLOTALDO:
Buenas albricias tendría.

SEGISMUNDO:
No muy buenas: por traidor,
por pecho atrevido y fuerte
dos veces se daba muerte.

CLOTALDO:
¿para mí tango rigor?

SEGISMUNDO:
De todos era Señor
y de todos me vengaba;
sólo a una mujer amaba...
que fue verdad, creo yo,
en que todo se acabó,
y esto solo no se acaba. (Vase el Rey)

CLOTALDO:
(Ap. Enternecido se ha ido
el Rey de haberle escuchado.)
Como habíamos hablado
de aquella águila, dormido,
tu sueño imperios han sido;
mas en sueños fuera bien
honrar entonces a quien
te crió en tantos empeños,
Segismundo, que aun en sueños
no se pierde el hacer bien. (Vase) ... (ver texto completo)
ESCENA XVIII

BASILIO, rebozado. CLOTALDO, SEGISMUNDO, adormecido

BASILIO: Clotaldo.

CLOTALDO:
! Señor! ¿Así?
viene Vuestra Majestad?
BASILIO:
La necia curiosidad
de ver lo que pasa quí
a Segismundo (! Ay de mí!),
deste modo me ha traído.

CLOTALDO:
Mírale allí reducido
a su miserable estado.

BASILIO.
1ay príncipe desdichado
y en triste punto nacido!
Llega a dispertarle, ya
que fuerza y vigor perdió
con el opio que bebió.

CLOTALDO:
Inquieto, señor está
y hablando.

BASILIO:
¿Qué soñará ahora?
Escuchemos, pues.

SEGISMUNDO:
(Entre sueños) Piadoso príncipe es
el que castiga tiranos,
mí padre bese mis pies.

CLOTALDO:
Con la muerte me amenaza.
Basilio:
A mí con rigor y afrenta.
CLOTALDO:
Quitarme la vida intenta.
BASILIO:
Rendirme a sus plantas traza.
SEGISMUNDO: (Entre sueños)
Salga a la anchurosa plaza
del gran teatro del mundo
este valor sin segundo;
porque mí venganza cuadre,
vean triunfar de su padre
al príncipe Segismundo. (despierta)
! Más ay de mí! ¿Dónde estoy?
BASILIO:
Pues a mí no ha de ver;
(Ap. Clotaldo) ya sabes lo que has de hacer.
Desde allí a escucharle voy.. (retirase)

SEGISMUNDO:
¿Soy yo por ventura? ¿Soy
el que preso y aherrojado
llego a verme en tal estado?
¿No sois mí sepulcro vos,
ttorre? Sí,! Válgame Dios,
qué de cosas he soñado!

CLOTALDO:
(Ap. A mí me toca llegar
a hacer la deshecha ahora.)
¿Es ya de dispertar hora?

SEGISMUNDO: Sí, hora es ya de dispertar.
¿Todo el día te has de estar
durmiendo? ¿Desde que yo
al águila que voló
con tardo vuelo seguí,
y te quedaste tú aquí,
nunca has dispertado?.

SEGISMUNDO: NO
ni agora aun he dispertado
que segun Clotaldo, entiendo
todavía estoy durmiendo,
y no estoy muy engañado,
porque si ha sido soñado
lo que ví y palpable y cierto,
lo que veo será incierto;
y no es mucho que rendido,
que sueñe estando despierto. ... (ver texto completo)
ESCENA XV

ESTRELLA, ROSAURA y ASTOLFO

ESTRELLA:
Astrea, Astolfo, ¿Qué es esto?

ASTOLFO:
(Ap) Aquesta es estrella.
... (ver texto completo)
ESCENA XVI

ESTRELLA:

Dadme ahora el retrato vos
que os pedí; que aunque no piense
veros ni hablaros jamás,
no quiero poder, siquiera
porque yo neciamente
le he pedido.

ASTOLFO:
(aparte) (¿Cómo puedo
salir de lance tan fuerte?)
Aunque quiera hermosa Estrella,
servirtee y obedecerte,
no podré darte el retrato
que me pides, porque...

ESTRELLA:
Eres.. Villano y grosero amante.
No quiero que me le entregues,
porque yo tampoco quiero,
con tomarle, que me acuerdes
que te le he pedido yo. (Vase)

ASTOLFO:
Oye, escucha, mira, advierte,
! Válgate Dios por Rosaura!
¿dónde, cómo o de qué suerte
hoy a polonia has venido
a perderme y a perderte? (Vase)

ESCENA XVII

SEGISMUNDO, como al principio, con pieles y cadena, echado en el suelo,
CLOTALDO, dos criados y CLARIN.

CLOTALDO:
Aquí le debéis de dejar
pues hoy su soberbia acaba
donde empezó.

CRIADO:
Como estaba,
la cadena vuelvo a atar.

CLARIN:
No acabes de dispertar,
Segismundo, para verte
perder, trocada la suerte,
siendo tu gloria fingida
una sombra de la vida
y una llama de la muerte.

CLOTALDO:
A quien sabe discurrir,
así en bien que se prevenga
una estancia, donde tenga
harto lugar de argüir
(A los criados.) Este es al que habéis de asir,
y en este cuarto encerrar.
(señalando la pieza inmediata)
¿Por qué a mí?
porque ha de estar
guardado en prisión tan grave
Clarín que secretos sabe
donde no pueda sonar.
¿Yo, por dicha, solicito
dar muerte a mi padre? No.
¿Arrojé del balcón yo
al Icero de poquito?
¿Yo sueño o duermo? ¿A qué fin
me encierran?
Eres Clarin.
Pues ya digo que seré
corneta callaré,
que es instrumento ruin.
(Llévanle y queda solo Clotaldo.) ... (ver texto completo)
ESCENA XV

ESTRELLA, ROSAURA y ASTOLFO

ESTRELLA:
Astrea, Astolfo, ¿Qué es esto?

ASTOLFO:
(Ap) Aquesta es estrella.

ROSAURA: (Déme
para cobrar mi retrato
ingenio de amor.) (A estrella.) Si quieres
saber lo que es, yo, señora,
te lo diré.

ASTOLFO:
(Ap. a Rosaura) ¿Qué pretendes?

ROSAURA:
Mandásteme que esperase
aquí a Astolfo y le pidiese
un retrato de tu parte.
Quedé sola, y como vienen
de unos discursos a otros
las noticias fácilmente,
viéndote hablar de retratos
con su memoría acordéme
de que tenía uno mío
en la manga. Quise verle,
porque una persona sola
con locuras se divierte;
cayóseme de la mano
al suelo; Astolfo, que viene
a entregarte el de otra dama,
le levantó, y tan rebelde
está en dar el que le pides,
que en vez de dar uno, quiere
llevar otro, pues el mío
aún no es posible volverme,
con ruegos y persuaciones;
colérica e impaciente
yo, se le quise quitar.
Aquel que en la mano tiene
es mío, tú lo verás
con ver si me parece.
Soltad, Astolfo, el retrato.

ESTRELLA: (Quitasele de la mano)

ASTOLFO:
Señora....

ESTRELLA:
No son crueles
a la verdad los matices.

ROSAURA: ¿no es mío?

ESTRELLA: ¿Qué duda tiene?

ROSAURA: Ahora dí que te dé el otro.

ESTRELLA: Toma tu retrato y vete.

ROSAURA: (Ap)
Yo he cobrado mí retrato,
venga ahora lo que viniese. (Vase) ... (ver texto completo)
ESCENA XIV

ASTOLFO, que trae el retrato. ROSAURA

ASTOLFO:

Este es, señora, el retrato;
mas! ay, Dios!

ROSAURA:
¿Qué se suspende
Vuestra Alteza? ¿Qué se admira?

ASTOLFO:
De oírte, Rosaura, y verte.

ROSAURA:
¿Yo Rosaura? Hase engañoso
Vuestra Alteza, si me tiene
por otra dama, que yo
soy Astrea, y no merece
mi humildad tan grande dicha
que esa turbación le cueste.

ASTOLFO:
Basta, Rosaura, el engaño,
porque el alma nunca miente,
y aunque como Astrea te mire,
como a Rosaura te quiere.

ROSAURA:
No he entendido a Vuestra Alteza,
y así no sé responderle,
sólo lo que yo diré
es que Estrella (Ap. que lo puede
ser de Venus) me mandó
que en esta parte le espere,
y de la suya le diga
que aquel retrato me entregue,
que está muy puesto en razón,
y yo misma se lo lleve.
Estrella lo quiere así,
porque aun las cosas más leves
como sea en mi daño,
es Estrella quien las quiere.

ASTOLFO:
Aunque má esfuerzo hagas,
! oh, qué malRosaura, puedes
desimular! Di a los ojos
que su música concierten
con la voz, porque es forzoso
que desdiga y que disuene
tan destemplado instrumento,
que ajustar y medir quiere
la falsedad de quien dice
con la verdad de quien siente.

ROSAURA:
Ya digo que sólo espero
el retrato.

ASTOLFO:
pues que quieres
llevar al fin el engaño,
con él quiero responderte.
Dirásle, Astrea a la Infanta
que yo la estimo de suerte,
que, pidiéndome un retrato,
poca fineza parece
enviársele, y así,
porque le estime y le precie,
le envío el original,
y tú llevársele puedes,
pues ya le llevas conmigo,
como a tí misma te lleves.

ROSAURA:

Cuando un hombre se dispone,
restado, altivo y valiente,
aunque por trato le entreguen
lo que valga más, si ella
necio y desairado vuelve.
Yo vengo por un retrato,
y aunque un original lleve,
que vale más, volveré
desairada; y así, déme
Vuestra Alteza ese retrato,
que sin él no he de volverme.

ASTOLFO:
¿pues cómo, si no he darle,
le has de llevar?

ROSAURA:
desta suerte.
Suéltale ingrato (Trata de quitársele.)

ASTOLFO:
Es en vano.

ROSAURA:
! Vive Dios, que no hay de verse
en manos de otra mujer!

ASTOLFO:
terrible estás.

ROSAURA:
Y tu eleve.

ASTOLFO:
Ya basta, Rosaura mía.

ROSAURA:
¿Yo tuya? Villano, mientes.

(Están asidos ambos del retrato.) ... (ver texto completo)
ESCENA XIII

ROSAURA:

! Ojalá no lo supiese!
! Válgame el cielo! ¿Quién fuera
tan atenta y tan prudente,
que supiera aconsejarse.
Hoy en ocasión tan fuerte?
¿Habrá persona en el mundo
a quien en el cielo inclemente
con más desdichas combata
y con más pesares cerque?
Desde la primera desdicha,
no hay suceso no accidente.
que otra desdicha no sea,
que unas a otras suceden,
heredadas de sí mismas,
viviendo de lo que mueren,
y siempre de sus cenizas
está el sepulcro caliente.
Que eran cobardes, decía
un sabio, por perecerle
que nunca estaba una sola;
yo digo que son valientes,
pues siempre van adelante
y nunca la espalda vuelven;
quien las llevare conmigo,
a todo podrá atreverse,
pues en ninguna ocasión
no haya miedo que le dejen.
Dígalo yo, pues en tantas
como a mi vida suceden,
nunca me he hallado sin ellas,
ni se han cansado hasta verme,
herida de la fortuna,
en los brazos de la muerte.
! Ay de mí! ¿Qué debo hacer
hoy en la ocasión presente?
Si digo quien soy, Clotaldo,
a quien mi vida le debe
este amparo y este honor,
conmigo ofenderse puede;
pues me dice que callando
honor y remedio espere.
Si no he de decir quien soy
a Astolfo, y él llega averme,
¿cómo he de didimular?
Pues aunque fingirlo intente
la voz, la lengua y los ojos,
les dirá el alma que mienten.
¿Qué haré? ¿Más para qué estudio
lo que haré, si es evidente
que por más que lo prevenga,
que lo estudie y que lo piense,
en llegando la ocasión
he de hacer lo que quisiere
el dolor? Porque ninguno
imperio en sus penas tiene.
Y pues a determinar
lo que ha de hacer no se atreve
el alma, llegue el dolor
hoy a su término, llegue
la pena a su extremo, y salga
de dudas y pareceres
de una vez; pero hasta entonces
valedme, cielos, valedme. ... (ver texto completo)
EXCENA XII

ROSAURA, que se queda al paño, ESTRELLA Y ASTOLFO.

ROSAURA:

(Ap)! Gracias a Dios que llegaron
ya mis desdichas crueles
al término suyo, pues
quien esto ve nada teme!

ASTOLFO:
Yo haré que el retrato salga
del pecho, para que entre
la imagen de tu hermosura.
Donde entra Estrella no tiene
lugar la sombra, ni estrella
donde el sol; voy a traerle.
(Ap) perdona, Rosaura hermosa,
este agravio, porque ausentes,
no se guardan más fe que esta
los hombres y las mujeres. (Vase)
(adelántase Rosaura)
ROSAURA:
(Ap) Nada he podido escuchar,
temerosa que me viese.

ESTRELLA:

! Astrea!

ROSAURA:
Señora mía.

ESTRELLA:

Heme holgado que tú fueses
la que llegaste hasta aquí,
porque de ti solamente
fiera un secreto.

ROSAURA:

Honras.
señora, a quien te obedece.

ESTRELLA:

en el poco tiempo, Astrea,
que ha que te conozco, tienes
de mi voluntad las llaves;
por esto, y por ser quien eres,
me atrevo a fiar de ti
lo que aun de mí muchas veces
recaté.

ROSAURA:

Tu esclava soy.

ESTRELLA:

Pues para decirlo en breve,
mi primo Astolfo (Ap) bastara
que mi primo te dijese.
porque hay cosas que se dicen
con pensarlas solamente).
ha de casarse conmigo,
si es que la fortuna quiere
que con una dicha sola
tantas desdichas descuente.
Pesóme que el primer día
echado al cuello trajese
el retrato de una dama;
habléle en él crtésmente,
es galán, y quiere bien,
fue poe él, y ha de traerle
aqui; embarázame mucho
que él a mí a dármelo llegue:
quédate aquí, y cuando venga,
le dirás que te le entregue
ati. No te digo más;
discreta y hermosa eres,
bien sabrás lo que es amor. (Vese) ... (ver texto completo)
BASILIO:

Pues antes que lo veas,
volverás a dormir a donde creas
que cuanto te ha pasado,
como fue bien del mundo, fue soñado.
(se va el Rey, con su acompañamiento)

EXCENA XI

ESTRELLA Y ASTOLFO

ASTOLFO:

! Qué pocas veces el hado,
que dice desdichas, miente,
pues es tan cierto en los males,
cuanto dudoso en los bienes!
! Qué buen astrólogo fuera,
si siempre casos crueles
anunciara; pues no hay duda
que ellos fueran verdad siempre!
Conocerse esta experiencia
en mí y Segismundo puede,
Estrella, pues en los dos
hace mustras diferente.
En él previno rigores,
soberbias desdichas, muertes,
y en todo dijo verdad,
porque todo, al fin sucede;
pero en mí, al ver, señora,
esos rayos excelentes,
de quien el sol fue una sombra
y el cielo un amargo breve,
que me previno venturas,
trofeos, aplausos, bienes,
dijo mal y dijo bien,
pues sólo es justo que acierte
cuando amaga con favores
y ejecuta con desdenes.

ESTRELLA:

No dudo que esas finezas
son verdades evidentes,
mas serán por otra dama,
cuyo retrato pendiente
al cuello trajisteis cuando
llegastáis, Astolfo, a verme;
y siendo así, esos requiebros
ella solo los merece.
Acudid a que ella os pague,
que no son buenos papeles
en el consejo del amor
las finezas y las fees
que se hicieron en servicio
de otras damas y otros reyes. ... (ver texto completo)
CROTALDO:

(Aparte. Mucho se va empeñando.
¿Qué he de hacer, cielos, cuando
tras un loco deseo
mi honor segunda vez a riesgo veo?

ROSAURA:

-No en vano prevenía ... (ver texto completo)
(Sale Astolfo a tiempo que cae Clotaldo a sus pies, y el se pone en medio)

ESCENA IX

ASTOLFO, SEGISMUNDO y CLOTALDO

ASTOLFO:

¿Pues qué es esto, príncipe generoso?
¿Así se mancha acero tan brioso
en una sangre helada?
Vuelva a la vaina tan lucida espada.

SEGISMUNDO:

En viéndola teñida
en esa infame sangre.

Astolfo:

Ya su vida, tomó a mis pies sagrado,
y de algo ha de servirle haber llegado.

SEGISMUNDO:

Sirvate de morir, pues desta suerte
también sabré vengarme con tu muerte
de aquel pasado enojo.

Astolfo:

Yo defiendo mi vida;
así la majestad no ofendo.
(saca Astolfo la espada y riñen)

Clotaldo:

No le ofendas, señor.

ESCENA X

BASILIO, ESTRELLA y acompañamiento, SEGISMUNDO, ASTOLFO y COLTALDO.

BASILIO: ¿Pues aquí espadas?

ESTRELLA. (Ap)! Astolfo es ay de mí, penas aireadas!

BASILIO: ¿Pues qué es lo que ha pasado?.

ASTOLFO: Nada, señor, habiendo tú venido;
Yo a ese viejo matar he pretendido.

BASILIO: Respeto no tenías a estas cosas?

CLOTALDO: Señor ved que son mías
que no importa veréis,

SEGISMUNDO: Acciones vanas,
querer que tenga yo respeto a canas;
(Al Rey) pues aun ésas podría
ser que viese a mis plantas algún día,
porque aún no estoy vengado
del modo injusto conque me has criado.

(Vanse el Rey, Clotaldo y el acompañamiento). ... (ver texto completo)
Hola Carmen, tienes razón me he ido a la segunda jornada de la escena VIII, pero en este caso, as sido tú, quien te as confundido, pués yo solo he seguido el hilo por donde tú lo has dejado. yo borraré esta escena VIII, porque si no, sería un lio seguir la obra.

saludos.
ESCENA VIII

CLOTALDO, que se queda al paño. SEGISMUNDO, ROSAURA, CLARIN y criados.

CLOTALDO:
(Ap) A Segismundo reducir deseo,
porque en fin le he criado;! mas qué veo!

ROSAURA:
Tu favor reverencio el silencio;
cuando tan torpe la razón se alla,
mejor habla, señor, quien mejor calla.

SEGISMUNDO:
No has de ausentarte, espera.
¿Cómo quieres dejar de esa manera
a oscuras mi sentido?

ROSAURA:

esta licencia a Vuestra Alteza pido.

SEGISMUNDO:
Irte con tal violencia
no es pedirla, es tomarte la licencia.

ROSAURA:

Pués si tú no la das, tomarla espero.

SEGISMUNDO:
harás que de cortés pase a grosero,
porque la resistencia
es veneno cruel de mi paciencia.

ROSAURA:
pues cuando ese veneno,
de furia, de rigor y saña lleno,
la paciencia venciera,
mi respeto no osara, ni pudiera.

SEGISMUNDO:
Sólo por ver si puedo,
harás que pierda a tu hermosura el miedo,
que soy muy inclinado
a vencer lo imposible: hoy he arrojado
de ese balcón a un hombre, que decía
que hacerse no podía;
y así por ver si puedo, cosa es llana
que arrojaré tu honor por la ventana. ... (ver texto completo)
ESCENA VI

BASILIO, SEGISMUNDO, CLARIN y criados

BASILIO:
¡Qué ha sido esto?

SEGISMUNDO:
Nada ha sido.
A un hombre, que me ha cansado, ... (ver texto completo)
CRIADO 2º (APARTE)

El pesar sé
de Astolfo, y le estorbaré.
Advierte, señor, que no
es justo atreverse así,
y estando Astolfo...

SEGISMUNDO:
¿No digo que vos os metáis conmigo?

CRIADO 2ºDigo lo que es justo.

SEGISMUNDO:
A mí todo eso me causa enfado.
nada me parece justo
en sentido contra mi gusto.

CRIADO2º
pues yo, señor, he escuchado
de ti que en lo justo es bien
obedecer y servir,

SEGISMUNDO:

También oíste decir
que por un balcón, aquien
me canse, sabré arrojar.

CRIADO 2º
Con los hombres como yo
no puede hacerse eso.

SEGISMUNDO:
¿No?
! Por Dios que lo he de probar!
(Cógele en los brazos y éntrase, y todos tras
él, volviendo a salir inmediatamente.)
ASTOLFO.
¿Qué es esto que llego a ver?
ESTRELLA:
Idle todos a estorbar.
SEGISMUNDO:
(volviendo,) Cayó del balcón al mar;
! vive Dios! que pudo ser.
ASTOLFO:
Pues medid con más espacio
vuestra acciones severas,
que lo que hay de hombres a fieras
hay desde un monte a palacio.
SEGISMUNDO:
Pues en dando tan severo
en hablar con entereza,
quizá no hallareís cabeza
en que se os tenga el sombrero.

se va Astolfo. ... (ver texto completo)
ESCENA III

Músicos, cantando, y criados, dando de vestir a SEGISMUNDO, que sale como asombrado, CLOTALDO Y CLARIN.

! Válgame el cielo, qué veo!
! Válgame el cielo qué miro!
Con poco espanto lo admiro,
con mucha duda lo creo.
¿Yo en palacios suntuosos?
¿Yo entre telas y brocados?
¿Yo cercado de criados
tan lucidos y briosos?
¿Yo despertar de dormir
en lecho tan excelente?
¿Yo en medio de tanta gente
que me sirva de vestir?
Decir que sueño es engaño;
bien sé que despierto estoy.
¿Yo Segismundo no soy?
Dadme, cielos, desengaño-
Decidme, ¿qué pudo ser
esto que a mi fantasía
sucedió mientras dormía,
que aquí me he llegado a ver?
pero sea lo que fuere,
¿quién me mete en discurrir?
Dejarme quiero servir,
y venga lo que viniere.

CRIADO 1.º
(Aparte al criado 2º y a Clarin,)
! qué melancólico está!
CRIADO 2.º
¿Pues a quién le sucediera
esto que no lo estuviera?
CLARÍN
A mí.
CRIADO 2.º
Llega a hablarle ya.
CRIADO 1.º
(A Segismundo,) ¿Volverán a cantar?
SEGISMUNDO
No,
no quiero que canten más.
CRIADO. 2º
Como tan suspenso estás
quiese divertirte.
SEGISMUNDO
Yo, no tengo de divertir
con sus voces mis pesares.
las músicas militares
sólo le gusta de oír.
CLOTALDO
Vuestra Alteza, gran señor,
me dé su mano a besar,
que el primero os ha de dar
esta obediencia mi honor.
SEGISMUNDO
(Ap. Clotaldo es; ¿pues cómo así,
quien en prisión me maltrata,
con tan respeto me trata?
¿Qué es lo que pasa por mí?
CLOTALDO
Con la grande confusión
que el nuevo estado te da,
mil dudas padecerá
el discurso y la razón;
pero ya librarte quiero
de todas (Ap. si puede ser),
porque has, señor, de saber
que eres principe heredero
de polonia. Si has estado
retirado y escondido,
por obedecer ha sido
a la inclemencia del hado.
que mil tragedias consiente
a este imperio, cuando en él
el soberano laurel
corone tu sugusta frente.
Más fiando a tu atención
que vencerás las estrellas,
porque es posible vencellas
un magnánimo varón,
a palacio te han traído
de la torre en que vivías,
mientras al sueño tenías
el espíritu rendido.
Tu padre, el Rey mi señor,
vendrá a verte, y dél sabrás
Segismundo, lo demás.
SEGISMUNDO
Pues vil, infame y tridor,
¿qué tengo más que saber,
después de saber quien soy,
para mostrar desde hoy
mi soberbia y mi poder?
¿Cómo a tu patria te has hecho
tal traición, que me ocultaste
a mí, pues que me negaste,
contra razón y derecho,
este estado?
CLOTALDO
! Ay, de mí triste!
SEGISMUNDO
Traidor fuiste con la ley,
lisonjero con el Rey
y cruel conmigo fuiste;
y así el Rey, la ley y yo,
entre desdichas tan fieras
te condenan a que mueras
a mis manos. ... (ver texto completo)
Bon día Carmen, que tal estas?, te he estado leyendo en el tema capital te Burgos 2016, y sólo me apetece leer, ya sabes como estoy, y la cabeza no me da para mucho pensar. Carmen ¿que te parece si terminamos éste tema ya empezado, escribiendo los versos originales, no es por nada, sólo por terminarlo y no dejarlo a medias.

un saludo guapa.
LLega Clotaldo a la corte, con Rosaura y Clarín.
Clotaldo le cuenta al rey Basilio, todo lo acontecido en las peñas.
El rey no puede castigar a los intrusos, por un secreto ya desvelado por él mismo.

BASILIO:

No os aflijáis Clotaldo
por algo ya sucedido
si otro día hubiera sido
confieso que lo sentirían.
Pero ya el secreto he dicho
y no importa que lo sepan,
vedme después, porque tengo
muchas cosas que advertiros
y otras que tendréis que hacer
por mí, ya sabéis que en vos confío.
a los preso libertad le dais
y así no podáis decir
que castigo yo le he dado
por un descuido vuestro,
estos infelices, quedan perdonados.

CLOTALDO:

! Viva, gran señor, mil siglos!
(AP. Mejoró el cielo la suerte!
! Ya no tendré que decir
que el muchacho es mí hijo!)
! Vosotros dos, libres quedáis!
y ahora tu muchacho ya podrás
vengar ese agravio cometido,
pués hombre bien nacido
si está agraviado no vivie.
Toma la espada que me diste
y sí esa es tu voluntad
teñida de sangre sea.
(AP. Si tu supieras,
que en más de una ocasión
esa espada en mi cinturón
colgada la he tenido
y con sangre de otros he teñido.

ROSAURA:

Como he de pagarle señor
el trato hacia mí ha tenido,
si no fuera porque es soldados
y está al mando del Rey,
le contaría todo lo acontecido.

CLOTALDO:

! Habla que te escucho!
y no tengas temor de mí
pues te veo como a un hijo.

ROSAURA:

En vista de su confianza
y algo que veo en vos
que mis sentidos, alcanzar
no llegan
me hace sentir bien,
y ante vos, desnudo mí alma.
y dado que me lo pedís
agravio hacía mí hubo,
y así le cuento esta ofensa..
Fue Astolfo, duque de Moscovia,
yo sé.. qué es dificil de entender
que el principe haya podido agraviarme.

CLOTALDO:

! Ay cielos!,! a tanto se a atrevido?
! dilo ya,! pues no puedes decir más
! que yo me pongo y imagino!

ROSAURA:

Si dijera más no sé
con qué respeto te miro,
con qué afecto te venero,
con qué estimación te asisto,
que no me atrevo a decirte
que es este exterior vestido
enigma, pues no es de quien
parece; juzga advertido,
si no soy lo que parezco,
y Astolfo a casarse vino
con su prima Estrella, si podrá
y ya harto te he dicho. ... (ver texto completo)
Igualmente para tí, te deseo que tengas un buen fin de semana, ya vés sigo en ella, pero sin hacer nada de cosecha propia, estoy escribiendo la versión original, no sabía si ibas a seguir o no, por eso he seguido escribiendo para terminarla, pués no me gusta dejar nada a medias, pero como dices Carmen, que te gustaría seguir, pués la dejaré, hasta que estes.

un saludo guapa.
BASILIO, SIGUE HABLANDO......

Aquí hay tres cosas; la una
que yo, Polonia, os estimo
tanto, que os quiero librar
de la opresión y servicio
de un rey tirano, porque
no fuera señor benigno
el que a su patria y su imperio
pusiera en tanto peligro.
La otra es considerar
que si a mi sangre le quito
el derecho que le dieron
humano fuero y divino,
no es cristiana caridad,
pues ninguna ley ha dicho
que por reservar yo a otro
de tirano y de atrevido,
pueda yo serlo, supuesto
que si es tirano mí hijo,
porque él delitos no haga,
vengo yo a hacer los delitos.
Es la última y tercera
el ver cuánto yerro ha sido
dar crédito fácilmente
a los sucesos previstos,
pues aunque su inclinación
le dicte sus precipicios,
quizá no le vencerán,
porque al hado más esquivo,
la inclinación más violenta,
el planeta más impío,
sólo, el albedrío inclinan,
no fuerza el albedrío,
Y así, entre una y otra causa,
vacilante y discursivo,
previene un remedio tal
que os suspendan los sentidos.
Yo he de ponerle mañana,
sin que él sepa que es mí hijo
y rey vuestro, a Segismundo
(aparte)

que aqueste su nombre ha sido
en mí dosel, en mí silla
y, en fin, en el lugar mío,
donde os govierne y os mande,
y donde todos rendidos
la obediencia le juréis;
pues con aquesto consigo
tres cosas, con que respondo
a las otras tres que he dicho. ... (ver texto completo)
Él Rey Basilio sigue contandole la tragedia ocurrida a sus sobrinos, Astolfo y estrella.

BASILIO:

El mayor, el más horrendo
ecipse que ha parecido
el sol, después que con sangre
lloró la muerte de Cristo,
éste fue, porque anegado
el orbe en incendios vivos,
presumió que padecía
el último parasismo;
Los cielos se oscurecieron,
temblaron los edificios,
llovieron piedras las nubes,
corrieron sangre los ríos.
En aqueste, pues, del sol
ya frenecí, o ya delirio,
nació Segismundo dando
de su condición indicios,
pues dio la muerte a su madre,
con cuya fiereza dijo;
hombre soy, pues que ya empiezo
a pagar mal beneficios.
Yo acudiendo a mís estudios,
en ellos y en todo miro
que Segismundo sería
el hombre más atrevido,
el príncipe más cruel
y el monarca más impío,
por quien su reino vendría
a ser parcial y diviso,
escuelas de las traiciones
y academia de lso vicios;
y él, de su furor llevado
entre asombros y delitos,
había de poner en mí
las plantas, y yo rendido
a sus pies me había de ver
(Ap.! con qué vergüenza lo digo!),
siendo alfombras de sus plantas
las canas del rostro mio.
¿Quién no da crédito al daño,
y más al daño que ha visto
en su estudio, donde hace
el amor propio su oficio?
Pues dando crédito yo
a los hados, que divinos
me pronosticaban daños
en fatales vaticinios,
determiné de encerrar
la fiera que había nacido,
por ver si el sabio tenía
en las estrellas dominio.
Publicóse que el infante
nació muerto, y, prevenido,
hice labrar una torre
entre las peñas y riscos
de esos montes, donde apenas
la luz a allado camino,
por defenderle la entrada
sus rústicos obeliscos.
Las graves penas y leyes
que con publico edictos
declararon que ninguno
entrase a un vedado sitio
del monte, se ocasionaron
de las causas que os he dicho.
Allí Segismundo vive
misero, pobre y cautivo,
adonde solo Clotaldo
le ha hablado, tratado y visto.
Este le ha enseñado ciencias;
éste en la ley le ha instruido
catótica, siendo solo
de sus miserías testigo. ... (ver texto completo)
BASILIO:

Estos leo tan veloz,
que con mi espíritu sigo
sus rápidos movimientos
por rumbos y por caminos,
! Pluguiera el cielo, primero
que mi ingenio hubiera sido
de sus márgenes comento,
y de sus hojas registro,
hubiera sido mi vida
el primer desperdicio
de sus iras y que en ellas
mi tragedia hubiera sido,
porque de los infeciles
aun el mérito es cuchillo,
que a quien le daña el saber,
homicida es de sí mismo!
Dígalo yo, aunque mejor
lo dirán sucesos míos
para cuya admiración
otra vez silencio os pido.
Es Clorilene, mí esposa,
tuve un infelice hijo,
en cuyo parto los cielos
se agotaron los prodigios.
Antes que a la luz hermosa
le diese el sepulcro vivo
de un vientre (Ap. porque el nacer
y el morir son parecidos),
su madre infinitas veces,
entre ideas y deliríos
del sueño vio que rompía
sus entrañas, atrevido,
un mostruo en forma de hombre,
y, entre su sangre teñido,
la daba muerte, naciendo
vibora humana del siglo.
LLegó de su parto el día,
y los presagios cumplidos
(Ap. porque tarde son
mentirosos los impíos),
nació en horóscopo tal,
que el sol, en su sangre tinto,
entraba sañudamente
con la luna en desafío;
y siendo valla la tierra,
los dos faroles divinos
a luz entera luchaban
ya que no a brazo partido. ... (ver texto completo)